Vicente tenía una simple tarea: subir ese fierro viejo a su camioneta.
No podría saber cuánto le darían por aquel armatoste olvidado en una bodega vieja del hospital, pero no podría ser poco considerando los cientos de kilos del aparato.
Pesaba tal, que en algún momento la lógica lo convenció de que precisaba desarmar aquello para subirlo a la camioneta. Las labores comenzaron: primero la mesa de operaciones, después los cabezales, y eventualmente un cilindro, que inmerso en lo más escondido de la máquina solo estorbaba para el cometido.
Determinado, Vicente lo manipuló y lo retiró. Jamás sabremos si a propósito o por accidente, también lo perforó. Ahí, cientos de gránulos de Cobalto-60 de un milímetro de tamaño huyeron al resto del hospital Centro Médico de Especialidades, a Ciudad Juárez, a medio país, provocando en el acto el accidente de radiación más grande registrado en México, y que desembocó en una nueva etapa de seguridad nuclear para México y de relación bilateral con Estados Unidos.
Vicente lo logró. En diciembre de 1983 subió el “fierro viejo” a su Datsun.
Las alarmas de Texas
Poco más de un mes después, un distraído conductor se perdió en las carreteras de Texas. Sin saber bien cómo sucedió, terminó enrevesado en carreteras muy lejos de su destino, y muy cerca de los rastreadores del Laboratorio Los Álamos. No era cualquier laboratorio. Equipado con una gran variedad de dosímetros, las alertas se dispararon el lunes 16 de enero de 1984, cuando un gran pico de radiación se encontró.
Intrigados, los científicos se dieron cuenta de que la fuente no estaba al interior, sino afuera, en la calle. Una cámara reveló que el origen del pico de radiación estaba en el lugar que parecía más inocuo de todos, una camioneta de aceros que conducía un conductor de apariencia distraída.
El procedimiento es claro: la Comisión Nuclear de Estados Unidos debe enterarse de los pormenores, y las pesquisas le indicaron que aquel acero solo podía provenir de México. 72 horas después, la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias (CNSNS) recibía una de las llamadas más alarmantes de su historia, indicándole que en algún lugar, México estaba siendo irradiado por el isotopo Cobalto-60.
El sospechoso: Aceros de Chihuahua SA de C.V.
Una vez puestos sobre aviso, ese mismo día el personal se trasladó a Chihuahua para entrevistarse con el personal. Las mediciones iniciales lo confirmaban, aquello estaba infestado de Cobalto-60. La raíz del problema sin embargo no estaba ahí. El acero no se contamina espontáneamente, de manera que la fuente tendría que provenir de algún otro lugar.
Tras entrevistar al personal, la CNSNS se dio cuenta que la contaminación era más grande de lo que inicialmente habían pensado: el acero provenía de un depósito de chatarra en Ciudad Juárez, de nombre ‘El Yonke Fénix’. De inmediato otro grupo partió hacia allá y ahí se encontraron picos de radiación todavía más pronunciados.
El personal se evacuó, se llamó a más especialistas, y se instalaron blindajes alrededor del Yonke para disminuir la radiación expedida hacia fuera de la construcción. Más entrevistas, más análisis, y la CNSNS llegó a dos nuevos descubrimientos: el Yonke Fénix no fue el punto de partida de la contaminación, y Aceros de Chihuahua no había sido el único en recibir acero infectado.
Falcón de Juárez S.A. ubicado también en Ciudad Juárez tenía en sus instalaciones acero que convertiría, al igual que Aceros de Chihuahua, en vigas para construcción.
Ante el potencial desastre, los objetivos de la CNSNS eran claras y las tareas comenzaron instantáneamente. De la noche a la mañana rastreos a pie y con helicópteros comenzaron a inundar Ciudad Juárez y Chihuahua, en busca de más contaminación. Era claro que el rompecabezas no estaba completo.
Esos primeros trabajos de rastreo, llevaron al descubrimiento principal de la investigación. Una de las comisiones que recorría a pie Ciudad Juárez, encontró un pico más de radiación. No era una empresa, ni un depósito, ni una maquiladora, era una sencilla camioneta Datsun blanca con placas 891 YUB frente al número 1981 de la calle Aldama, en la colonia Azucena, al norte de la ciudad.
