“Por qué modificó mi vida si yo quería ser sacerdote”

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Durante 40 años Miguel ocultó el abuso sexual del que fue víctima a los 12 años por parte de un religioso; ahora ha decidido demandar por daño moral y psicológico a la congregación. Luego de 39 años de casado, aún no supera lo ocurrido.

Durante más de 40 años Miguel guardó silencio del abuso sexual que sufrió por parte de un religioso a los 12 años en el Instituto San Damián, en Chalco, Estado de México, dirigido por la congregación del Sagrado Corazón de Jesús y María, experiencia que lo hizo cambiar su vocación, además de vivir décadas “odiando a Dios”, de aislarse de las personas y de cuestionarse si era “homosexual” o por qué le gustó al sacerdote que lo ultrajó.

El haber salido del instituto provocó que su madre le dejara de hablar, y que aun en su lecho de muerte no lo perdonara por no haber sido sacerdote, que era lo que ella anhelaba.

Su madre, profesora de piano, sin contar con el dinero suficiente para pagarle sus estudios de secundaria, aceptó que un conocido aportara los 300 pesos anuales solicitados en el instituto para estudiar la carrera eclesiástica.

En entrevista con MILENIO, dijo que el primer año “fue hermoso, el instituto se movía como maquinita con el director, el padre Marcos”.

Recuerda que ahí se vivía con una disciplina doble, una tipo cuartel militarizado, y la otra, “una más alta, que es Dios. Te meten tanto la creencia de un Dios castigador, que se va haciendo la idea del temor, y miedo a Dios, de ser reprendido”.

En ese tiempo, se dio un relevo en la dirección y llegó como superior el padre Cesáreo, y el ambiente, señala, empezó a cambiar, “había golpes en la cabeza si hablábamos, éstos eran para todos los alumnos de secundaria, hasta de teología y filosofía”.

Entonces, comenta Miguel, llegó el hermano Ángel, quien regresó del noviciado y le faltaba poco para ordenarse como sacerdote, y desde ese momento empezó a “tenerme un aprecio diferente”.

“De repente, una noche, un beso en la boca, y después se hizo frecuente… ‘no digas nada’, me recomendó. Después, ya era tocar, y posteriormente ya era algo más que tocar, pero nunca dije nada, tenía miedo. Sabía que eso no estaba bien”.

A veces, al terminar la clase de Español que impartía, “me decía que me esperara y se levantaba la sotana. Entonces empezaban los besos. Un día me enfermé, me llevaron a la enfermería, me dieron medicinas y me trasladaron al dormitorio. Al rato llegó a visitarme, a decirme ‘chiquitito’”.

Pero él no era el único del que abusaban los clérigos, a quienes se les confiaba su educación. “Llegué a ver a otros compañeros que practicaban el sexo oral con otros religiosos que los cuidaban, y se los llevaban a los salones. Pero todos guardábamos silencio”.

“Nunca nos atrevimos a sacar esto a la luz y levantar la mano. A lo mejor terminaron y son sacerdotes ahora, y todo este tiempo lo han callado”, comentó Miguel, quien narra los abusos con enojo.

La madrugada del 16 de diciembre de 1968, a unas horas de salir de vacaciones, el padre Ángel “se metió en mi cama desnudo, como las 2 o 3 de la mañana, me tapó la boca, me tocaba con su miembro. Me dio tanto miedo, que grité. ¿Se imagina en un dormitorio con 150 o 200 alumnos? Se prendieron las luces y veo cómo se levanta el padre y se va corriendo, para meterse al cubículo donde dormían los religiosos encargados del orden”.

“En ese momento, llegan otros hermanos, me llevan a la oficina del padre Cesáreo, que era el director, me ve y me dice ‘híncate ahí, con los brazos levantados’, así me tuvo hasta las 12 del día”.

Después de lo ocurrido, “le hablaron a mi mamá, y durante casi tres horas estuvo con el padre Luis Alfonso, otro de los responsables del instituto, pero nunca supe qué le dijo”.

