Desde hace varios años que la preocupación por el medio ambiente se ha hecho presente en nuestro cotidiano, en las fotografías de diversas especies en extinción debido al calentamiento global, en las luchas que realizan las organizaciones para tratar de frenar las múltiples consecuencias de la contaminación y la falta de conciencia, en las acciones que aunque incipientes, están comenzando a tener algunos gobiernos y empresas alrededor del mundo.
Todo esto nos llama a reflexionar acerca del uso personal que hacemos de los recursos que tenemos a la mano, de los objetos que usamos o que compramos todos los días, de sentir esta incomodidad, este cuestionamiento urgente sobre el agua, el plástico, los vehículos, el material que usamos para vestirnos, los alimentos, en fin, la huella que cada uno o una de nosotras estamos dejando y que marcará finalmente las posibilidades de sobrevivencia que dejemos para las generaciones futuras.
Porque definitivamente no estamos ni siquiera en los climas que tuvimos los adultos cuando éramos niños, y como podría no ser así cuando algunos artículos muy bien construidos nos llegan para señalar que por ejemplo cada año llegan aproximadamente 8 millones de toneladas de desechos plásticos a los océanos, restos en los que se ahogan los animales porque solo una quinta parte de todo este desperdicio es reciclado.
Y la innovación que significó en tiempos pretéritos este tipo de material se ha convertido en un tremendo problema, aunque como siempre del otro lado hay un buen número de industrias, de empleos y de circunstancias en peligro de perderse porque se trata de productos, como las bolsas, los popotes, los envases, las botellas, cuya utilidad es tan perentoria en el uso y tan eterna en la degradación, que nos conmina a cambiar o morir.
Haga el ejercicio tan solo de pedir comida en cualquier lugar de su preferencia para llevar, de ir a una tienda para adquirir víveres, verá como terminan en sus manos por lo menos tres o cuatro artefactos de plástico, que aunada a nuestra falta de cultura para separar la basura y a las inexistentes políticas de nuestro país para una distribución adecuada, darán con estos residuos tapando las cañerías o contaminando el aire y los espacios.
Hay algunas acciones individuales, por ejemplo el uso de bolsas de tela o los envases de vidrio o porcelana, el reciclaje de las latas de aluminio, la devolución de los teléfonos y otros aparatos caseros que han de llevarse a lugares ex profeso para su tratamiento, la revisión de los productos de higiene a fin de comprar aquellos con sello de certificación de sostenibilidad o de comercio justo o la preferencia por establecimientos comerciales que tengan integradas políticas de uso racional de sus envases.
Y también existen ya algunos gobiernos que están fomentando una cultura ambientalista y responsable, dando alternativas a los plásticos, al turismo predador, a las empresas que no saben cómo adaptarse a estos nuevos tiempos. Pero estos cambios deben contar con nuestra participación.
Apenas hace un mes que Adam Frank escribió para el diario The New york Times, que la tierra nos sobrevivirá, que cambiará y se hará cargo de deshacerse de todo aquello que ponga en peligro su existencia, ya lo está haciendo con otras especies y con nosotros puede que también.
Hasta ahora poquísimos animales han logrado atravesar sus cambios y no se trata obviamente de los enormes dinosaurios que acabaron en gallinas, ni en esta especie que somos, arrogante y desperdiciada como pocas, porque cuando todo se acabe los que tienen el futuro asegurado hasta que se apague el sol son los tardígrados (Hypsibius dujardini) un invertebrado gustoso por el agua, por poco y nacido de la imaginación de Guillermo del Toro, sin aparato circulatorio ni respiratorio, que puede sobrevivir al frio y al calor extremos, a la contaminación a la radiación y a la falta de gravedad, lejísimos de nuestro ego y por supuesto de nuestras enormes fragilidades. Cambiemos antes de entregarles lo que quede del mundo. A más ver.
Claudia Almaguer
Twitter: @Almagzur