La disyuntiva de la Datsun
9 de la noche del 26 de enero de 1984, y el personal de la CNSNS llegaba a la calle Aldama buscando respuestas. Las lecturas eran impresionantes: Las mediciones más preocupantes se concentraban en uno de los costados, en donde se encontraron 60 gránulos de Cobalto-60.
La camioneta no debía quedarse en la calle. Tenía que llevarse a otro sitio que fuera mucho menos habitado, pero la disyuntiva era que tampoco podría llevarse muy lejos, considerando la radiación que padecerían quienes se encargaran del traslado.
El parque El Chamizal fue seleccionado. Sin estar demasiado lejos, el parque estaba ya a las afueras de la ciudad. Luego de que se tomaran las mediciones de la radiación a la que estarían expuestos quienes trasladaran el vehículo, el operativo comenzó.
No debió haber sido lo más común ver en Ciudad Juárez a una grúa arrastrando a una Datsun, escoltado por dos patrullas, seguido de un vehículo más (de la CNSNS) escoltado a su vez por otra patrulla más. Las calles se cerraron, policias municipales impidieron que en el camino civiles se acercaran a la grúa que remolcaba a la camioneta y una cerca de metal fue rápidamente construida alrededor de la avenida Ribereña, en El Chamizal.
Como si hubieran surgido de la tierra, en letreros ya podía leerse “precaución, radiación, no acercarse”.
El trayecto duró solo 10 minutos, y la camioneta fue rápidamente abandonada en el lugar. Curiosos debieron haber llegado, preguntando sobre el alarmante tamaño del dispositivo de seguridad. Por si acaso, una patrulla permaneció en el lugar durante los siguientes días.
En busca del Cobalto
Una serie de entrevistas revelaron que un tal Vicente Sotelo era el dueño de la camioneta. El hombre era técnico de mantenimiento del hospital de privado Centro Médico de Especialidades de Ciudad Juárez por lo que el personal de la CNSNS terminó rápidamente en las instalaciones del hospital.
El caso que cada vez hacía más sentido, se desbarató rápidamente cuando las mediciones no detectaron nada anormal en el nosocomio. Nada de radiación, nada de Cobalto-60, ninguna fuente contaminante.
Y entonces, Estados Unidos. Desde la Comisión Nuclear se había dado seguimiento al caso, en donde se descubrió que una empresa de nombre Picker había vendido una unidad de teleterapia al hospital seis años atrás, en 1977. La unidad debía utilizarse para tratar a pacientes con cáncer, pues el aparato podía emitir radiación potente a tumores de cierto tamaño. La unidad de teleterapia además debía tener para funcionar una fuente de Cobalto-60, un cilindro de metal que, aunque pesado, cabría en ambas manos.
Pero sucede que para funcionar, la avanzada unidad necesitaría ser operada por personal especializado, mismo con el que el hospital no contaba. El detalle fue ignorado por el hospital antes del proceso de compra y aquello desembocó en que así como la adquirió, terminó por abandonarla en una lúgubre bodega a la que entraría, seis años después, Vicente.
No se tiene claro si Vicente actuó por si cuenta o si recibió instrucciones del hospital para desmantelar la unidad de teleterapia, pero poco importa ya. La unidad tenía en su inicio 1,003 gránulos de Cobalto-60, y fue importada sin que el hospital notificara a la CNSNS. A seis años de distancia, los cálculos indicaban que el cilindro debía tener todavía 450 gránulos, mismos que fueron desperdigados a partir del momento en que fue perforado.
Aunque la desmanteló por su cuenta, Vicente no actuó solo. Al no poder subir todo el material por su cuenta a la camioneta, llamó a su amigo Ricardo Hernández para que le ayudara a los trabajos de carga. Eventualmente terminaron en el Yonke Fénix, en donde vendieron todo el material.
