¿Cómo puede decirse que Colosio fue el más democrático de todos los Presidentes que México jamás llegaría a tener, si en la base misma de esta presunción se halla la creencia de que de no haber sido muerto, este hubiera llegado –evidentemente por dedazo–, sí o sí al poder? Tan normalizada y extendida se halla esta idea, que incluso hay quien llega al absurdo de aceptar sin mayor examen, que fuera el propio Salinas quien lo mandó matar, –ofreciendo para como prueba, ese incendiario discurso que su propio peón pronunció 17 días antes de ser abatido.
Y lo que digo: ¿Que acaso no está lleno ya de todo ese vende humo nuestra política?; ¿de personas que dicen una cosa y hacen finalmente otra? Es cierto, especulaciones puede haber muchísimas en todo sentido, sí pero, ¿cómo negar lo que se es bien conocido? Que a la muerte de Colosio, el propio Salinas enfrentó serias dificultades para consolidar una candidatura sustituta que satisficiera simultáneamente, requisitos tales como permisibilidad de carácter y aceptación social mediática en una misma persona.
¿La razón? Dicen algunos; no poner en riesgo la estabilidad de los cambios estructurales que se venían operando hacía una década. Otros más, sin embargo, sostienen, tenía como objetivo obtener garantías personales, de que no se vería políticamente perseguido una vez que hubiera salido del poder.
Asimismo, es también conocido por muchos, que dado el impedimento legal que pesaba sobre todos los integrantes del gabinete para tomar la estafeta de candidatos, sumado al muy notorio protagonismo que la figura de Manuel Camacho Solís había tomado en aquella época, a raíz de las negociaciones establecidas con el EZLN en Chiapas, este último era visto según la opinión pública, como el sucesor lógico y natural del candidato asesinado. Cosa que como ya se sabe, jamás ocurrió.
En última instancia, ¿cómo ignorar también, que si había a quien conviniera en todo caso que el peón de peones de los tecnócratas priistas, –en aquella época, llamado “el grupo compacto”–, fuese orillado a salir del escenario político, así fuese de manera abrupta, era a los muy numerosos y disímiles intereses que se habían ido creando, en torno a quienes resultaban directamente afectados por las medidas estructurales impulsadas desde 1986? Y las cuales supusieron un cambio sin precedentes en un modelo económico orientado al interior, –el de Sustitución de Importaciones–, cuyo desmantelamiento, llevaba siendo seriamente discutido por los círculos de poder, desde el inicio del periodo de José López Portillo.
Medida que se dejó provisionalmente sin efecto, cuando el boom de la bonanza petrolera terminó encandilando a nuestra clase política, siempre tan ávida de llenarse los bolsillos lo más rápido y al menor esfuerzo posible.
¿No se supone también, –según la creencia popular–, que Salinas fue por aquel entonces el mismísimo “amo del poder”, que hizo y des hizo a diestra y siniestra? Porque si ese es el “amo del juego”, al que más de uno atribuye la razón de todos nuestros males a partir de 1994.
Parece en todo caso, un jugador muy malo, como para ver que un simple asesinato llegue en un sólo movimiento, a desestabilizar la solvencia de su mano todo ganadora. ¿Qué había muchos más queriendo jugarle al vivo en aquella coyuntura histórica? ¡Claro! –como toda la vida cuando de una sucesión de poder se trata. Sólo que dudo mucho que la misma tuviera que ver, con ese supuesto beneficio personal que se le atribuye al tan desprestigiado ex presidente de México.
Que para la de posibles conspiraciones haciendo de nuestro mundo un chiquero, la mata ha sido siempre muy abundante, e incluye una interminable lista de culpables, que lo mismo van desde los Estados Unidos, Rusia, China, la CIA, el FBI, la Iglesia, los masones, o el empresariado (nacional o extranjero), pasando por Castro, la Mafia, los mayas, los brujos de Catemaco, los reptilianos, los extraterrestres, Rockefeller y los Rothschild, el Club de Bilderberg, la Hermandad de Bohemia, los Illuminati o su supuesto Nuevo Orden Mundial, y cualquier otra cosa que nos dé la gana.
Y si bien intereses hay de todo tipo en el mundo por muy diversos motivos, yo me pregunto: ¿Por qué entre toda esta vorágine de supuestas responsabilidades reales o imaginarias de nuestra historia política, muy rara vez nos atrevemos a considerar o revisar con seriedad, el impacto colectivo que las creencias populares tienen sobre nuestros modos de vivir? Porque, de este episodio histórico, se puede llegar a escribir lo que se quiera, tanto a favor de una cosa, como en contra de esta. Pero vamos, por trillado que parezca, a veces, la realidad supera cualquier ficción.
Con lo que me sirvo para decir lo siguiente: Eso de Colosio como arquetipo de un hombre honesto y valeroso, que por azares de la vida termina convertido en mártir de la construcción de un régimen democrático, –por el que en vida hizo realmente muy poco, por no decir que absolutamente nada–, parece más una novela de vaqueros, que un argumento sólido para el análisis del mundo en el que vivimos. Porque si de personas que hayan hecho mucho por la democracia se trata de hablar, es necesario decir que es muy ingrato lo que nuestra indiferencia y olvido han hecho por el recuerdo de su lucha, al ubicar entre sus filas, a quienes en otro momento fueron los representantes mismos de ese sistema autoritario por el que dieron su vida para erradicar.
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Pd. En el mundo permanecen sin duda, muchos temas cuyas razones se desconocen. Sin embargo, atribuir a nuestros problemas políticos o materiales más serios, motivos ligados a poderes fácticos ocultos en las sombras, y cuya esfera de influencia escapa fuera de toda proporción, a cualquier posibilidad de supervisión, y o control social, es más el síntoma de una sociedad psicótica, carente de esperanza, y a la espera de que un golpe de suerte, le devuelva el encanto de todo lo que considera fuera de su alcance, por medios propios, que el reflejo consistente de una realidad a través de la cual explicar, las limitaciones que históricamente han dejado sin efecto nuestros propósitos.