De la abogacía

Uncategorized

El diccionario tiene tres principales significados para la palabra abogado o abogada, dice que proviene del latín advocatus (llamado en auxilio) y se significa ya como la persona licenciado o doctor en derecho que ejerce profesionalmente la dirección y defensa de las partes en toda clase de procesos o el asesoramiento y consejo jurídico; también habla de aquella que hace de intercesor o mediador y finalmente como gente habladora, enredadora y parlanchina.

Afortunadamente el ser propia de uno, de dos o de todas al mismo tiempo no lo brindan nada más que nuestras acciones cotidianas, por cada uno o una, habla su labor y su manera de conducirse profesionalmente en relación con la importancia de lo que en sus manos se pone.

Así, hay quien prefirió irse por caminos en donde la licenciatura hace de respaldo para proveerse de contextos diferentes, colegas que trabajan sobre ramas del derecho que tienen que ver con cuestiones administrativas o fiscales, que son asesores, que se dedican a la enseñanza, a la política o que defienden situaciones laborales injustas, que saben guiar en procesos civiles o electorales, para ello el Derecho es amplio y generoso.

Finalmente uno de esos senderos, de los más conocidos es el derecho penal y aún allí el andar se puede dividir, hay quien avoca sus conocimientos para auxiliar en casos en donde el delito se refiere a la afectación de bienes patrimoniales, de agravios a las instituciones, a la autoridad y un largo etcétera. Pero hay otros delitos, los que tratan específicamente sobre bienes inherentes al ser humano.

¿Y quienes se dedican a esto lo eligieron? Es un asunto de lo más trascendental porque a nadie le gustaría que lo asesorase alguien que no tuvo de otra para esa frase asquerosa de “perseguir la chuleta” que dedicarse a resolver ese tipo de procesos, en donde la certeza jurídica, la justicia y la libertad están en juego. Nos dijeron que el derecho era un conjunto de normas, un armatoste de leyes que alguien que podía escribió alguna vez y al salir de ese cascarón que hace la escuela la realidad de cada uno o nuestras particulares habilidades hicieron el resto. Lo que nadie cuenta es que al estar frente a una persona que ha sufrido la conducta ilícita o de otra que la ha cometido, los códigos y sus leyes no sirven de nada sin nuestra actuación, o inteligencia o pericia o ética.

Por eso algunos más que al derecho se dedican a las baladronadas y hacen a través de alzar la voz, de manotear, gritar y chantajear con plantones y máximas latinas lo que la sesera no les da por resolver como se debe. De allí también el abrazo ciego al machote y los copia y pega, o las frases rimbombantes que dejan a la víctima perpleja, por eso la falta de dignidad profesional de andar dependiendo de que otros piensen, de ahí la falta más rampante de conciencia de que lo que pusimos en las manos era la vida de alguien más. De ahí la indiferencia y sin perdón, el valemadrismo. Tal vez ese es el problema.

Ignoramos que no somos nada más allá que una parte desagradable de esas vidas, que no pidieron padecer un delito, personas vea, seres humanos de toda edad y condición a quienes un evento ominoso les fractura la cotidianidad, allí en el grado más agudo de vulnerabilidad en donde el delito se materializa a través de las marcas que deja tras de sí violencias de todo tipo, a veces en golpes, en rostros lastimados, en cuerpos adoloridos y agotados de mujeres, de hombres, de niñas y niños, pero también en su estado emocional, en el convencimiento de una existencia sometida al maltrato de que no valen o de que no sirven, peor, de que quien les hace daño tiene derecho a ello. Y estas vidas son a tal grado importantes que el que no sabe o no quiere comprender bien haría en no estorbar.

A poco de que cambie el sistema penal, en el día en que las y los abogados no tengan de otra más que defender sus casos en igualdad de circunstancias, según en el ejercicio de la oralidad y la argumentación jurídica, parece y ojala así sea, insalvable la posibilidad de hacer el ridículo para quienes han logrado hasta ahora evadirse de pensar o de prepararse, es lo de menos si se considera que lo echado a perder sería el acceso a la justicia de miles de personas que a diario padecen la comisión de un delito.

Sería un momento único para volver a pensar o proponérselo si de verdad hay vocación en dedicarse a estos menesteres. Encontrar en esa reflexión que nuestra profesión no nos hace mejor que nadie, que las personas no son números, no son objetos, que cada historia suya no está ajena de dolor o de pérdidas. Por eso es nuestra responsabilidad hacer lo mejor todos los días, es allí en donde lo aprendido tiene que hacer la diferencia, cuando se pone al servicio de su protección y de su paz. Nadie nos preparo para esto, pero eso no es justificación para no hacerlo bien, al final la labor de cada quien, hablara más fuerte que nosotros. Al fin sabremos que significación tenemos en el diccionario. Pues sea. A más ver.

Twitter: @Almagzur

Compartir ésta nota:
Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp