“Quiero comerme el mundo en horas. Quiero hacer todo al mismo tiempo. Siento que el tiempo no me alcanza”.
Con voz pausada y tenue suelta frases Zunduri, mexicana, 23 años recién cumplidos, la “esclava de la tintorería”.
Pasó cinco años atrapada en una tintorería del sur de Ciudad de México sufriendo vejaciones que hielan la sangre y los últimos dos estuvo encadenada por la cintura.
A un mes de su escape, cuenta en una entrevista con BBC Mundo cómo día a día se aleja del horror y rehace su vida.
“Me incomoda mucho”
Suele mirar hacia abajo, empieza a hacer contacto visual con el correr de la entrevista, pasa el tiempo y sonríe. Hace chistes.
“Me cuesta trabajo entenderlo, salir, estar alrededor de la gente, que me volteen a ver, me incomoda mucho, mucho”, le dice a BBC Mundo.
“Al principio era peor, porque estaban recientes todas las heridas”, cuenta Zunduri, que eligió ese nombre tras fugarse, en honor a una amiga.
Zunduri, que en japonés significa “niña hermosa”, dice que es bueno contar su historia, pero también le resulta incómodo “volver a recordar, otra vez, otra vez, otra vez”.
Marcas en el pecho, zonas de la cabeza donde todavía no le crece el pelo, el andar cojeando… algunas de las huellas visibles del horror.
La quemaban con la plancha, le pegaban con fierros.
Lea: El escalofriante relato de Zunduri
Los médicos que la han tratado aseguran que nunca vieron algo como esto. Un cuerpo de veinteañera con órganos de ochenta.
Ha sido un mes de hospitales, tratamientos, declaraciones, reencuentros, novedades, planes.
De disfrutar el pasto contra el cuerpo y el sol en los ojos. De atiborrar con desenfreno el carrito en la primera ida al supermercado.
El producto predilecto: chocolate. En barra, en galletas, en helado.
El horror
Encerrada, presa de la desesperación, comió plástico, tomó el agua de la plancha.
Soñaba despierta con escapar y no encontraba la oportunidad, hasta ese día de abril que recuperó la libertad.
Pensó en suicidarse más de una vez. “Siempre algo me decía que no, que no lo hiciera”.
Enclaustrada, no perdió la fe pero se enojó con Dios, y le pedía que no la dejara sola: “Nomás que no me dejara sola”, pedía.
La dueña de la “Planchaduría Express”, Leticia Medina, está presa.
Allí recaló Zunduri cuando no tuvo dónde ir. Con la promesa de un salario, techo y comida aceptó trabajar en este local en Tlalpan, en el sur de la capital mexicana.
Medina -junto a sus dos hijas- era quien la maltrataba, le ajustaba la cadena a la cintura, no la dejaba ir al baño, no la dejaba dormir más que cuatro horas al día, le decía que no tenía derecho a hablarle, le mentía que su madre no la buscaba, engañaba a su madre con que Zunduri no la quería ver, que no estaba allí.
“¿Qué no le diría? Sí me gustaría verla más adelante a la cara. Que viera que realmente valgo, que ella decía que no valía, que nadie me iba a ver a los ojos, decirle: ‘Veme, estoy frente a ti y mira tú dónde estás’. Y de ahí en adelante que Dios la bendiga. Está donde tiene que estar”.
“Más que perdonarla, la disculpé. ¿Perdonarla yo? No soy Dios”, añade.
Su voz, sus palabras, no despiden el más mínimo rastro de odio ni venganza, pero confiesa que a veces repetir la historia le da rabia, que quisiera tenerla enfrente, “y no sé…”.
Tiempo, espacio y libertad
Durante los último cinco años su vida se confinó a un espacio reducido y a una salvaje monotonía.
Ahora tiene tiempo, espacio, libertad y posibilidades: “Hago algo diferente cada día. Me despierto y no sé qué voy a hacer”.
Va a empezar un curso de repostería, quiere dormir, comprar, conocer, viajar.
Y de hecho recibió sus 23, el 9 de mayo, viendo tango en Argentina.
“Hacía mucho que no festejaba mi cumpleaños. Me compraron un pastel y cenamos con Rosi”.
Rosi Orozco, dice, “es como mi ángel de la guarda”.
La presidenta de la Comisión Unidos Vs. Trata la acompaña desde los primeros días y la llevo a Córdoba a presenciar un evento para jóvenes contra la violencia y la esclavitud.
Se subió por primera vez a un avión y, por los problemas que la aquejan en las piernas, lograron que viajara en primera clase.
“El cisne negro”, “Nemo”, “Toy Story”, las películas con las que se entretuvo.
Zunduri no tenía la mejor de las relaciones con su madre, pero se arrepiente de haberse ido de su hogar y ahora poco a poco va retomando el vínculo.
Quiere dar un consejo a las jóvenes, “que no se salgan de sus casas, no tomen un rumbo sin rumbo”.
Vive ahora en una casa con una familia que se dedica a luchar contra la esclavitud y forma parte de un programa de recuperación de víctimas de trata.
En un futuro irá a su propia vivienda, ya le regalaron una, y también una computadora. Pero ella habla de un libro.
En la librería donde tiene lugar esta entrevista, recuerda una obra en particular.
Quiere volver a leer “Momo”, de Michael Ende. Lo menciona con insistencia.
El personaje, una niña huérfana.
El título completo de la obra es “Momo, o la extraña historia de los ladrones de tiempo y de la niña que devolvió el tiempo a los hombres”.
Repite Zunduri: “Quiero recuperar el tiempo que perdí”.
Fuente: BBC