Astrolabio
Roberto Bolaño escribió a lo largo de varios años de su vida una historia extraordinaria que se publicó después de su muerte: 2666 es su nombre y ha sido aclamada por la crítica literaria por ser una novela total. Es una misión imposible abundar sobre los múltiples argumentos que construyen la obra o definir inequívocamente el hilo conductor de la misma, pero si pudiera arriesgarse una idea rectora de la trama, me atrevería a sugerir que es el mal absoluto que se documenta en el asesinato desquiciado de cientos de mujeres en Santa Teresa, trasunto de Ciudad Juárez, y sitial ubicuo de una brutalidad sórdida.
Bolaño narra buena parte de los crímenes dando identidad, nombre, apellido, origen, edad, forma en la que fueron encontradas, y en una palabra una historia de vida, cercenada por la maldad de quien o quienes se las arrebatan, y luego por la violencia institucional de quien sólo las visibiliza en números fríos e imbéciles que poco, o nada dicen. En peores casos niegan la realidad.
Así está ocurriendo en San Luis Potosí.
Una mujer madura que aparece estrangulada en un hotel del Centro Histórico a dos cuadras del Edificio de Seguridad Pública y la Procuraduría General de Justicia; una casi niña de 16 años asesinada a balazos casi al mediodía en un mercado que se encuentra a dos cuadras de la Dirección General de Seguridad Pública Municipal; otra jovencita de unos 17 años estrangulada, golpeada, ultrajada y con la ropa interior despedazada en un lote baldío de una colonia sin nombre; una mujer descuartizada y cuyo cuerpo fue abandonado en una calle cualquiera de una colonia marginal; una mujer mayor, de 90 años encontrada en su vivienda y asesinada a golpes; una madre asesinada por asfixia con un cable para robarle a su bebe de tres meses en su propia morada; otra más rafagueada en la calle de un barrio tradicional que queda a unas 3 cuadras de la Alameda, dejando huérfanos a dos niños menores de 8 años; una mujer joven que atendía una papelería acuchillada despiadadamente en su negocio; otra adolescente estrangulada y colocada en unas bolsas de plástico después de haber confiado en un novio que conoció en Facebook; otra más desangrada en un antro sin que sus familiares fueran enterados de que la vida se le escapaba; otra más en su casa de un balazo en la cabeza, y así podría seguir refiriendo casos y más casos en los que mujeres potosinas de distintas condiciones, pero la mayor parte jóvenes, de condición económica desfavorable, y víctimas de una sevicia inaudita e inenarrable fueron víctimas de feminicidio.
Algo está pasando en nuestra entidad a tal punto que el Congreso del Estado realizó modificaciones legales que en lo fundamental caracterizan de una mejor manera el delito de feminicidio y elevan sus penas. Un gran avance sin duda, que de nada servirá si no se acompasa de una política pública por parte del gobierno del estado que reconozca sin ambages esta problemática y tome medidas urgentes, efectivas y contundentes para garantizar a las mujeres el ejercicio pleno de sus derechos humanos.
La alerta de género sería una medida necesaria y eficaz, pero fue desechada por las complicidades entre una clase política priísta más preocupada por no “dar problemas a la federación” y evitar la exhibición pública de otro fracaso de Toranzo.
Es urgente además revisar a conciencia y con suficiente autocrítica qué ambiente cultural estamos construyendo en el que se legitima la inequidad, la cosificación y distintas formas de maltrato o violencia cotidiana hacia las mujeres que nos parecen “normales” y que luego desembocan en crímenes tan dolorosos en los que no nos reconocemos como comunidad responsable.
Asumir responsabilidades y despertar la sensibilidad sobre este retrograda atavismo, no es algo que en este país sólo sea responsabilidad de las mujeres que siempre luchan por la equidad y el respeto a sus derechos. Ellas que se mantienen siempre firmes, siempre fuertes, contra ese antagonista conocido: el evangelio del desprecio y que cual enemigo poderoso y mutante, a veces se convierte en omisión, insulto, degradación, complicidad, mayoría aplastante o silencio, pero que también a veces, se vuelve balazo, puñalada, mordida, golpe, violación, asesinato e impunidad.
Las y los que vivimos bajo el cielo azul de esta casa común que nos vio nacer, no podemos ni debemos resignarnos nunca a que el olor a sangre mancille el aire.
Las mujeres que mueren no sólo deben provocar duelo entre las personas que conviven con ellas y que llamamos su familia. La familia de ellas en todo caso, somos nosotros y nosotras, somos todas y todos. El desafío es enorme, sin duda, pero empecemos por exigir justicia. En San Luis Potosí:
¡Ni una más!
Oswaldo Ríos.
Twitter: OSWALDOR10S