Hay algo peor que aquello que una vez dijo Galeano, acerca del miedo del hombre a la mujer sin miedo, y eso es el miedo de la mujer y el hambre en el que puede dejarse a sí misma. Para estas fechas en que volvemos a ser enaltecidas sobre todo en relación al maternaje, cabe decir que no todas le han elegido, porque no es el único camino. Lo que si es que todas, aún pareciendo las mismas somos cíclicas pero a medida que crecemos nuestras edades entran en un entorno muy particular de creencias, en un cuento especifico destinado a controlar entre otras cosas, la forma en que deseamos, el acceso al placer y el sexo mismo.
De jóvenes por ejemplo, el cuento dice que habremos de enamorarnos, y ese no es el problema, sino que el amor para nosotras está destinado socialmente a que otro acuda y nos conduzca, como dicen las canciones de amor, “que nos haga mujeres” o que nos haga sentir. Tenemos intermediarios como ve en esto del deseo, a diferencia de los hombres a quienes por el contrario se les proveen los medios y se busca su inicio en una sexualidad activa, mucho más autónoma y poblada de experiencias.
Pero si el mundo no se contenta entonces el matrimonio es la oferta obvia y así con mucha o poca conciencia sobre semejante paso, acudimos al altar, o al registro civil, o al rito que guste, así nos unimos a un compañero y en ese mismo torbellino acabamos en medio de la expectativa que los más cercanos tienen de esto, o nos brincamos el paso aunque el punto de todos modos implique estrenarnos en una maternidad. Lo bueno resulta cuando se comparten la crianza y las obligaciones, cuando el compañero es generoso, saludable y racional, cuando se divide el día a partes iguales para proveerse del mismo modo las noches placenteras. ¿Y si no?
Pues si no, eso es lo que hay, una conformidad, un discreto adiós al placer, una indiferencia perpetua a partir del engaño de que la madre no puede ser sexualmente deseada, como sagradamente anichada hasta el fin de los tiempos, vamos que como en el gato por liebre, pero acá es algo parecido a cambiar los orgasmos por salidas, perfumes o electrodomésticos. Aunque hay otras formas de negar este derecho al deseo, para ello se inventó la “promiscuidad” de la mujer soltera y la “locura” de la mujer mayor.
Y sin embargo, bien dice Clarisa Pinkola que aún en la más triste situación, hay un aspecto de la mujer que siempre es recuperable y que si bien está relacionado a su sexualidad no se limita a ésta. Es aquí en donde hay que afirmar que los cuentos se acaban, al menos aquellos que pretenden aleccionar a las mujeres sobre lo que sucede fuera de la seguridad de sus historias, porque hay vida más allá. Desde luego que se trata de una improvisación que en términos del deseo, del placer y del sexo requieren de que una se desnude. Que pueda librarse de todas las palabras que han caído sobre el cuerpo, las ajenas y las propias alguna vez escuchadas, si fuimos demasiado blancas, morenas, flacas, gordas, si tenemos marcas, tatuajes, cicatrices, si atravesamos la menopausia o si recién creamos a otra vida, nada de ello importa al momento de aceptar a ese, a este, el único cuerpo que se posee, que nos hace de resguardo evitando que se nos desborde el alma. Entonces el primer amor es hacia nosotras mismas.
Luego de salir de esas palabras, ahí en donde cada quien reside hay que buscarse un espacio propio, un tiempo único en el cual sanar, para poder actuar según nos parezca. Es difícil puesto que la enseñanza indica todo lo contrario, en tanto aquellas apuntan hacia apegarse a lo que sea, dígase aquí la tierra, la familia, las obligaciones, aquí se trata de caminar por sí misma, sin ser necesariamente útil, o buena, o generosa, por lo que también hay que protegerse no solo de los prejuicios tradicionales sino incluso de aquellos que adquirimos fácilmente al encontrarnos tan frágiles, además no tiene caso el apuro, sin importar lo que haga alguien vendrá seguramente a decirle que está mal.
Créame, inclusive las corrientes más liberales, incluso las que se afirman feministas pueden decirle que sí, que muy bien, pero que ya es hora de que decida sus rumbos, que bien se puede encontrar con una preferencia sexual distinta siempre y cuando lo haga por decisión “política” o que puede ser libre en tanto ya empiece a buscar con quien emparejarse, que a según qué edades eso de ser una misma deja de venirle bien.
Pero nadie sabe su camino personal como solo la mujer puede comprenderlo y no se trata de intercambiar unos prejuicios por otros, sino de encontrarse. Hay una verdad en todo lo descrito, el objetivo del deseo, los frutos del placer, el coito y cualquier otra práctica sexual son potestad personalísima de las mujeres y pueden vivirse sin que alguien nos traduzca el tipo.
Si algo he de desearle para el 10 y para todos los días que nos queden por atravesar, es encontrar ese espacio propio del que le hablo, esa intima comprensión de quien es, que quiere, que le gusta, como la mayor proveedora de una vida sexual plena, de una vida creativa en expansión, de unos sueños y un arrebol que nada ni nadie le puede quitar, aquí en la época en donde apenas la ciencia anda encontrando el secreto de nuestra capacidad para el gozo, le digo, que sabrán ellos.
Yo le deseo orgasmos y risas, a solas, con un hombre o una mujer, eso es cosa muy suya. Esa es su búsqueda y hay que defenderla, como a la alegría. A más ver.
Twitter: @Almagzur