POR: ITALIA MIRANDA
La verdad es que ir al cine, ver cine y disfrutar del cine es todo un arte. Hay una película animada, que no sólo me encanta, si no que además tengo una manía un tanto extraña: cuando decido verla preparo con anticipación un vaso de leche fría y un sándwich de cajeta, ¡sí, no puede ser de otra cosa! El momento culmen donde sabor y visión se mezclan es cuando Alicia llega con el Sombrerero loco, mi sándwich es saboreado con singular gusto y placer, siendo devorado en su totalidad cuando Alicia pierde el camino.
Lo sabemos, es raro, pero tengo un punto: el cine es una experiencia que involucra todos y cada uno de los sentidos.
Comencemos por lo básico: la fotografía. Hay que tener todo un conocimiento de iluminación, encuadre, paisaje, tomas, planos, secuencias y un gran etcétera. Sí, finalmente hay toda un ciencia detrás de esta empresa multimillonaria, pero aceptémoslo: la primera vez que vimos una película no teníamos ni la menor idea de qué carajo era un fotograma ¿Aún no lo sabes? ¡Cuidado!
Finalmente la imagen es lo esencial en el cine, nace de esta celulosa vital que logra capturar hasta 25 imágenes por segundo. Recordemos aquella primer gran producción del cinematógrafo ¡era tan sólo un cúmulo de unas cuantas imágenes de trabajadores saliendo de una fábrica! Ahí nace, y aunque hoy podemos ver al mundo destruyéndose, niños haciendo magia, guerras épicas entre especies inexistentes, barcos hundiéndose, mundos sobrenaturales y hasta extraterrestres en bicicleta; les puedo asegurar que nada sorprenderá más que aquella primer función en la que los espectadores salieron corriendo al ver cómo un tren se acercaba a la audiencia.
El olor, aunque presente actualmente en las salas carísimas mejor conocidas como: “aún no he ido pero me han contado que…” (perdón amigos, lo tenía que decir), encontramos butacas novedosas que producen efectos aromáticos según el momento que se viva en la cinta. Por ejemplo: hierbabuena y romero para los momentos de crisis, y flores en escenas románticas; finalmente todos queremos saber con exactitud los olores de la fábrica de chocolate de Charlie ¿no?
Sin embargo, no podemos dejar de lado aquellos olores tan característicos del cine a lo largo del tiempo, por ejemplo: la fragancia a cinta quemada cuando el famoso cácaro estaba un tanto distraído, el tufo de una sala sin ventilación (¡uff!), esa mezcla entre comida casera, cigarro y torta que era más que típico cuando las normas de las salas de cine eran mucho menos estrictas y por supuesto la mantequilla derretida sobre el maíz tostado.
De la experiencia sonora ¿qué podremos decir? Desde los violines que simulan puñaladas en la escena de la ducha de Psicosis, hasta los Soundtrack, los diálogos y los silencios de cada una de las famosas cintas del Maestro del Suspenso, Alfred Hitchcock, nos hicieron revolcar todas las emociones en un asiento de cine para salir con los pelos de punta.
Muchos creeremos que si el cine no se ve a través de los ojos no tiene mucha razón de ser, teóricamente sí, pero intente poner en su casa El Exorcista, baje todo brillo de su pantalla, cierre los ojos ¿Qué tal? ¿Apoco su imaginación no va recreando las imágenes? Algo similar pasa con las películas audiodescritas, las cuales permiten a personas con debilidad visual saber lo que ocurre en la cinta a través de la descripción de escenas y acciones de los personajes.
El gusto, entiéndase comida. Hay películas saladas y dulces, de café o refresco, pizza o panini. No es lo mismo ver una película francesa con palomitas y refresco que con pizza y vino tinto. Ese delicioso lugar al que yo llamo los dispensadores de felicidad gastronómica –nada baratos- resultan un éxito puesto que el género de la película determina eso que queremos degustar mientras disfrutamos; acción: palomitas, infantil: caramelos, romántica: café y pastel, culto: pizza y vino y para rematar, el gusto culposo: todo aquel aperitivo que cabe en un bolso o un bolsillo de pantalón, aplastado pero sabroso.
Sin olvidar todas aquellas películas que nos afectan el estomago tanto para bien: Ratatouille, Como agua para chocolate, Julie & Julia; como para mal: El Perfume, El Ciempiés Humano o Irreversible.
Acercándonos más a la experiencia háptica, llegan las salas 4D que nos permiten sentir la suave brisa, una ligera lluvia, el jugueteo de burbujas, y uno que otro evento climático. Aunque también a través del tiempo hemos visto grandes avances en la estrategia del tacto entre espectadores dentro de la oscuridad de la sala ¿quién no ha visto a unos tórtolos en el último rincón obedeciendo las escenas románticas y algo más?
No se diga aquellas ocasiones en que llegas tarde con los alimentos en mano y además, ahora con esto de la numeración de asientos, tu lugar está justo en medio de la fila. Es todo un reto no tocar algunas cabezas y disculparte por todos los pisotones, patadas y molestias que pudiste causar.
No podemos dejar de hablar de Amelie y las ganas que dan de meter las manos en los costales de semillas; Ghost y el arte en barro, por mencionar un par.
Como en todo, hay que ir visualizando el futuro así que hay por ahí un marca que ya está invirtiendo en una patente bastante revolucionaria que dirigirá pulsaciones electrónicas a determinadas áreas del cerebro para que el público pueda percibir no sólo olores sino también sabores y texturas.
Sólo me queda decir ¿que pensarían los hermanos Lumière de todo esto?