Infidelidad: ¿Por qué engañamos?

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The Normal Bar, uno de los estudios más extensos sobre relaciones románticas –recopila 1 millón de datos de unas 100 mil personas-, tiene algunas respuestas.

“Orgullo imbécil. Todas las mujeres se creen diferentes; todas piensan que ciertas cosas no pueden sucederles, y todas ellas se equivocan”. Así lo escribió Monique en su diario cuando supo que Maurice, después de 22 años de matrimonio, la engañaba con Nöellie.

Maurice se lo confesó una madrugada, al regresar de juerga. Le dijo que no podía mentirle más.

Después de pedir consejos a sus más queridas amigas, Monique llegó a la conclusión de que debía esperar, darle tiempo a Maurice, dejar que la crisis de la mediana edad dejara el cuerpo de su otrora esposo intachable.

Pero el tema de la infidelidad nunca es sencillo. Las imágenes acosan. Aunque los ojos nunca las hayan visto, el cerebro basta para crearlas y, con ello, todas las emociones que las acompañan. Sin haber visto unos besos, con imaginarlos vienen las arcadas; sin haber escuchado unas carcajadas juntos, la piel se eriza. Y así.

“Están en pijama, beben café, sonríen (…) ¿le hablará con palabras tiernas como lo hace conmigo? (…) Esta visión me lastima. Cuando uno se golpea contra una piedra al principio siente el golpe, pero el sufrimiento viene después: con una semana de retraso, empiezo a sufrir”, escribió en su diario.

A Monique le estaban serruchando el corazón con un serrucho de dientes muy agudos (así lo dijo). Todos los amigos que tenía en común con Maurice sabían que él estaba teniendo una “aventura” con Nöellie. Y nadie le dijo.

“Siempre pienso lo peor, y siempre es peor de lo que esperaba”, decía Monique de manera recurrente. Y esta vez no fue la excepción.

Con el tiempo, Monique descubrió que lo que Maurice tenía con Nöellie no era simplemente una aventura. La amaba. La crisis de la mediana edad se aparecía como una verdadera patraña.

Ni así pudo tomar acción. No quiso. Monique siempre creyó que Maurice regresaría a sus brazos. Ingenua. Siempre creyó que siendo la “mujer perfecta” –comprensiva, leal, cero dramática, buena madre- él volvería a ella.

La racionalidad de Monique –“es una aventura, pronto pasará, debo ser perfecta para ganar la batalla”- no estaba sincronizada con sus emociones, las cuales se desbordaban en noches enteras de llanto, la ingesta diaria de alcohol, somníferos, muchas horas de sueño, en la verborrea vertida en su diario… (La mujer rota, Simone de Beauvoir)

¿Por qué engañamos?

Se conocieron en un bar y esa misma noche se fueron a la cama. Él era uno de esos hombres que parecen no esforzarse por obtener a la mujer que desean: guapo, actor de cine y teatro, pintor, con un acento encantador, el cabello despeinado, actitud relajada.

Intercambiaron direcciones de Facebook. Al verla con frío, él le ofreció una de sus chamarras y ella la aceptó. Se abrió una puerta para un segundo encuentro.

Cuando ella lo agregó a Facebook se llevó una pequeña sorpresa: el hombre era casado y tenía una hija. “Hijo de la chingada”, pensó. Durante el tiempo que platicaron, él jamás dijo que tenía esposa o que era papá. Tampoco dijo que su esposa era una mujer rubia, hermosa, de ojos verdes, con talento para la música y una banda de pop; menos dijo que su hija era una pequeña que adoraba la actuación y que festejaba cada película que su papá filmaba.

“Gran cabronazo”, volvió a pensar.

En su departamento no había una sola señal de su vida marital, ni una. Nada de fotografías, ropa femenina, algún zapato olvidado en la sala…Nada. Bueno, sí. En el baño había algunos esmaltes de colores, pero esos bien podían pertenecer a una roomie, ¿no? En fin, de esa roomie tampoco se habló en toda la noche.

Seguro este hombre lleva a una mujer distinta cada fin de semana a su departamento.

“¿Por qué lo hace?”, ella le preguntó a una de sus amigas.

“Quién sabe qué carencias tiene que suplir”, le respondió.

Zaz.

¿Por qué engañamos?

***

Llegó un momento en que ella supo que ya no lo amaba. Se enamoró de otro hombre, uno con el que leía libros, discutía ideas, escuchaba música.

¿Cómo decirle a alguien que ya no lo amas, que te has enamorado de otra persona? Jamás en su vida lo había hecho. Jamás lo hizo. Nunca pudo escupir la verdad. Pensó que si no lo verbalizaba, el pecado de estar con otra persona y amar a otra desaparecería. Era muy joven.

