A pesar de que la permanencia de la revolución del sur no alcanzó a transformar el Estado en el sentido que se habían planteado y destruyó momentáneamente relaciones de producción
La idea arraigada de que los individuos tienen un peso preponderante en la historia es inexacta y abona al crecimiento de lo que se ha identificado como “El mito del salvador supremo”, una concepción que vale la pena desterrar.
La forma que toma este metarrelato, tan nocivo para la determinación de los subalternos por la auto-organización, la explica Michael Löwy, rescatando planteamientos del astrónomo francés Joseph Lalande:
En esta concepción, las leyes <<naturales>> -es decir, eternas, inmutables, independientes de la voluntad y de la acción humanas- de la sociedad, el movimiento de la historia (también concebida en términos <<naturalistas>>) son representados bajo la forma de un personaje simbólico <<trascendental>>: el universo sociohistórico se convierte en naturaleza, y las <<fuerzas de la naturaleza>> se encarnan en un Héroe (Löwy, 2014: 29)
Llevado a ese punto, “el mito del salvador supremo” opera sin tomar en cuenta las explicaciones relacionales en torno a procesos sociales, económicos y políticos, ni siquiera los actores colectivos son tomados en cuenta y las revoluciones populares podrían borrarse de una vez por todas.
En el caso de Emiliano Zapata, quien fuera líder del Ejército Libertador del Sur podemos decir que esa mitología del salvador supremo se rompía constantemente pues el conjunto de relaciones sociales insertas en el periodo de la revolución del sur define las posibilidades de acción individual , no al contrario (Pereyra, 1976: 77) . Los lazos sociales que los zapatistas construyeron a través del compadrazgo y otras formas tradicionales de cohesión constituyeron lo que Salvador Rueda Smithers llamó una “guerrilla familiar”.
Dentro del propio zapatismo en sus distintas etapas, la acción de Zapata y los órganos revolucionarios develaron la relación reciproca constante entre la constelación de líderes locales y regionales que componían el zapatismo. Por ejemplo, en 1915, siendo Manuel Palafox, notable zapatista, encargado de la Secretaria de Agricultura, se combinó la labor de estudiantes de agronomía con las discusiones de los pobladores para hacer un arreglo definitivo sobre la tierra. La costumbre del pueblo discutiendo sus problemas permitiría afianzar y facilitar la repartición, comandada por Zapata (Gilly, 2011: 265).
Los principios que suscribirían los zapatistas y Zapata eran claros y quedaron plasmados de manera contundente en la Ratificación del Plan de Ayala fechada el 19 de junio de 1914 con las firmas de la plana mayor del zapatismo (Eufemio, Pachecho, de la O, Montaño, Barrios, Soto):
Considerando: que la revolución debe proclamar altamente que sus propósitos son un favor, no de un pequeño grupo de políticos ansiosos de poder, sino en beneficio de la gran masa de los oprimidos y que por tanto, se opone y se opondrá siempre a la infame pretensión de reducirlo todo a un simple cambio en el personal de los gobernantes, del que ninguna ventaja sólida, ninguna mejoría positiva, ningún aumento de bienestar ha resultado ni resultará nunca a la inmensa multitud de los que sufren.
A pesar de que la permanencia de la revolución del sur no alcanzó a transformar el Estado en el sentido que se habían planteado y destruyó momentáneamente relaciones de producción, formas de hacer política y la marginación de campesinos y subalternos, el zapatismo desarrolló órganos que le permitieron instituir actos revolucionarios y cambiar la historia de Morelos y de muchas otras poblaciones dentro del espectro de influencia de este movimiento.
El Cuartel General dentro de la historia del zapatismo representa la realidad concreta del funcionamiento del liderazgo revolucionario de Emiliano Zapata. Este órgano de dirección surge a fines de 1913 y principios de 1914 como sustituto de la Junta Revolucionaria (Espejel, 1995: 24). Se involucraron los intelectuales, jefes locales, voluntarios llegados de zonas urbanas y otros tantos personajes, pero aparentemente la condición dentro del zapatismo siempre fue probarse frente a la gente.
El Cuartel General se encargó de organizar la producción del grupo de “haciendas nacionalizadas, la distribución y consumo del aguardiente, la miel y el azúcar” (Espejel, 1995: 24) que en muchas ocasiones se decidía su destino preciso apelando al responsable de la zona de operaciones.
Algunas de estas pinceladas del liderazgo de Zapata, de las acciones revolucionarias y de los órganos creados nos llevan a preguntarnos, ¿si no fue la excepcionalidad o singularidad “histórica” de un hombre lo que sostuvo el zapatismo? ¿qué lo sostuvo?
Si las haciendas en Morelos eran la síntesis de la explotación/despojo y la tierra el centro de la vida, Zapata representaba la síntesis de los agravios y las esperanzas de muchos mexicanos de inicios del siglo XX. La “guerrilla familiar” que alude Rueda Smithers, sostenía la revolución del sur a través de la vida al interior de las comunidades: parentesco, amistad, obligaciones religiosas, respeto y solidaridad.
Son 100 años después de la traición y asesinato de Zapata. A la luz de los mecanismos y órganos que se construyeron bajo su liderazgo vale la pena reflexionar sobre quienes nos representan o liderean en nuestras organizaciones vecinales, organizaciones sociales, grupos académicos, partidos, etc. Cómo se toman las decisiones dentro de los colectivos a los pertenecemos, cómo se toman las decisiones en el gobierno, en las escuelas, en nuestras casas, en pareja.
¿Qué tanto nos acercamos al mito del salvador supremo?
¿Qué tanto nos queremos alejar?
¿Somos capaces de auto-organizarnos y procurarnos liderazgos firmes, congruentes y que a su vez produzcan mecanismos de participación incluyentes?