Mara Romero es una “Santóloga” desde que tiene uso de razón. La poeta y narradora asegura no recordar su primer beso, pero la primera vez que vio al enmascarado de plata en la pantalla no se le borra de la mente. El flechazo sucedió en la matinée de una sala de cine de Ciudad Obregón. Sólo tenía nueve años.
Ese “extraño y plateado amor” ha marcado la vida de la sonorense. Incluso la llevó a cambiar su nombre: fue bautizada Guadalupe pero ella decidió llamarse Mara, igual que una vampira que besaba al Santo en aquella película.
Muchos años más tarde, Romero se convirtió en una de las compiladoras de un libro colectivo que es una ovación al actor y luchador; al “James Bond mexicano”, como lo llama su admiradora.
Santo y seña. Relevos literarios sobre el Enmascarado de Plata surgió de una conversación informal en un encuentro de escritores en Hermosillo. Mara se dio cuenta que no era la única obsesionada con el Santo, y junto con el narrador Miguel Ángel Avilés, decidió lanzar una convocatoria abierta de textos sobre su ídolo.
Recibieron trabajos de todo el país incluso de Sudamérica, y finalmente eligieron 30 autores de ensayos, crónicas y poemas sobre “el pancracio mexicano”. Entre ellos, Daniel Téllez, Roberto López Moreno, César Benítez, Armando Alanís, Raúl Antonio Cota, Fuensanta Zertuche, Dan Lee y los propios compiladores.
“Es un héroe que nos hace mucha falta. Era un hombre bueno que, si viviera, seguramente estaría luchando contra los políticos corruptos o los Caballeros Templarios”, dijo Romero durante la presentación del libro, este jueves en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia.
La narradora leyó su crónica El Santo, donde narra cómo se enamoró del plateado y cómo llegó a conocerlo, siendo todavía una niña. El esperado encuentro sucedió gracias a una carta de indignación que Mara envió a una revista de lucha libre, donde “humillaban a mi enmascarado y criticaban sus películas”, contó.
“Después de varias semanas, estaba yo jugando canicas en las afueras de mi casa, cuando una llamada paralizó mis sentidos. Mi padre me informó que al teléfono estaba el Santo, y que quería hablar conmigo”. El Santo agradeció a la niña por sus palabras, que había leído en aquella revista, y la invitó a conocerlo a la Ciudad de México.
La cita fue “en un lugar llamado Coloniales el Santo, que era una tienda de muebles que el Sr. Santo alternaba con su profesión de cortar cabelleras, cosa que jamás me hubiera imaginado. Me consternó en principio la imagen de ver a mi obsesión vendiendo un comedor, un refrigerador o algo por el estilo. Afortunadamente no sucedió”.
Esta y otras crónicas de Santo y Seña se pueden leer en un adelantofacilitado por el Instituto Sudcaliforniano de Cultura, editores de la primera edición del libro que está cerca de agotarse.
Fuente: Milenio