De tortugas, armadillos y caracoles

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Astrolabio

Hace mucho tiempo que en San Luis Potosí no se generaba tanta opinión pública, pero también tristemente, ésta jamás fue tan errática en su impacto social, ni fue tan enclenque en su influencia política como en la actualidad. De ninguna manera eso tiene que ver con la calidad o cantidad de las ideas publicadas. Basta que usted observe el sinnúmero de periódicos, espacios en televisión, programas de radio convencionales u on line, revistas con contenido político, portales de internet, panfletos, análisis a profundidad en blogs, aquelarres en Facebook o tendencias en Twitter para visualizar que los bordes de la discusión pública en nuestra comunidad tienen un horizonte amplísimo. Amén de la calidad de muchas de las plumas que ejercen el periodismo sin concesiones y el surgimiento de líderes de opinión pública, venidos muchos de la Academia y con cada vez más cartel en el extraño mundo del ciberespacio. El problema es de otro orden.

En la época post autoritaria, paradójicamente, los gobernantes locales son más inmunes a la crítica que nunca porque la sobresaturación de contenidos ha propiciado la impronta equivocada de que lo que abunda es “información”, cuando justamente es el exceso de datos lo que acaba por sepultar aquéllas editoriales a sotavento y con ánimo de controvertir las versiones oficiales. Ése fenómeno se explica por varias razones que arriesgo:

• La regresión al esquema de partido hegemónico altera desfavorablemente los equilibrios democráticos de forma que los medios de comunicación tienen pocos alicientes para el ejercicio de la crítica sabiendo que el partido en el gobierno controla prácticamente todas las fuentes de financiamiento público.

• Los gobiernos gastan más dinero que nunca en medios de comunicación y en la operación de redes sociales, ello influye de forma preponderante en la forma, tiempos, cualidad, y profundidad de la información que presentan. Por ejemplo, la duración, importancia y veracidad que se concede o no a una nota crítica acaba por perfilar mucho más el control de la información que el propio posicionamiento propagandístico de los gobiernos.

• Respecto de las redes sociales, lo que han provocado es una alteración cuantitativa de la reproducción positiva de la propaganda oficial a través de burócratas o funcionarios automatizados en tiempo laboral, y a través del ataque anónimo y envilecido en contra de actores que con rostro y dando su nombre formulan cuestionamientos que nunca son respondidos.

• La gran cantidad de empresas de comunicación ha generado una competencia brutal por el acceso a la cartera de clientes, y sin duda la del gobierno es una de las más codiciadas. De forma tal que, por ejemplo, una nota puede ser asunto relevante pero si la publicó originalmente determinado medio, los que le hacen competencia directa no lo retoman ni profundizan el resto de aristas o vertientes de la cuestión. Lo que favorece la no respuesta de los funcionarios señalados.

• Es tal la cantidad de información a la que los ciudadanos tienen acceso que cada vez es más complejo cribar aquélla que resulta fundamental respecto de las lisonjas de prepago. Eso sin contar que la relación gobiernos-medios es un viejo enclave del autoritarismo que la transparencia aún no ilumina.
Gracias a estos y otros muchos factores, es posible que los funcionarios que son cuestionados por sus actuaciones se desaparezcan de los medios de comunicación; que no den entrevistas; que nieguen con desparpajo hechos contundentes; que respondan con boletines a cuestionamientos in situ; o que simple y llanamente mientan o respondan con sofismas a los señalamientos concretos que se les formulan.

No es más que la vieja política de enconcharse, endurecer el caparazón y esperar que la indignación amaine, y que como suele ser tradición en nuestro país, las cosas se olviden. Cada quien a su estilo, con la lentitud de la tortuga, la presteza del armadillo o la repugnancia del caracol, muchos políticos han perfeccionado la técnica del enroscamiento inmutable y el auto autismo inducido.
Al fin que ya dijo el clásico: a palabras necias, oídos sordos.

Oswaldo Ríos
Twitter: @OSWALDOR10S

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