
A poco más de 10 metros de las urnas y las gavetas en el cementerio de Milpillas, detrás de montones de tierra recién escarbada, lucen 20 tumbas con una característica en común: todos son espacios donde yacen víctimas de la Covid-19… pero eso solo es un preámbulo, pues ya están excavadas decenas de fosas. ¡No es mentira!, ¡La gente se está muriendo!.
En medio de la soledad y el zumbido de escarabajos aglutinados en las flores que lucen en tumbas adjuntas, este miércoles, una mujer acudió a llevarle un arreglo floral a su familiar fallecido recientemente. En silencio, con semblante serio y sin lágrima alguna, se hincó y por varios minutos se quedó estática.
El fotógrafo se acercó y pidió permiso para tomar una fotografía sin entrometerse en su privacidad, ella dijo que sí.
De la misma forma que arribó, la mujer se levantó, se alejó y caminó cabizbaja hasta la puerta de la salida. Atrás quedó el simbólico ramo de flores que dejó a quien ya no le dirá: ¡hola!, ¡buenos días! o un ¡hasta pronto!.
A un lado, trabajadores del camposanto dejaron una escalera dentro de una oquedad, a fin de seguir escarbando para el próximo ataúd.
El terreno es amplio y bien puede hacerse decenas y decenas de excavaciones, de las ya existentes, pero por cada una donde es inhumada una persona hay lágrimas, dolor, pesar y un duelo difícil de paliar.
La fórmula parece sencilla: quedarse en casa y no salir si no es necesario; en caso de estar en la vía pública guardar la sana distancia; evitar acudir a reuniones o lugares concurridos; cuidar a los adultos mayores no visitándolos; portar cubrebocas, entre otras recomendaciones sin ningún costo monetario, que bien deben acatarse por bien propio y comunitario.
Aunque la mayoría de las personas infectadas con el virus SARS-Cov-2, causante de la Covid-19, transitan con un cuadro leve, el bajo porcentaje que requiere hospitalización tiende a morir, por lo cual, una consciencia y responsabilidad social e individual de los 2.9 millones de potosinas que habitan en el estado, pueden favorecer para no llegar a estar a dos metros de profundidad, y que ese lugar sea la última parada de la existencia.
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