Ella supo que no podía más el día que fue con “el otro” a un concierto. Lo supo porque todo el tiempo que duró el show lo único que quería era que él volteara y la besara, pero eso no sucedió. Él sabía que ella tenía novio. Lo único que pudo hacer fue tomarla de la mano en “Baby blues”. Así fue como se dijeron “aquí estamos a pesar que, los dos, tenemos pareja”.

Al día siguiente, ella tenía otro concierto, pero ahora con el novio. Todavía recuerda cómo la recibió cuando bajó del taxi: la abrazó, le dijo que tenía una sorpresa, le extendió un collar rojo hermosísimo, ese que había comprado en Cuba pensando sólo en ella.

Mierda. Mierda. Mierda. Así se sintió. En ese momento, antes de entrar a un concierto y después de haber recibido un collar, ella pronunció el temido “tenemos que hablar”. Y ahí, afuera del Palacio de los Deportes, hablaron.

Ella le dijo lo que todos los cobardes dicen cuando ya no aman y no se atreven a decirlo. Él lloró. Ella no. Lo que hizo fue devolverle los boletos, pero se topó con una respuesta sorprendentemente madura: “somos adultos que queremos escuchar buena música, entremos juntos, estos boletos los compré para nosotros”. Mieeeerda. Y aceptó. Una verdadera perra.

Pequeño detalle: en el concierto también estaría “el otro” y uno de sus amigos. De nuevo: una verdadera perra.

El ex novio lloró durante todo el concierto, más con “Champagne Supernova”, mientras que ella y “el otro” se veían con ojos de los amantes que por fin estarán juntos.

Y sí, estuvieron juntos unos dos años. Después, todo se fue al carajo. Ya leerán por qué.

¿Por qué engañamos? ¿Dónde están los límites de la infidelidad: en lo emocional, en lo físico?

Él siempre le juró que jamás la engañó con la ex novia, esa de la que hablaba y añoraba todo el tiempo. Jamás. Ni cuando se veían a escondidas. (En serio)

La verdad es que ella nunca le creyó. Siempre supo que esa historia estaba inconclusa y siempre intuyó que él estaba con ella porque en realidad buscaba encontrar a la ex novia.

Un día él se cansó y le pidió “un tiempo”. ¿Un tiempo? Sí sí, para pensar en su relación, para evaluar qué estaban haciendo mal, ah sí, y para dormir con otras personas (cosa que nunca dijo). Regresaron.

Un año después, un día, ella comía con sus amigos y a uno de ellos se le escapó el chisme: tu novio durmió con X hace tiempo. Pensó que era un chiste hasta que vio la cara de espanto de sus “amigos”. Era verdad.

Los obligó a decirles la historia completa. Y lloró. Lloró porque él, el entonces amor de su vida, se había atrevido a ocultarle durante un puto año lo que había pasado. Lloró porque sintió que sus “amigos” la defraudaron, prefirieron tomar partido por él, ocultarle su chingadera.

Y luego lloró más, y siguió llorando por mucho tiempo, porque él regresó con la ex novia. Lloró porque confirmó lo que siempre había intuido: que le estaban tomando el pelo.

¿Por qué engañamos?

The Normal Bar, uno de los estudios más extensos sobre relaciones románticas –recopila 1 millón de datos de unas 100 mil personas-, tiene algunas respuestas.

“Las personas que están extremadamente satisfechas sexualmente están mucho menos tentadas” a la infidelidad, mientras que 52% de las insatisfechas con su vida sexual respondieron que sí considerarían engañar. Sólo 17% de las personas sexualmente satisfechas dijeron que estarían tentadas a la infidelidad, según datos de The Normal Bar.

El estudio dice que algunos hombres y mujeres simplemente no pueden o no quieren resistirse a una oportunidad sexual con la que, saben, se saldrán con la suya. Es una manera “sencilla” de aumentar su “aventura de la vida” y, por supuesto, el ego.

Y aunque los resultados del estudio revelan que los hombres son más infieles que las mujeres (o al menos eso admitieron) -33% sobre 19%-, The Normal Bar lanza una pequeña advertencia para ellos:

“Cuando un viejo amor se aproxima a tu chica, cuidado. Cerca de 32% de las mujeres que admitieron haber sido infieles sexualmente dijeron que fue con un antiguo novio o crush, en comparación con el 21% de los hombres”, dice el estudio.

La cosa no acaba ahí. The Normal Bar revela que los viejos amores son igual de atractivos para aquellos que están sexualmente satisfechos y supercontentos en sus relaciones actuales. Ouch.

Además, los resultados del estudio indican que una vida sexual mundana puede animar a tu pareja a tener una aventura. El aburrimiento fue la razón por la que 71% de los hombres y 49% de las mujeres fueron infieles.

***

Tal vez engañamos porque no sabemos decir la verdad. Ni al otro ni a nosotros mismos. La incomunicación es la mejor forma de matar una relación.

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