“No hace falta llamar a la ambulancia. Ya está muerta”. Es lo que Joan Vila, el celador de Olot que confesó haber matado a 11 ancianos, dijo a varias compañeras poco después de obligar a Paquita Gironès, una mujer de 85 años, a beber líquido desincrustante. La mujer estaba todavía consciente en su habitación de la residencia La Caritat, el 17 de octubre de 2010, aunque no podía hablar por las quemaduras terribles en el esófago que le había provocado el ácido. Gironès sacó fuerzas para abrir mucho los ojos en señal de sorpresa por lo que acababa de oír. “¡Hombre Joan, vigila!”, le reprocharon dos compañeras al celador, que sí llamaron a la ambulancia que trasladó a Gironès al hospital, donde falleció unas horas después. El relato lo han realizado hoy dos excompañeras de Vila que han declarado en el segundo día de juicio en la Audiencia de Girona.
Aunque el horario del celador terminaba a las ocho de la tarde, el día que Vila decidió acabar con la vida de Gironès, su última víctima, se quedó hasta más tarde. A las 20:43 entró en la habitación 226 y le hizo beber el líquido, que previamente había cogido en el cuarto de limpieza, con una jeringa. “Cuando la vi, estaba sufriendo mucho, se veía en su cara. Tenía la lengua entre azul y gris y Joan Vila le limpiaba la boca con una toalla mojada”, ha relatado Anna Maria Berga, una gericultora que trabajó con el celador durante dos años. El fiscal pide para Vila 194 años de cárcel por los 11 asesinatos con alevosía, tres de ellos con el agravante de ensañamiento por el padecimiento causado a las víctimas. Todas tenían entre 80 y 94 años y la mayoría eran enfermas crónicas.
Fue la muerte de Gironès la que desenmascaró a Vila. Cuando la mujer ingresó en el Hospital Sant Jaume de Olot, los médicos detectaron unas extrañas marcas moradas alrededor de su boca. “Me llamó el médico para preguntar si en la habitación había algún líquido”, ha relatado Georgina Coderch, enfermera de La Caritat. Pero solo encontraron una pieza de fruta. Los compañeros del celador no sospecharon nunca, a pesar de que de las 59 muertes que se produjeron en La Caritat entre diciembre de 2005 (cuando entró a trabajar Vila) y octubre de 2010 (cuando lo detuvieron los Mossos d´Esquadra), 27 se produjeron su turno. Pero ese es un dato solo cobró significancia luego. “¡Qué casualidad, se me mueren todas a mí!”, llegó a decir el celador, según ha explicado hoy Monsterrat Juvanteny, una trabajadora.
Las excompañeras del celador le han descrito como un “trabajador ejemplar” que trataba a los residentes de manera cariñosa y se ocupaba a veces de las tareas ingratas que nadie quería realizar. Aunque también han reconocido que la relación de Vila con Gironès no era buena y que la mujer le insultaba con frecuencia llamándole “maricón”. Varias de las trabajadoras recordaban levemente un incidente que el fiscal del caso, Enrique Barata, ha querido sacar a relucir: en septiembre de aquel año Vila y Gironès tuvieron una discusión y ella acabó gritando que el celador “la quería matar”. No se la tomaron en serio porque la mujer sufría una demencia leve y mostraba en ocasiones ideas delirantes.
Marta Pararols, coordinadora de enfermería en la residencia, ha explicado que “cualquiera” podía acceder a las medicinas, que se guardaban en un armario cuya llave estaba al alcance de todos los trabajadores, también de Joan Vila. Pararols ha explicado que “no se contaban las pastillas” y que las cajas se iban reponiendo a medida que se iban terminando, al igual que las dosis de insulina. Y ello a pesar de que en marzo de 2010 la Generalitat había realizado una inspección en La Caritat y había alertado a los responsables de que debían cerrar siempre con llave la enfermería y restringir el acceso a los fármacos. Joan Vila mató a seis de los ancianos con un cóctel de barbitúricos y a dos, que eran diabéticos, con una sobredosis de insulina. Sus últimas tres víctimas fallecieron por ingesta de líquidos cáusticos.
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