Han transcurrido casi once años desde la primera ocasión en que le vi la cara a la violencia, pero aún me sabe sorprender, algo bueno o malo según se mire. Podría ser un atisbo de que aún no está del todo pérdida la capacidad de conmoverme o de que aún no he visto lo peor que puede suceder con una persona que padece en su misma identidad la invasión ilegitima que se hace en su percepción de seguridad, en su confianza, y autoestima.
Iba a empezar hoy con un contexto de lo más jurídico, pero como recién comentaba a un amigo, en ocasiones escribir desde tales términos no aplica cuando una lo que quiere es expresar que está triste, que decepciona a cada tanto la condición humana que reitera su voluntad de destruir todo o a todos quienes le rodean, o peor a veces solo a quien no puede defenderse en forma alguna.
Hace poco también que alguien afirmaba: tratar con situaciones criminales ya sean derivadas de afectaciones sobre cosas o personas es igual. Algo parecido a decir que van de lo mismo, un fraude, la usura, la falsificación, el homicidio, las lesiones, la violencia… todo da igual y ha de conducirse por las mismas sendas. Una perspectiva errada y corta de miras si se toma en cuenta que en la política criminal del Estado democrático, los delitos en perjuicio de la integridad de las personas han de ocupar no solo la primera parte de los ordenamientos, sino la mejor y la mayor eficiencia en su atención. ¿Ve como vuelvo a esconderme detrás de mis discusiones y de mi jerga penal?
Lo que quiero decir es que no es suficiente, saber, hay que sentir también, hay que ponerse en el lugar del otro y preguntarse ¿Cómo querría yo ser protegida? ¿Cómo querría que se condujera una situación en la que mis seres amados fueran víctimas? Más allá, si el derecho penal se aplica cuando el daño está hecho ¿cómo evitarlo? Y para ello viene bien salirse de la dimensión jurídica y dirigirse hacia la prevención. Mirar por ejemplo los factores que inciden para la exteriorización de esa violencia y a los grupos más acuciantes a resguardar.
Hay quien piensa por ejemplo que los abusos que se gestan en las familias son tema de poca monta, pero no lo son. Pensemos en los niños y en las niñas sin ir más lejos, para ellos a quienes la violencia puede marcarles a lo largo de toda su vida y que no tienen capacidad de defensa, el oprobio se manifiesta hacia el futuro. El Informe Mundial sobre violencia de 2014 señala que un niño o una niña que ha sufrido rechazo, negligencia, castigos físicos o abuso sexual, inclusive aquellos que solo la presencian en casa o en la comunidad, corren riesgo de padecer depresión, ansiedad y en adoptar conductas antisociales.
Todavía más, ese riesgo se amplía hacia sus condiciones de salud, dado que son más propensos a morir a edades tempranas, a padecer enfermedades cardiacas, cáncer, VIH, a volverse adictos al alcohol y a otras drogas, a ser personas adultas con una vida sexual insegura.
Esto quiere decir, que no son los hechos criminales cometidos en su agravio, solo circunstancias que marcan su vida de forma momentánea o temporal, sus daños prevalecen irreversiblemente, de ahí que la aplicación de la ley si bien es cierto protege y sanciona la comisión de las violencias que se constituyen en delitos, también lo es que resulta imperativo ponderar el desarrollo de entornos familiares seguros, sanos, de buenas relaciones entre sus integrantes, de apegos nutricios, dado que son esos los que tienden a brindar mejores posibilidades para una vida plena.
Y eso no concierne solo al Estado sino a la sociedad en la que reside, en las personas que cuentan con una familia, que crían niñas y niños, en lo que se valora o no, en lo que se hace o no permisible, y por donde nunca habría de pasar ninguna de estas prácticas. Al fin y al cabo es el día tras día en cariño y responsabilidad lo que construye vidas memorables, al fin y al cabo, lo mejor no está en conducir bien la investigación de delitos terribles, sino en que estos, nunca tengan lugar a producirse. A más ver.
Twitter: @Almagzur