Los (perversos) efectos colaterales de las habladurías trumpeanas

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Cuando de nacionalismo hablamos, los mexicanos tenemos la piel muy delgada. Recuerdo que en alguna ocasión una de las ediciones australianas de Big Brother hizo lo que aquí se interpretó como mal uso de la bandera de México en una actividad más lúdica que otra cosa. Después de eso, los portales noticiosos se incendiaron en exigencias de que el gobierno nacional reclamara a su similar australiano por el hecho.

Más recientemente, ante un anuncio de Burger King en España donde se ofrecía una hamburguesa Tex Mex y el personaje ‘Mex’ era un estereotipo de luchador mini, el país se movilizó para obligar el retiro de la publicidad, y no sé si incluso del producto. Y es que aquí no hemos de tener estereotipos de los españoles, supongo (aunque la memoria de los shows de Héctor Suárez me insista con lo contrario).

Por supuesto, en todo esto hay mucho de hipócrita, pues nos envolvemos en la bandera nacional para exigir al extranjero malvado que deje de injuriar a nuestra patria, pero luego no somos congruentes cuando se trata de erradicar las actitudes discriminatorias y hasta racistas con algunos de nuestros connacionales, y menos salimos a exigir la construcción de un mejor país en los renglones que más importan. Como que nuestro patriotismo no llega hasta allá.

Pero más allá de eso, parece ser que las declaraciones estúpidas –lo siento, no hallé una palabra más precisa– de Donald Trump están reclamando su lugar como reina madre de todas las injurias a nuestro país que nos apresuramos a reclamar por todos los medios.

En ello cometemos un gran error, pues tanta reclamación no ha hecho sino darle gran notoriedad al asunto y al personaje en cuestión, al triste grado de que hoy aparece como uno de los grandes favoritos (si no es que el favorito) para hacerse de la candidatura republicana a la presidencia de Estados Unidos. Le ha pasado como al Padre Amaro con la Iglesia Católica.

Peor aún, al asumir el excéntrico magnate el papel de Masiosare (el extraño enemigo), ahora convertimos a todo aquél que le ‘responda’ en héroe nacional, dando una fuente facilona de legitimación social a quien se aviente con algo tan básico.

De esta manera, si el Slim que monopoliza medio país y nos vacía la billetera con altísimas tarifas telefónicas sale a cortar relaciones de negocios con Trump, lo ensalzamos y lo convertimos en un nuevo Agustín Melgar. Algunos hasta se enorgullecen de decir que, comparado con Slim, Trump es un pobretón. Cómo si la fortuna de Slim y la profunda y creciente disparidad en este país no fueran más bien un problema. Raciocinio más imbécil de exaltación de lo indebido no recuerdo desde la película de ‘Salvando al Soldado Pérez’ o la serie de programas ‘Shore’.

La fórmula, que como ven es más bien simplona, la han seguido próceres de la patria como Emilio Azcárraga, Paulina Rubio, Pitbull, y si la cosa sigue así el hellboy de Atlacomulco no tarda demasiado en hacerlo, a ver si se nos olvidan Tlatlaya y Ayotzinapa y (ahora sí) aplaudimos. Esas son las consecuencias de tener una interpretación tan boba de lo que es hacer patria.

 

Twitter: @leonhardtalv

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