La gente
cuenta historias raras y vive vidas todavía más extrañas. Las primeras las hace
como le hubiera gustado que su vida fuera; las segundas por lo común, las
vuelve como se supone que jamás las haría. Y lo que digo: si así son las cosas,
mejor será que cada cual viva como realmente le dé la gana, porque se diga lo
que se diga, lo cierto es que, quienes a vivir con plenitud y congruencia se
dedican, ni tiempo tienen de contarlo, a no ser claro, que de eso vivan.
Si alguna
vez te viene en gana contar a otros que todo en tu vida ha sido como a ti mismo
te hubiera gustado que fuera, detente. Poco importa el relato de lo sucedido,
si antes no se ha sacado de lo vivido aprendizaje alguno. Porque el proceso de
hacerlo, apenas comienza con el darse cuenta de lo vivido, más siempre habrá de
permanecer pendiente, si el recuento de lo sucedido no se traduce en un modo
distinto, claro y efectivo de hacer todo, mejor de lo que hasta ese momento se
ha logrado. Hasta entonces, digamos lo que digamos, se está virtualmente en la
misma posición de quien recién ha confrontado sus creencias con la experiencia
propia de vivir.
Quién
carajos te crees para venir a decirnos cómo vivir si no has resuelto ni la
mitad de lo que deberías –me han dicho muchas veces cuando me da por tocar
estos temas, lo mismo por escrito que en vivo. Y aunque es fuerte la tentación
de decir por vanagloria, cualquier cosa que me adorne. Cabe aclarar que cuando
comparto lo que aquí describo, no hablo en lo absoluto, de vivir de tal o cual
modo, porque en realidad, en aquello de vivir, cada cual se lo curra como mejor
puede o le parece. Más no puedo pasar de enfatizar que la distancia entre todo
aquello en lo que decimos creer, y lo que en realidad hacemos, se halla en
íntima relación con todas esas circunstancias que han vuelto nuestro mundo ese
sitio hostil y oligofrénico tras del cual, muchos se llagan a sentir –aún si no
lo dicen–, vulnerables o ajenos a cualquier responsabilidad social y dispuestos
por ello mismo, a transgredir incluso a quienes no conoce.
¿Miedo,
hartazgo o desidia? Tal vez; ¿Será que todo es cosa de permanecer siempre lo
más cómodos posible, libres de mortificaciones? Francamente no lo creo; Que
nadie tiene la menor idea del por qué y para qué es que estamos realmente aquí.
Puede ser. Lo que es más, justamente por eso es que creo que, a eso y no otra
cosa es que venimos al mundo, a descubrirlo; Que si es todo un maldito valle de
lágrimas, como si es bello y maravilloso y no hay en realidad, razón alguna
para preocuparnos. Eso lo decide cada quien. Pero lo cierto es que –se crea lo
que se crea–, con más frecuencia de lo que sospechamos, todos invariablemente
nos hemos visto confrontados al dilema de no hacer ni la mitad de lo que se
supone pensamos.
Ojo, no
será cosa de engañarnos a nosotros mismos, lo fuerte no es que exista un mundo
de distancia entre lo que decimos o creemos que pensamos, y lo que en realidad
nos atrevemos a realizar, tanto como que la más de las veces, no tenemos claros
los efectos que dicho dilema acarrea. Lo que es más, buena parte de todo lo que
realmente hacemos, así como de sus resultados más inmediatos, se halla signado
por la incertidumbre de no saber en qué modo salir de dicho entrampamiento.
Somos para decirlo claramente, menos juiciosos de lo que creemos de nuestro
presente por lo que realmente es, que por lo que la vida ha sido en otro
tiempo, y ni que decir del futuro.
De ahí
que vivamos con frecuencia, exculpándonos –no sin cierto atisbo de idiotez–, en
la falsa expectativa de reconocer lo vivido a partir del presente, o el futuro
dando por descontado lo porvenir. El problema es que de ese modo, se tiene
pocas o nulas posibilidades de asumir la responsabilidad de hacernos cargo por
lo vivido, y estar por ello mismo, dispuestos a reparar nuestros tropiezos. Lo
cual, si bien puede ser en apariencia tranquilizador, garantiza también, que
nuestras contradicciones permanezcan en modo indefinido, frenando cualquier
posibilidad de crecimiento y liberación.
***
La vida
es un continuo estado de emergencia, donde cada acto, pone a prueba nuestra
capacidad para afrontar el reto de existir, de modos muy diversos y usualmente
divergentes de los que alguna vez imaginamos hacerlo. De ahí que ningún momento
pasado o presente se parezca entre sí. Del mismo modo que darlo todo, no sea
sólo una opción plausible, sino antes bien, un recurso personal ineludible en
el esfuerzo de hacer de nuestros días, una experiencia permanente de
aprendizaje y crecimiento, donde la más relevante de nuestras opciones
individuales, se manifieste en una reciproca integración con la comunidad y el
reconocimiento del bien común como umbral de nuestro propio bienestar.