
Jorge Bergoglio, antes de convertirse en el Papa de los Pobres, como lo ha bautizado la prensa mundial, hizo una rabieta de antología. Y no fue por culpa del matrimonio gay -que para él es “la envidia del demonio”- o cuando lo acusan de haber colaborado con la dictadura argentina. No. Fue una muestra de arte la que lo molestó.
A fines de 2005, el destacado artista León Ferrari se aprontaba a inaugurar en el Centro Cultural Recoleta la primera retrospectiva que resumía sus 50 años de carrera. La muestra incluía sus obras más famosas y controversiales: una serie de cristos y vírgenes en situaciones poco santas (algunas en poses sexuales). Entre éstas se exhibían dos grandes esculturas de dos metros de altura: la de una virgen en un rayador de papas y la de un Cristo crucificado en un avión de combate de EU. Esta última se mostraba por primera vez al público luego de décadas de autocensura. Creada en 1965, “La civilización Occidental y Cristiana”, como se llama la obra, denunciaba la opresión de la Iglesia y la guerra de Vietnam.
Ferrari, acostumbrado a las polémicas que se arman con sus obras, no dimensionó la escoba que armaría su Cristo crucificado en un avión. Pero sucedió. Días antes que se inaugurara, la muestra llegó a oídos del cardenal Bergoglio quien puso el grito en el cielo: “Es una blasfemia que avergüenza a nuestra ciudad”, dijo sin reparos en una improvisada conferencia a las afueras del arzobispado bonaerense.
Bergoglio se puso en campaña para censurar la muestra. Incluso, se dio la lata de contabilizar las obras que denostaban a su Iglesia y que se traducían en “51 insultos a Jesucristo, 24 a la Virgen María, 27 a los ángeles y santos, 3 directamente a Dios Padre y 7 al Papa”.
También convocó a feligreses a una jornada “de ayuno y oración” para que “el Señor perdone nuestros pecados y los de la ciudad”, en referencia al gobierno porteño, que propiciaba la polémica muestra. Su rabieta dio resultados entre fervientes creyentes: la noche anterior a que se abriera la muestra, se infiltraron dos fieles con la intención de romper las obras sin éxito.
A pocas horas de inaugurarse, moros y cristianos estaban a punto de agarrarse de las mechas en las afueras del centro cultural. Varios católicos llegaron con pancartas que decían “¡Viva Cristo rey” y se enfrentaron con “blasfemos” que exigían que la Iglesia se fuera para la casa.
Ferrari, que se había mantenido ajeno a la discusión, tuvo que salir a responderle al cardenal por la prensa: “Más lamento yo que la religión que Bergoglio profesa castigue a los que piensan diferente. Si algo avergüenza a nuestra ciudad no es esta muestra, sino que se sostenga que hay que torturar a los otros en el infierno”. Lo mismo hizo el curador de la muestra, Marcelo Pacheco, calificando los dichos de Bergoglio como “una discusión bizantina y absurda”.
Pero Bergoglio no descansó en su misión de mandar al infierno la exposición. Incluso, él mismo fue al banco a depositar en efectivo casi tres mil dólares que le permitieron a la Asociación Cristo Sacerdote judicializar la expo para cerrarla. Fue tanto su enojo que consiguió que cinco de las empresas que patrocinaban la muestra, se retiraran.
Y ocurrió el milagro por el que tanto había rezado: una jueza dio la orden de clausurar la muestra que “ofendía al pueblo”. En todo caso, el milagro poco duró: a las semanas, otro juez de una instancia superior ordenó reabrir la muestra tras varias amenazas de bomba.
http://www.sinembargo.mx/29-03-2013/573494
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