Invertir en un equipo de futbol profesional, al menos en México –y en muchas otras partes del mundo, notablemente en España–, no es negocio. Los equipos profesionales son capaces de acabar con las fortunas labradas por varias generaciones de familias acaudaladas en unos pocos años, y ya son varias las ocasiones en que esto ha pasado.
Algunos especiales de la revista Proceso llevan años poniendo el dedo en esta llaga. Recuerdo haber leído alguno en el que aseguraban que, de todos los equipos de primera división, sólo las Chivas de Jorge Vergara salían en ‘números negros’. Claro, habría que creerle a las cuentas de los Vergara, quienes hoy afirman que su franquicia vale 800 millones de dólares.
Si un equipo de futbol no es negocio, ¿por qué se sigue invirtiendo tanto en ello? Me parece que la respuesta es que el equipo en sí no es negocio, pero sí que es capaz de ayudar a impulsar negocios paralelos, o bien es una buena cara pública para una institución que quiere tener penetración en la sociedad.
Es decir, que los equipos ayudan a impulsar negocios tales como televisoras (América y Morelia), cementeras (Tigres y Cruz Azul) y cervecerías (Toluca y Santos). O bien, se convierten en una poderosa cara pública de instituciones (Pumas, UAG, nuevamente Tigres, y Monterrey) que las proyecta a la sociedad. Y así, si se tiene alguna de estas intenciones, sí que tiene sentido invertir en una franquicia profesional.
Bajo estas premisas, me cuesta trabajo comprender por qué alguien como Carlos López Chargoy, empresario de la construcción sin intenciones aparentes de vender casas mediante el futbol, invertiría en un equipo como el San Luis, máxime cuando en su familia ya hay antecedentes de inversión en el futbol mexicano y probablemente pudiera haber sabido lo complicado que es ese negocio. En efecto, parece que calculó mal y eso lo obliga hoy a llevarse al equipo a ver si en otra plaza ‘prende’.
Se lo lleva, eso sí, dejando una sensación de traición en una afición que incluso se vio humillada con el negro episodio –en términos deportivos– de la ‘invasión tigre’, todo por las ansias de este señor de sacar agua de las piedras. Misma ansia que hoy lo hace dejar San Luis Potosí entre mentiras y acusaciones. Esa parte, ese manosear a los aficionados, creo que es lo que no se vale. Si el equipo le desciende el año que viene –cosa altamente posible– muchos por acá se reirán de lo lindo.
Y ante todo este escenario, Gobierno del Estado hizo lo que al parecer mejor sabe hacer y que es ya respuesta recurrente ante este y muchos asuntos: desentenderse bajo el argumento de que ‘no hay recursos’, y de que ‘no es prioridad’. Esto generó amplias burlas en Twitter con un hashtag que se creó para la ocasión.
Si bien es cierto que la permanencia de un equipo deportivo no es lo más importante por lo que tengan que velar los gobiernos, la expresión sí me parece desafortunada. Implica el desprecio por una estrategia para vender a San Luis Potosí como marca, para darlo a conocer. Porque ciertamente el deporte no será negocio, pero sí que da de sí, como ya lo dije, para vender marcas paralelas. Y ahora mismo, mientras escribo estas líneas, San Luis no tiene franquicia ni de canicas. La marca ‘San Luis’ está huérfana, en el no tan intrascendente anonimato deportivo. ¿Eso tampoco es prioridad?
Carlos Leonhardt.
Twitter: @leonhardtalv