Hace un par de días José Luis Sastre escribió para el diario El País un artículo que entre otras cosas dice que el mundo ha creado nuevas tecnologías para cuando se termine el petróleo pero no hizo nada para cuando se acabaran las ideologías, lo que en su opinión ha conducido al auge de líderes políticos que prometen regresar las cosas a cómo eran antes, Retrotopia dice, citando al filósofo Bauman. El comentario retumba tremendamente en la región ante los discursos populistas de Bolsonaro o Trump, del mismo Andrés Manuel sin ir más lejos.
Esta perspectiva viejuna en el contexto de los derechos de las mujeres y el reconocimiento de las prácticas de violencia y desigualdad como los principales obstáculos para su desarrollo, es todavía más peligrosa, considerando que fue apenas durante la década de los noventas en que la legislación comenzó a transformarse para integrar figuras jurídicas que alcanzaran a proteger y a sancionar hechos que años atrás eran un derecho patriarcal por excelencia.
En esta semana precisamente, en lo que se producen las mesas de trabajo para las reformas que quieren endurecer el sistema de justicia en México, temas como el feminicidio fueron utilizados para intentar legitimar por la ampliación del catálogo de delitos que el artículo 19 establece como de prisión preventiva oficiosa, una decisión a la que se oponen diversos organismos internacionales y nacionales de derechos humanos porque como ya lo mencionamos en la entrega pasada, agrede el espíritu mismo de la reforma penal de 2008 de corte garantista.
Pero no era interés legítimo sino mera usura del tema porque el nuevo régimen poco o nada sabe al respecto, cabe decir que no es casualidad que sin haber entrado a hablar de feminicidio, como de ningún otro vinculado a la violencia de género; justo el martes 29 el Presidente decidiera comenzar y mal, porque los factores que Andrés Manuel señaló como causa de los feminicidios fueron la desintegración familiar, el “elevadísimo” número de divorcios y la pérdida de valores producidos según él por el neoliberalismo porque “antes” la sociedad no tenía esos hábitos con los que se rompió la familia.
Su discurso no dista de otros hombres tomadores de decisiones en el país que por pereza y conveniencia se quedaron atrapados en una concepción sobre la política, los derechos y la sociedad propias del siglo pasado, el problema es que sus prejuicios y compresiones anacrónicas perpetúan la invisibilidad de las prácticas de la violencia de género, estancan o de plano buscan controlar y desaparecer las políticas públicas construidas para contrarrestar esta situación.
Debido a esta política de género hecha a modo desde el machismo, se están generando diversas decisiones sumamente preocupantes como la desaparición del Instituto Jaliciense de las Mujeres avalada por el Congreso local de esa entidad por diputados de Morena, el Partido Acción Nacional y el Revolucionario Institucional que está forzando una vez más, ante este acto que violenta los derechos de las mujeres la búsqueda de recursos y posicionamientos por parte de los feminismos.
A ello se suma la situación en que se encuentran organismos como el Instituto Nacional de las Mujeres o la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres que no tienen titular dos meses después de la entrada de la administración, pero sí pendientes como las 18 Alertas de Violencia de Género activas en Estados a los que no se les han pedido cuentas.
Desde luego querido lector, lectora no es la primera vez que se observan retrocesos, si no abiertamente voluntarios como el del discurso presidencial, al menos si para quienes nos dedicamos al tema de la violencia de género y la desigualdad el pan de cada día es la verborrea que minimiza estos problemas y que se significa en otros hombres y mujeres con menos poder que Andrés, diciendo que no solo los feminicidios importan sino los homicidios también, que hay que recuperar los “valores” y que familia solo hay una, o peor, haciéndose cargo de una política que desconocen, que no comprenden y no les importa, haciendo como que hacen, simulando y vendiéndose de salvadores de las mujeres víctimas, aunque nada de esto coadyuve ni transforme la realidad.
Si la promesa era volver al pasado nos conviene menos a nosotras que al resto, en el pasado no teníamos derechos ni pintábamos de nada, esto no sólo lo sabemos las mujeres que nos consideramos feministas y que no votamos por él, lo saben perfectamente las que sí lo hicieron y hasta las de su propio partido que durante la campaña trabajaron el ala de promesas de lo que haría en materia de género si ganará la elección.
Otra cosa que sabemos todas, feminismo acrítico no es feminismo. A más ver.
Por: Claudia Almaguer