Empresarios y jornaleros de tres municipios michoacanos aseguran que el cártel de Los Caballeros Templarios les impuso un régimen de terror obteniendo ganancias millonarias. Los más pobres pagan unos pesos por sus vidas; los ricos, millones por sus producciones agropecuarias. Otros más pagaron por poseer carro, moto y casa
La mañana calurosa del 10 de abril de 2013, decenas de pizcadores de limón de Buenavista, el principal municipio productor del fruto en Michoacán, cruzaron el cerco impuesto por el cártel de Los Caballeros Templarios para denunciar sus extorsiones y atrocidades.
Hombres, mujeres y niños, armados con redes y ayates de trabajo, arrancaron su marcha en camionetas y camiones de redilas. Escoltados por patrullas de la Policía Federal, pasaron por Apatzingán, considerado el bastión de los templarios, para llegar a Cuatro Caminos, donde buscarían al secretario de Gobierno, Jesús Reyna, de visita en el lugar.
El muchacho jornalero que narra los hechos, dice que “primero los criminales se subieron a un puente y aventaron trozos de alambres de púas”, lo que dañó las llantas de algunos vehículos. Las parcharon o cambiaron.
“Después, al llegar a un retén federal, desde otro puente, dispararon”.
“¡Y corrimos y corrimos!”, dice. Se reagruparon para regresar a Buenavista. Dos patrullas cuidaron su retaguardia.
Ya cerca de Apatzingán, los templarios los rebasaron, atacaron la delantera y se pararon en seco.
Descendieron de sus vehículos. Con las armas encañonadas, caminaron entre los sobrevivientes: “Una muchacha estaba con su niño al ladito y les pidió que no le fueran a hacer nada, y entonces uno de ellos lo hizo a un lado, así con su pura arma, y le disparó a ella”.
Más adelante, la caravana, ya escoltada por militares, sufrió otro tiroteo más, sin desgracias que lamentar.
El saldo oficial fue de 14 muertos. El saldo popular: 16 muertos y 20 personas desaparecidas entre las que hay una cifra indeterminada de infantes, mujeres, ancianos. El joven perdió a su tío y a su primo.
Yugo criminal
Los cortadores y productores de limón no son los únicos extorsionados en esta región, considerada como la principal exportadora de limón y de mango en el mundo.
Tortilleros , carniceros, así como empresarios agropecuarios y madereros acaudalados de Buenavista, Tepalcatepec y Coalcomán, que conforman un solo corredor, también han sido extorsionados por el cártel inspirado en la logia cristiana medieval.
Desde hace 15 años este territorio vivió la violencia del narco, pero luego llegó La Familia Michoacana, y su escisión, Los Templarios, y con ellos, el cobro a ricos y pobres.
Manuel Mireles, proveniente de una familia con huertas de mango en Tepalcatepec, recuerda que hace tres años y medio “ellos [los templarios] hicieron reuniones con todas las personas productivas de la región, les dijeron que a nadie le pedirían dinero”, que apaciguarían la zona y a los narcos les cobrarían el derecho de tránsito.
Pero después comenzaron las extorsiones, que según Mireles en Tepalcatepec representaron alrededor de “30 millones de pesos mensuales”. Los otros dos municipios no se salvaron; Misael González, empresario maderero de Coalcomán, debía pagar “150 mil pesos mensuales”. Y en la ranchería de Pueblo Viejo, en Buenavista, una mujer dice que les cobran “30 pesos diarios por cada casa para que nos dejaran vivir”.
La imaginación criminal además fue ilimitada. Los templarios en Buenavista pretendieron cobrar cuota mensual por autos y motocicletas. Y en Tepalcatepec, midieron el largo de cada casa para cobrar a sus residentes el derecho a habitarla.
El saldo
Además de extorsionar, el cártel se adueñó del proceso productivo, de empaque y de comercialización de productos como el limón.
Testimonios refieren que los templarios, hasta hace unos días, tenían a uno o dos elementos en cada empacadora para decidir a qué productor comprar, la cantidad, el precio a pagar y cuándo detener la pizca para así mover su propia producción.
Una cortadora de limón señala que a los criminales les debían pagar un peso por caja que llenaban, “y cuando ellos querían, nomás trabajábamos dos o tres veces por semana”.
Con los cobros diversos inició el patrullaje de decenas de hombres armados en camionetas de lujo, día y noche. Se multiplicaron las ejecuciones, las desapariciones forzadas, las agresiones, sin que el gobierno municipal o estatal lo impidieran.
El saldo de sangre de los tres municipios no está cuantificado, pero sólo en Coalcomán, apunta González, del año 2005 a la fecha hubo por lo menos “200 asesinatos o desapareciones”.
Los pueblos se alzaron
Productores de limón y sus pizcadores, exportadores de mango, ganaderos que venden cortes finos, empresarios madereros, profesionistas y pequeños comerciantes, conformaron cuatro autodefensas en contra del cártel en los últimos tres meses.
Tras la primera sublevación, ocurrida el 24 de febrero en Buenavista y Tepalcatepec -en Coalcomán sucedió el 15 de mayo-, empacadoras de limón y de mango en Apatzingán y Buenavista cerraron por las amenazas de los templarios de quemarlas si recibían el producto de los insurrectos.
De igual forma los templarios impidieron el tránsito de personas, alimentos, bienes, medicinas y producción agropecuaria por tres meses, lo que provocó pérdidas económicas aún no cuantificadas.
Hipólito Mora, productor de limón y líder de la autodefensa de La Ruana, calcula que tan sólo en su población “de 70 a 80% de la producción se perdió este año”.
La incertidumbre
El termómetro en Felipe Carrillo Puerto, conocido como La Ruana, tenencia de Buenavista, asciende esa tarde a 37 grados centígrados, lo que agudiza el tormento del muchacho herido en la masacre de limoneros.
El jornalero está sentado en una silla de la estancia de su casa. No tiene aire acondicionado ni ventilador.
Las balas le destrozaron el hueso del antebrazo izquierdo y los nervios que conectan a éste con la mano. Un implante metálico le sustituye parte del hueso que va de su hombro a su codo, y conecta con una estructura externa sujetada al brazo con vendas.
A su mano la inmoviliza otro aparato provisto de alambres y ligas. La reposa sobre la pierna, de forma sostenida. Luce tenso, afiebrado, con un rictus eterno.
“Mucho dolor siento, la mano no puedo moverla nada”, externa quedamente.
El padre, también jornalero de esta zona, dice que se endeudaron con 90 mil pesos de la operación. No tienen seguro social y aún no termina el tratamiento. Su médico, además, quiere que vayan a Apatzingán a sacar una radiografía de alta definición, pero ellos temen por su vida. “La pasada de cualquier forma, pero la llegada ahí está peligrosa”, dice el señor.
En este corredor sublevado, el yugo criminal culminó, pero el drama continúa. Lo mismo sucede al interior de las comunidades, con la juventud arrasada por la vorágine templaria.
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