Cuando la familia Ortega Márquez conoció el pasado 29 de mayo la noticia de que 12 jóvenes habían desaparecido en el Heaven no lo podían creer. No sólo por lo insólito de que secuestren a 12 personas en plena Zona Rosa, a apenas cuatro cuadras de la sede de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal. Sino sobre todo porque la última vez que supieron de ese bar, había sido clausurado tras la desaparición ahí mismo, el 14 de agosto de 2011, de uno de los hermanos del clan: Antonio César
Antonio, que entonces tenía 33 años, había acudido por primera vez al Heaven con varios amigos. Uno de ellos tuvo un encontronazo con el personal de seguridad del local y decidieron irse, pero Antonio César se quedó un rato más con tres amigas. A los pocos minutos les dijo: “Voy al baño”. Se fue y ya no regresó, por lo que las jóvenes pensaron que se había marchado. Fue entre las 8:00 y las 9:00 de la mañana. Desde entonces, no se ha vuelto a saber de él.
Pablo Ortega Márquez, uno de los hermanos de Antonio, recuerda que en aquel caso también se interrogó a Ernesto Espinosa Lobo, uno de los hoy los detenidos por las desapariciones del pasado 26, de mayo.
“Lo mandaron a llamar dos veces y a la tercera sí fue. Es más, declaró dos veces ahí. Lo tuvieron ahí en antisecuestros sentadito junto a ellos, declarando y él diciendo que no tenía nada que ver”, asegura Pablo.
Sin embargo, añade, el hombre mintió en su declaración porque dijo que ese día no había estado en el local, pues lo había alquilado para un evento privado. La familia presentó varios testigos que confirmaron su presencia ese día, incluidas las tres amigas de Antonio dijeron que el propio dueño les mandó unas bebidas en desagravio por el incidente con los de seguridad. Otros testigos dijeron que aunque había una actuación de DJs programada hasta las 15:00 horas, Espinosa Lobo ordenó el cierre a las 10:00 de la mañana.
“Yo les dije que había algo ahí. Yo les dije que el Lobo tenía algo que ver. El Lobo y el ‘Casco Flores (al que identifica como gerente y encargado de la seguridad en ese momento), que son primos”, recuerda con enojo.
A diferencia del caso de los doce jóvenes desaparecidos hace dos semanas, en el que la procuraduría capitalina tardó cuatro días en atraerlo y 10 en dar crédito a la versión de los familiares de que, efectivamente, habían sido llevados del Heaven, lo ocurrido con Antonio Ortega Márquez no pasó a la sección de antisecuestros de la PGJDF hasta ocho días después del hecho.
Fue una vez que su familia presentó ante el Centro de Apoyo a Personas Extraviadas y Ausentes (CAPEA) grabaciones de las cámaras de seguridad del banco y de un edificio que hay en la acera del frente como pruebas de que su hermano no había salido del Heaven. Como el vehículo de la víctima no estaba en los alrededores, les decían: ‘No, tu hermano está en Acapulco con la novia’, explica Pablo.
No obstante, en los videos que consiguieron, en los que aunque no se ve la puerta del local, sí se ven la entrada y la salida de la calle en el que se encuentra. Se aprecia también cómo en un momento entran dos personas el mismo domingo tras la desaparición, y a los diez minutos salen con un tercero que levanta el brazo con una alarma de coche como buscando un vehículo, y se acaban subiendo los tres en el de Antonio y se van a bordo de él.
También les presentaron los extractos de la cuenta de Antonio y el registro de llamadas de su celular en los días siguientes a la desaparición. Con la tarjeta se pagó en una gasolinera y en una tienda de ropa, y en ninguno de los dos sitios reconocieron a su hermano como la persona que hizo la compra. Tanto los usos de la tarjeta como las llamadas telefónicas apuntaban hacia el municipio de Ecatepec.
El coche fue encontrado al mes siguiente: unos policías lo llevaron al corralón en Ecatepec y dijeron que lo habían recuperado de un baldío en Texcoco después de que los vecinos les avisaran de que llevaba varios días abandonado. Sin embargo, a Pablo le llamó la atención que estuviera completamente limpio.
Pablo nunca supo cómo explicaron los policías a la procuraduría esa contradicción. Aunque reconoce que antisecuestros sí les hizo caso, al final no obtuvieron mucha información de las autoridades. No les dijeron, por ejemplo, qué se veía en las grabaciones de los días siguientes a la desaparición en los videos del banco y del edificio. “Ya pasaron un año y 10 meses y no sé si acabaron de ver los videos”.
La grabaciones de las cámaras de la Secretaría de Seguridad Pública fueron borradas. “Tardamos más de 20 días. No llegaron a tiempo las solicitudes. Las hicieron un días después”, indica Pablo.
Un mes después de la desaparición, catearon el bar Heaven. Ahí encontraron sangre en una pared del baño, junto al espejo. “Nunca me dijeron si era o no de mi hermano”. En la inspección encontraron a varias menores de edad, drogas y otras irregularidades, así que el local fue clausurado.
La familia de Antonio y sus amigos siguieron investigando y Pablo recuerda que la última vez que pasó por ahí, fue en febrero de 2012 y seguía precintado. Sin embargo, al escuchar la noticia de los 12 desaparecidos, supo que había sido reabierto. Luego les dijeron que un juez había dado la autorización, por lo que pide “que investiguen a ese servidor público”.
Además, “nos enteramos de que habían cerrado nuestro caso a finales de marzo: Lo mandaron para CAPEA, que es como archivarlo. Claro, entonces no sabían que iba a pasar esto”.
Ahora el caso ha sido reabierto y los han invitado a las reuniones con las familias de los otros 12 desaparecidos para explicarles los avances de las investigaciones después de que se presentaran a las puertas de la procuraduría capitalina el pasado martes, en el segundo encuentro de este tipo.
La familia de Antonio tiene “sentimientos encontrados” tras lo sucedido el pasado 26 de mayo. Por una parte, tristeza y rabia porque, pese a los antecedentes del antro, hayan desaparecido 12 jóvenes. Por otra, “alegría porque ahora sabremos de mi hermano”, dice Pablo, que está convencido de que “donde estén los 12 muchachos va a estar mi hermano, porque son los mismos (responsables)”.
No obstante, admite que no se hacen muchas esperanzas: “Nosotros como que ya estamos esperando su cuerpo. Un año y 10 meses ¿quién lo va a mantener? Mi hermano tiene diabetes, no creo que le hayan dado su insulina”.
“Estar un año y 10 meses así, que de repente estás bien, o de repente mi mamá o mi papá se ponen mal… Ya no queremos eso. Queremos asimilar lo de mi hermano y no lo vamos a asimilar nunca si no sabemos dónde está”, sostiene.
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