Aún existe una gran segregación a la mujer en muchas áreas, no se valora el trabajo de ellas al mismo nivel que el de los hombres y, en el caso de los restaurantes, hoteles y demás negocios turísticos, esto se acentúa, donde a las mujeres sistemáticamente se les impide superar los empleos de intendencia y mantenimiento, advirtió Carmen Miranda, la potosina que participa actualmente en el reality show Master Chef.
“A eso, se debe sumar el clasismo y racismo que inevitablemente se hace presente en esta y otras actividades, incluso en el programa pudimos ver eso, ya fuera consciente o inconscientemente, la mayoría de los que fueron siendo seleccionados y pasando los filtros eran gente con extracción socioeconómica media alta o alta. Personalmente creo que eso fue algo que no se cuidó”, puntualizó.
Aparte, prosiguió, “por lo menos en mi caso, se omitió un tema de mi vida personal que la verdad considero vital: mucho de lo que he hecho o logrado, incluyendo el haber llegado a la fase de los 18 en el programa, además de mi familia, se lo debo a mi pareja, Sandra, una mujer que me ha apoyado, sostenido, a veces levantado. No sé por qué, si acaso es una cuestión moralista, pero mientras que a los demás participantes les acentuaron la cuestión familiar y sentimental, a mí es como si la hubieran querido esconder, cuando yo jamás la he ocultado”.
Sus inicios, en Playa del Carmen
Yo estudié en la UVM pero me tuve que dar de baja por problemas económicos. Tenía media beca, pero ni así alcancé a pagar; me retrasé un mes y me la retiraron, y mucho menos pude pagar la cuota completa mensual. Así, vendí uno de mis violines y me fui a vivir a Playa del Carmen, donde empecé a trabajar en un restaurant.
El lugar se llama Le Chic, en el hotel Azul Sensatori, de cinco diamantes, a unos minutos de Playa del Carmen: “desde ahí me di cuenta del machismo tan aplastante que se vive en el mundo de la alta cocina. Sólo éramos dos mujeres y, la verdad, las situaciones asemejaban mucho al bullying, algo de no creerse en un lugar que se supone sería más profesional. Los hombres en la cocina simplemente no soportaban que estuviéramos a su mismo nivel, no nos querían enseñar nada. Entiendo que uno debe empezar en esto desde abajo, haciendo trabajos sencillos, pero la verdad fueron cuatro meses muy difíciles”, narró.
Agregó que “tan así fue que, al final, cuando salí de ahí, los jefes de cocina se negaron a darme una carta de recomendación. El hotel sí me la dio, porque de mi desempeño jamás pudieron quejarse, pero pues no es igual. Entre las cosas que aprendí, porque a pesar de todo cuando quieres aprender, aunque sea viendo, algo pescas, fue el saber hacer producciones masivas en corto tiempo, organización, distribución del trabajo. También la higiene, porque en un restaurant de alto perfil como ese se revisa hasta el más mínimo detalle; hay tablas especiales para cortar diferentes cosas, para no mezclar sabores, es algo muy cuidadoso. Cada fin de semana, nos ponían a limpiar con palillos de dientes cada rincón de la cocina”.
Después de ahí, recordó Carmen, al regresar a San Luis, quiso buscar el modo de financiar un negocio propio, pero luego de darle vueltas y ver lo que más se consume en la ciudad, se dio cuenta que no está la capital preparada para una gastronomía demasiado complicada, tanto por el costo como por los gustos de la gente.
Recetas familiares: recuperación, ensayo y error
“Fue cuando junto con uno de mis hermanos nos pusimos a tratar de reproducir la receta de una de mis abuelas para hacer tamales. Nada demasiado complicado, tamales tradicionales, pero que queríamos hacer con guisos diferentes a los que se hacen normalmente. Todos vemos que hay tamales de lomo, picadillo, a veces rajas con queso, y los de dulce simplemente son azucarados y con pasas o coco”, dijo.
