Antes de iniciar, nos sentamos aquí mientras yo le platico que ésta columna ha pasado por una serie de eventos desafortunados, vea que en ocasiones el asunto de ejercer la libertad de expresión, cuesta, como todo en estos tiempos. Ahora no le voy a hablar de números, no le contaré de lo que dice tal o cual organización o institución acerca de éste o aquel problema. Hoy vamos igual, pero distinto.
El día de ayer, al llegar a casa, me encontré con la desagradable noticia de que alguien había entrado a robar. A todos nos pasa, ya. Solo que es complicado ¿sabe? vivo en un tercer piso y mire que se corre el riesgo de romperse el cráneo en un santiamén. Luego entonces que de todo, se llevaron la herramienta más preciada que tengo. Mi computadora. Están allí partes de mi vida, mis recuerdos, fotografías de mi hija y de mis abuelos, mis columnas, mi tesis de investigación, mis trabajos y propuestas de ley, mi Joaquín y mis Rollling Stones. Para una persona que pasa media parte de la vida entre escribiendo, escuchando y leyendo para alimentarse esto es un verdadero desaguisado. Ignoro si el ladrón (una extraña mezcla entre académico y acróbata, un sin cara) sabría que llevarse precisamente eso, dejaría un mensaje, más habiendo otros objetos de valor, mucho menos importantes al menos para mí.
Otro de los temas, y que le digo mí querido lector, lectora, si usted ya me sabe, es el miedo. Para nadie es un secreto que mi familia es monoparental, a lo mejor y por eso decidí vivir como Rapunzel, lo que es más, hubiera pedido como parte de la renta de mi piso un foso alrededor de mi edificio lleno de cocodrilos y espinas ponzoñosas, pero el dueño dijo que eso no estaba incluido.
Se congeló pues el día, se detuvo en un instante, como en el infierno. Las cosas, mis cosas regadas por la habitación, por la de mi hija, nuestras historias, las cartas que me hace, sus dibujos y hasta el cereal que no se terminó esa mañana.
Cuando uno pasa por estas cosas, me pienso que el criminal pretende llevarse también nuestra seguridad, nuestra confianza para hacer la vida, nuestro derecho a vivirla sin agresiones. Es éste el sentir de tantas mujeres y hombres que son víctimas de un delito, que pierden parte de su patrimonio, arduamente trabajado, que se cimbran ante la fragilidad del cotidiano, que se les mete el miedo en el cuerpo, que traemos el corazón en un puño, apretando.
Yo lo miro siempre, todos los días vienen acá personas que la han pasado mal, que tienen miedo, dolor, cierran los ojos ante un movimiento brusco, caminan por la calle cuidándose las espaldas, no salen por la noche, no usan tal o cual prenda, todo para evitar ser manoseadas, lesionadas, maldecidas, asesinadas.
De eso también era mi tesis, de la violencia contra las mujeres, de los feminicidios, de su vulnerabilidad, que es la mía.
Sin embargo, no voy a meterme bajo la cama, no gritaré ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Porque no quiero. Aquí seguirán las letras, nuevecitas, limpias, cada viernes. Como yo siempre le ando diciendo que denuncie, ya lo he hecho, como yo le escribo para que defienda su alegría, saco lo bueno de esto que es mi familia, a salvo, como le pido que no tenga miedo, entonces voy a por limpiarme los pies, que la mancha roja ha tocado al fin, me desperezo, escribo con más ganas, me muevo, respiro, vibro, estoy.
A más ver.
“Y sal ahí, a defender el pan y la alegría
y sal ahí, para que sepan…”
Joaquinito mi amor.
Claudia Almaguer.
Twitter: @Almagzur