
La reapertura del parque Tangamanga Uno para los deportistas dejó en evidencia una improvisación muy corta de la administración para atender los protocolos sanitarios: sin cupo preciso, sin señalética y unas restricciones de espacio que el personal tuvo que hacer acatar como tuvo a su alcance.
El primer problema lo dieron los criterios de cupo, que el personal no tenía claro si era de mil 500 o de 3 mil, «se cumplieron» a las ocho de la mañana y a caminadores y corredores que llegaron después se les impidió el ingreso.
Deportistas inconformes reclamaron que si de ese conteo de ingreso ya estaban saliendo usuarios que terminaban su ejercicio, deberían dejar entrar a otros. La instrucción de permitir más ingresos fluyó poco antes de las ocho y media.
Adentro, en medio de las órdenes y contraórdenes, los trabajadores del Tangamanga Uno hacían lo que podían para tratar de mantener la situación bajo control. No había señalética que marcara cuál área fue asignada para peatones y cuál para ciclistas, así que los trabajadores se plantaron en accesos para regresar a los que intentaban pasar de un área a otra que no correspondía. Hubo corredores que se las ingeniaron usando como atajo hacia el área de ciclistas la red de paseos de terracería.
La apertura se dio alrededor de las seis de la mañana y hasta las 10 sería posible el acceso en caso de que el cupo lo permitiera, para desalojarlo en su totalidad a las 11:00 horas.
El cubrebocas es obligatorio, así como el chequeo de temperatura en los filtros. El director administrativo, Enrique Alfonso Obregón, explicó que ingresaron dos mil 439 personas. El acceso a menores de edad aún continúa restringido.
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