Pacto con fecha de caducidad

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Desde que se dio a conocer el Pacto por México dudaba yo mucho del grado de consenso con el que presumían contar sus artífices para su negociación, tanto los de la izquierda como los de la derecha. Por el lado del PRD, los restos que quedan de lopezobradorismo al interior del partido amenazan constantemente a la dirigencia de Jesús Zambrano, al jefe de gobierno del DF Miguel Mancera, y a los ‘Chuchos’, quienes claman por seguir el camino de los acuerdos con el gobierno federal.
 
Es bien sabido que René Bejarano –impresentable pero importante cercano de AMLO– sigue siendo un operador político fuerte al interior del PRD capitalino –que es el más importante del país–, al grado que las victorias de la semana pasada contra los grupos bejaranistas para hacerse del control de la Asamblea Legislativa del DF y de la estructura local del Sol Azteca son vistas como una gran bocanada de oxígeno para los pactistas. Una eventual victoria de Bejarano en ambos espacios hubiera puesto en entredicho el mando de los afines al pacto en el partido, y por lo tanto su participación en él. Por ahora el riesgo se controló, aunque sigue latente la amenaza máxime cuando se discutan las reformas energética y fiscal.
 
Pero por el lado del PAN las cosas son aún mucho peores. El cuestionamiento al liderazgo del presidente del partido y afín al Pacto, Gustavo Madero, ha sido brutal sobre todo en la bancada del partido en el Senado. Madero manotea desesperadamente para mantenerse a flote –a veces con buen tino, como cuando consiguió usar a su favor la denuncia por los sucesos en Veracruz hace unas semanas–, y la remoción de Ernesto Cordero este fin de semana como coordinador de la bancada responde a esta lógica de supervivencia.
 
El problema, para Madero, no hará sino seguir creciendo. La situación se le seguirá descomponiendo. Por lo menos hasta que lleguen las elecciones en julio. Luego, dependerá del resultado de las mismas. Buenos resultados panistas en los comicios de mediados de año le darían nuevamente aire al aún líder del PAN, pero derrotas en elecciones clave –pienso por ejemplo en Baja California– serían el último clavo en el ataúd de su presidencia. La estrategia pactista, leerían muchos panistas que aún le apoyan, habría sido un fracaso. Habrían entregado demasiado al PRI, y a cambio no habrían recibido absolutamente nada. Con menor presión electoral, Zambrano enfrenta la misma situación en el PRD.
 
Así, irónicamente resulta que si el gobierno federal priísta pretende continuar con la imagen de consenso entre las principales fuerzas políticas para mantener el rumbo, una victoria electoral de su partido con ‘carro completo’ este año sería el peor escenario. Implicaría la caída de los liderazgos que le han permitido montar la escena que hoy vemos.
 
Súmenle esto a las naturales complicaciones de hacer concesiones en la agenda del pacto a estos partidos –como el famoso addendum o la reforma política que podría venir– y al mismo tiempo mantener el apoyo al interior de un PRI con expectativas y cuyos miembros quieren espacios y victorias, y verá lo complicado que es que el Pacto por México sobreviva y siga siendo útil para lograr reformas importantes dentro de uno o dos años. El equilibrio que lo tiene vivo es delicadísimo.
 
Creo, por lo tanto, que el Pacto bien podría tener caducidad, y que entonces habría que consumirlo antes de que ‘se pudra’, hacer las reformas en cuanto se pueda. Para hacer un pacto de más larga duración, creo yo, tendría que haber en la clase política una convicción mucho más profunda y compartida respecto de los grandes problemas nacionales. Este pacto, así como lo veo, da para uno o dos años, cuando más. Luego de eso, pequeñas coaliciones ad hoc para reformas con coincidencias específicas podrían ser el único y limitado camino que quedara para el resto del sexenio.

 

Carlos Leonhardt.
Twitter: @leonhardtalv

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