Su plan, indicó, era usar otra cosa, principalmente basándose en lo que había en el campo cuando su abuela los hacía. “En zonas rurales pobres, hacer un tamal con carne de puerco sería demasiado costoso, por lo que mi abuela usaba carne que había a la mano, principalmente guajolote, y en cuanto a los tamales de dulce, primero hacía mermeladas y dulces de pitaya y biznaga y luego los ponía dentro de los tamales. La gente come lo que hay, donde hay, y creo que esa es la manera auténtica de hacer tamales. Cabuches, nopales, tunas, garambullos, son lo que esta tierra nos da·, puntualizó.
Siguió: “Nos tomó un año preparar todo: los guisos, los dulces. Las recetas típicas de mi abuela eran los de biznaga y el de frijoles con comino. Parte de lo que quisimos hacer diferente fue hacerlos con maíz azul o morado y, aunque al principio tuvimos mucho éxito tanto en la casa como en nuestra primera locación, fue en algunas paradas de camiones, luego en una panadería nos dieron oportunidad, y conforme fue pasando el tiempo vimos que, aunque a la gente le parecía novedoso comer tamales azules, a otros les empezó a dar temor de que fueran tamales echados a perder. No sabemos cómo surgió ese miedo, pero pues mejor cambiamos la cantidad de maíz azul y ahora lo hacemos de maíz blanco, para evitar problemas”.
Pero también ahí vieron lo dura que es la competencia, lamentó, pues cuando quisieron ponerse frente al hospital del seguro Cuauhtemoc, los tamaleros que llevan en eso hasta 25 años, y que no estaban muy conformes con más competencia, llegaban incluso a tirar todos excrementos de perro en donde sabían que nos acomodábamos: “era muy duro y, la verdad, ni cómo enojarse, todos hacíamos lo que podíamos para tratar de salir adelante”, destacó.
“Ahí sí preferimos mejor quitarnos, y aún así la clientela nos siguió”, presumió.
La familia, muy importante
Carmen es la penúltima de seis hermanos, y todos de una manera u otra tratan de ayudarla, “incluso mis cuñadas”. “Tengo una sobrina de 10 años que ya parece que se quiere quedar con el negocio, porque hace tamales con una gran facilidad. Mi hermano menor me apoya también; él tiene una escuela de robótica y mecatrónica, algo muy pequeño pero con mucho futuro”, contó.
“Una vez hizo un proyecto con el Tec de Monterrey para un concurso, incluso yo le ayudé en algunas cosas, y no ganó, pero el Tec de Monterrey sí le plagió descaradamente sus planes de trabajo, de instrucción y demás, y gracias al trabajo no reconocido de mi hermano, el Tec de Monterrey potosino se ha estado llevando en los últimos años premios en certámenes internacionales de robótica. Es muy injusto, pero pues ¿quién le gana una demanda al Tec?”, criticó.
Cuestiones de pareja, difíciles por la distancia
Añadió: “mi pareja, Sandra Oviedo, es una reconocida fotógrafa. Ha trabajado aquí en San Luis, en Estados Unidos, específicamente en Chicago; ahora trabaja en Guadalajara en el Teatro Diana, un empleo que muchos le envidian por todo lo que se ve ahí, y eso debo decir que por momentos dificultaba nuestra relación. Me lleva cinco años de edad, de hecho, aunque nos conocemos desde mucho antes, desde que todavía estaba yo en el Cobach, no fue sino hace un tres años que comenzamos a salir como pareja estable”.
“Y al principio sin duda que la edad fue una barrera. Ella ya había pasado por muchas cosas en su vida y rechazos por su preferencia sexual; tomaba las cosas muy diferente de cómo las tomaba yo, más joven, y que hasta unos meses antes de conocerla tuve un novio y que mantuve oculta mi preferencia a mi familia por más tiempo. Posiblemente por eso hasta hora es que podemos mantener nuestra relación, porque, mucho o poco, ya maduré suficiente para poder llevarle el ritmo a ella”.
Y es que, comentó, una de estas cuestiones era su autoestima, y tomó tiempo que sus familias las aceptaran. “Yo la respeto y la amo por su enorme paciencia, porque me aguantó muchas tonterías que hubieran hartado a cualquier otra persona. Ella me acompañó todo el proceso de selección, a pesar de que tenía trabajo. Prefirió quedarse conmigo para darme ánimos, para mantenerme con una moral fuerte. Es increíble”.
Fuente: Jornada