Al salir de la oficina, narra Miguel, “vino lo más difícil: salió mi mamá con todas mis cosas y mi guitarra. No me habló, al final del camino del instituto, me ordenó dar un paso fuera del lugar, le obedecí. Entonces, escuché su sentencia: ‘hoy te moriste para mí’, y me la cumplió”, porque para ella era un “pervertido”.

La convivencia con su madre desde entonces fue lejana, ella siempre lo hacía a un lado y lo evadía.

“Hace 20 años que murió, ya no hablaba a causa de un derrame cerebral, pero se comunicaba solo con mi esposa con señas. Antes de fallecer el médico me decía que le hablara, entonces le dije ‘mamá, no pude ser sacerdote, perdóneme’; a mi esposa le dijo que no y expiró”.

Al salir del seminario, recuerda, ya no quería ir a la escuela y en su soledad empezó a “odiar a Dios. Porque lo más fácil fue enojarme con él y entonces le recriminaba dónde estaba cuándo me sucedió eso. A veces me consolaba diciendo que a lo mejor iba a ser un mal sacerdote y que él no se equivoca”.

El daño psicológico causado por el abuso provocó que Miguel durante “muchos años luchara para saber si era homosexual. Me veía en el espejo y decía ‘por qué le guste a ese hijo de la chingada, por qué me hizo esto, por qué modificó mi vida si yo quería ser cura. Tardé cinco años para quitarme ese estigma”.

Para continuar sus estudios, mencionó, algunas personas lo intentaron ayudar, como uno de sus tíos, quien se lo llevó a vivir a Veracruz, donde toda la familia pertenecía a la Marina. “Ahí me inscribieron en el colegio La Salle y fracasé”.

La razón, comenta con coraje, “fue porque no se lo podía decir a nadie. Si no pude contárselo a mi mamá porque para ella era un pervertido, a quién se lo iba a decir”.

Y después de un año y medio, decidió regresar a su casa, en Chalco, y ahí “aprendí a vivir mi soledad”.

Para Miguel el haberse casado hace 39 años con una mujer que lo ama y con la que tiene hijos no es suficiente para superar el abuso sexual del que fue víctima.

Además, “de mi familia tengo un negocio por el cual he trabajado mucho. Aun así prefiero estar solo, amo a mi familia que vive en otra ciudad y cuando estoy con ellos me quiero salir. Y ha sido por ellos por lo que no me he resquebrajado, ni suicidado, porque tengo la responsabilidad de cuidarlos”, confió,

“No es venganza”

Miguel, quien por primera vez hace pública su denuncia, comentó: “He trabajado conmigo mismo durante más de 40 años”.

Y ahora ha decidido demandar por daño moral y psicológico a la congregación del Sagrado Corazón de Jesús y María.

Asegura que “no trato de perseguir el delito, porque a lo mejor ya prescribió. No busco al culpable. No es una venganza personal”.

Gonzalo Padilla, amigo de Miguel, comentó que demandarán ante las autoridades civiles, aunque reconoce que el delito podría haber prescrito y el responsable no se sabe si aún vive.

Sobre todo, es que se conozcan el daño psicológico y moral que el abuso sexual le dejó en su vida y que arrastra hasta la actualidad.

Para denunciar los hechos tomó valor después de haber asistido a un grupo de Alcohólicos Anónimos. “De ahí salí fortalecido, porque durante muchos años sentí que tenía una pistola 45 en la boca”.

Miguel reconoce que nunca ha buscado a los responsables de la congregación para denunciar los hechos porque “pueden pensar que es un chantaje. En el pasado, teniendo ellos las pruebas no le hicieron nada al padre Ángel y prefirieron hacer creer que yo era un pervertido”.

 

http://www.milenio.com/cdb/doc/noticias2011/85a12c2595b11fccf8668993e0d96050

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