Alcohol, drogas, yates y chicas: la vida de un mirrey de 20 años

Uncategorized

Una noche cualquiera, en una discoteca de Barcelona, salí a fumar a la calle gracias a la Ley Antitabaco y escuché, con un acento muy repelente, a un niñato que gritaba al portero: “Tú no sabes quién es mi papá. Voy a comprar este sitio y te pondré a limpiar los toilets”. Lo acababan de echar de su reservado.

Era un “mirrey”.

Ellos no tienen dinero: tienen mucho dinero.

Y les gusta restregárselo al mundo a través de las redes sociales. Por esto son también el objeto de las iras de medio mundo pero, sobre todo, de un país —México— en el que la corrupción, la violencia y la desigualdad, son la nota (la neta) dominante.

Tienen la vida solucionada. Blancos, mexicanos, veinteañeros, varones, llevan hasta el tercer botón de la camisa desabrochado. La “camisirri”, de tonos pastel. O estampados de Burberry tamaño gigante, para que no quepan dudas. Las gafas, Carrera o Persol. Pelo para atrás, medio largo. Conducen Ferraris 458 Italia o Maseratis Granturismo.

Se hacen llamar los “mirreyes”. Por Mi Rey. Lo de “fresa” ya ha quedado demasiado rancio. La neta, “papawh”. Ellas, en un segundo plano, son las “lobukis”. Las lobas beta de los chavos alfa con dinero de sus “papilords”. El arén de los niños que se duchan con Moët & Chandon.

Donald Trump puede meterse con los mexicanos, insultarlos. Pero no puede hacer nada contra un mirrey que se le ríe en la cara mientras se deja 20.000 dólares –a base de American Express black– en un casino de Las Vegas con 20 años. Y luego coge el jet y vuelve a su casa –mansión– de las Lomas de Chapultepec en el DF. Igual que las de Trump. Al día siguiente, el “mirrey” irá a la universidad en helicóptero. Y encima, tiene los huevos de colgarlo en Instagram.


Se da un fenómeno curioso: la gente no puede dejar de ver sus fotos en yates, en jets privados, en pool parties que ni Hugh Hefner… De cara a la galería se dice que qué importa la vida de unos niñatos neorricos, habiendo problemas más graves. Pero en la intimidad se produce una especie de admiración que crece a medida que crece la repulsa.

Y das click a la siguiente foto de este Tumblr tan maravilloso: una especie de Rich Kids of Instagram, de Dan Bilzerians a la mexicana. Quieres ver más. En el fondo, te gusta, pero tu moral te dice que no. Que te encantaría estampar la palma de tu mano con sus cinco dedos en esas caras imberbes y decir: “Espabila”.

Los mirreyes son la generación desaprovechada de México. Teniendo todos los medios a su alcance para darse la vida padre y al mismo tiempo aportar algo a su país, hacen todo lo contrario: se dan la vida padre y proyectan una imagen del México más descarnado.

La ostentación de su estilo de vida es un torpedo en la línea de flotación de la cultura del esfuerzo y así, animan a más de 22 millones de mexicanos que viven en la pobreza extrema a un modelo de éxito autodestructivo: el dinero fácil. Los “mirreyes” son,  en numerosos casos, hijos de multimillonarios que se han enriquecido con el narcotráfico y a través de corruptelas políticas. Ellos continuarán el negocio familiar en el poder.

A los 22 millones de pobres se suman 66 que no llegan a comprar la canasta básica. En Europa, esto serían 88 millones de personas bajo el umbral de la pobreza. Los mirreyes no llegan a 150.000, según WealthInsigh.


Los hijos de altos dirigentes del PRI, el partido del Gobierno, o incluso de líderes sindicales de grandes compañías como CEMEX, han sido pillados haciendo el ganso en diferentes en México y en diferentes lugares del mundo.

Como cuenta El Confidencial, el hijo de un alcalde del PRI se mató al caer por un balcón en Londres mientras tenía relaciones sexuales. O la hija de Humberto Benítez Treviño, presidente de Profeco (Procuraduría Federal del Consumidor), que hizo cerrar un restaurante porque no le dieron la mesa que ella quería.


En los hoteles de Europa cada vez los quieren menos.  Los destrozos son incalculables. Creen que pueden hacer lo que quieran, porque sus padres les protegen. Y seguirán ostentando, es su manera de protegerse. De marcar quién tiene y quién no. Quién está arriba y quién está abajo. Quién es intocable. Y no por pobre, como en la India. Sino por todo lo contrario.

La ostentación de su estilo de vida es un torpedo en la línea de flotación de la cultura del esfuerzo

Con información de: Playground Magazine

Compartir ésta nota:
Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp