Hay algo mejor que ser niño

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Si hay una etapa en la vida en la que todos y todas merecemos primordialmente amor y buenas enseñanzas, es la niñez. Allí donde amanecemos al mundo y dependemos por entero de los cuidados y de las decisiones de otros, el sitio del tiempo que viene con neblina, cuando no recordamos a ciencia cierta cómo es que dio inicio nuestra historia o quienes fuimos antes de los adjetivos, es normal dada la pertenencia a la única especie animal que es parida a la indefensión.

De esta manera es que nos hacemos o que nos hacen, que aprendemos a coordinar el cuerpo, que alguien viene y nos dice que somos niñas o niños, de tal forma nos visten, de tal manera nos encaminan, así el discernimiento entre el bien y el mal, así los valores de la sociedad que nos toca en suerte, la familia, los padres, las madres, el entorno. Somos hasta determinado momento, el espejo de una crianza, de un alguien que se hace cargo, o no. De allí, de esas pequeñas cosas cotidianas que parecieran ordinarias, cuelga el futuro, ahí reside el destino. Y aunque lo ideal sería que estuviera poblado de buenas cosas, de vivencias nutricias, la realidad de algunas resume la niñez como el mayor acto de persistencia por sobrevivir.

Al igual que pasa por tabú abordar el tema acerca de los ejercicios parentales negligentes, las infancias dolorosas le hacen repulsa a casi todos, pero una cosa es resultado de la otra y cuando no se resuelve pasa a la siguiente, como una herencia no deseada, como una cosa obscura, como un sino que atraviesa generaciones enteras. Por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud señala que los bebés que padecen de abusos físicos manifiestan una variedad grave e importante de daños que van desde las fracturas de cráneo, hemorragias, hematomas, discapacidades neurológicas y otras lesiones que de presentarse con determinada frecuencia y con inconsistencia en las explicaciones dadas por quienes les cuidan, pueden develar una situación de maltrato. Pero si esto no se maneja o se omite, al paso del tiempo se transformará en otros datos como rasguños, moretones, huesos rotos, lo que puede terminar en una salud deteriorada y menores oportunidades para el desarrollo.

No es algo nuevo, el 22.6 por ciento de la población mundial sufrió agresiones físicas en su niñez, el 36.3 por ciento, abuso emocional y 16.3 por ciento negligencias, en casi igual proporción entre mujeres y hombres, aunque aventajan las primeras en cuanto a ser mayormente víctimas de abuso sexual. Este último, continúa siendo otro tema tabú, pero se sabe que el 27 por ciento de las niñas lo han padecido, así como el 14 por ciento de los niños también, se sabe que el primer incidente sucede en el hogar. A diferencia de la violencia física, los abusos de tipo sexual no son tan visibles, hay que tomar en cuenta que si en etapas adultas, estos se producen a través de las relaciones de poder asimétricas, de las amenazas, la extorsión y la fuerza, en la niñez, las y los agresores sexuales se servirán de la manipulación emocional, de la necesidad material o afectiva, de la ignorancia y de la vulnerabilidad de su víctima, lo que significa que a mayor negligencia parental, mayor es el riesgo. ¿Cómo protegerles?

Es importante aclarar, que la negligencia parental no tiene relación con las ocupaciones, ni con la abundancia o escasez de recursos ni con ninguna otra circunstancia material, no importa si la familia es de dos, de tres o de cinco, tiene que ver con la falta de voluntad, con la inmadurez, con no querer asumir lo que toca y eso se refiere a ser padre o madre de alguien, de manera activa, constante, responsable y sana, más allá del mero acto de la procreación, del sostenimiento económico o del reconocimiento jurídico. Por eso debe decidirse.

Protegemos a nuestros niños y niñas cuando estamos, no solo físicamente sino sustancialmente, cuando los conocemos, cuando hablamos con ellos sobre su sexualidad, sobre su cuerpo y sus derechos, pero también lo hacemos amándolos, abrazándolos, respetando sus espacios, sus emociones, sus pensamientos. Cuidamos de su integridad cuando nos curamos a nosotros mismos de una infancia mal llevada, cuando les pedimos perdón por los errores, cuando les desadjetivamos de nuestros prejuicios, cuando adquirimos conciencia de que nuestra labor en su vida, no puede esperar, cuando aprendemos a que ningún crío ha venido a devolvernos nada, porque ningún desvelo pidieron, porque somos las personas adultas las que decidimos un día que traeríamos un hijo o una hija, que cuidaríamos de alguien.

Así, procuramos la senda del futuro, aún siendo incierto, cuando si vienen a decirnos algo, les creemos, y allí donde cumplimos nuestra palabra, o al ser coherentes, o al volverlos nuestra prioridad, porque tienen que serlo cuando niños son. Cabe recordar que todo lo que no se haga cuando de la niñez hablamos, habrá de dejar profundas horadaciones y que hace toda la diferencia un ejercicio parental responsable, que hace buena la vida de un hijo, que uno que se padece. Al final, no somos tan sabios, no lo sabemos todo, no hemos crecido nosotros mismos en muchas cosas, pero como ya decía el asunto es de voluntad y de esfuerzo.

Tal vez, si hay algo mejor que ser niño, eso es ser un adulto que sabe proveer, cuidar y querer, cada día, de cada mes, de cada año de la vida de un crío, tal vez solo es madre y solo es padre quienes saben que hay que protegerles, de los otros y de nosotros también, que lo que venga de allí, ya una persona plena o una malevolente, también sellará nuestro destino.

A más ver.

Twitter: @Almagzur

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