Ya en el Yonke Fénix un electroimán se encargó de manipular el metal, y terminó esparciendo los gránulos por todo el patio, para impregnarse en todo el material del Yonke. Esa era la razón por la que el Yonke tenía inusuales picos de radiación y por la cual su descontaminación tomó tanto tiempo.
Mientras que la descontaminación de la maquiladora de Falcón se hizo del 23 al 26 de enero, la de Aceros de Chihuahua tomó desde el 25 de enero hasta finales de febrero de 1984. El Yonke incluso necesitó nueva cubierta de tierra y lecturas de todo el material.
La confirmación de todo llegó el 17 de febrero de 1984, cuando la fuente original, el cilindro que servía como motor para la unidad de teleterapia, fue encontrada entre metales abandonados del Yonke, todavía con 5 gránulos de Cobalto-60 en su interior.
La descontaminación del Yonke tomó desde el 20 de enero hasta finales del mes de abril.
Con el sospechoso encontrado, los rastreos en las ciudades se intensificaron. Un helicóptero del propio Departamento de Energía de Estados Unidos sobrevoló Juárez del 18 al 20 de marzo con dosímetros especializados de muy alta sensibilidad. El 21 del mismo mes voló sobre Chihuahua.
Así se cubrieron en total 470 kilómetros cuadrados, además de 375 kilómetros de carreteras. En las inspecciones se recuperaron 27 gránulos, 17 en Ciudad Juárez, uno en Chihuahua y siete en la carretera entre ambas ciudades.
En cuanto a las instalaciones, en Aceros de Chihuahua se encontraron 100 gránulos, más otros dos en Falcón de Juárez.
La fuente había sido encontrada, la camioneta había sido resguardada, los análisis clínicos en las personas expuestas habían comenzado, y la descontaminación de todos los lugares también. Pero la distribución del acero irradiado había comenzado ya. Las primeras estimaciones arrojaron que se habrían fabricado 3,000 bases para mesa, así como 6,600 toneladas de varilla, mismas además de haber sido fabricadas, ya habían sido intercambiadas con las empresas Fundival S.A. en Durango, Alumetales S.A. en Monterrey y Duracero en San Luis Potosí.
Las vigas contaminadas
Aceros de Chihuahua ya había distribuido la varilla a 16 entidades del país. Se estima que la producción de ellas comenzó el 14 de diciembre, apenas una semana después de que Vicente llevara la máquina al Yonke Fénix.
El operativo comenzó rápidamente: la CNSNS pidió un listado de compradores para cada una de las entidades y acudió a cada una de las empresas con las que se había intercambiado material, en donde solicitó una relación de los compradores. Trabajando contra tiempo, se sabía que no podrían dar con todos los compradores, pues no todas las casas de materiales expiden notas de remisión o facturas.
Así, paralelamente a las visitas que se hicieron a las casas de materiales, se implementaron campañas en municipios invitando a la gente a acudir a la brevedad a un centro médico en caso de sentirse indispuestos súbitamente. A quienes llegaban a hospitales se les hizo un seguimiento para corroborar su estado de salud incluso una vez que dejaron las instalaciones.
La prospectiva no era alentadora: con todo el material fabricado alcanzaría para al menos 17,600 construcciones, así que era mejor comenzar lo más pronto posible.
Del total de 6,160 toneladas de varilla producidas del 10 de diciembre de 1983 al 22 de enero de 1984 se recuperaron 2,360 toneladas que aún no habían sido empleadas para construcción. Se hicieron mediciones en cerca de 17,600 construcciones en las que se habría utilizado la varilla. El objetivo era identificar en cuáles sí se percibían niveles de radiación encima de lo recomendado para la salud.
Los estados que recibieron las vigas fueron Nuevo León, Coahuila, Querétaro, Tamaulipas, Durango, Baja California Sur, Agascalientes, Chihuahua, Sonora, Baja California, Sinaloa, San Luis Potosí, Zacatecas, Guanajuato, Morelos e Hidalgo.
814 fueron seleccionadas, y todas ellas fueron demolidas total o parcialmente.
Desde la CNSNS se sabe que aún así, quedaron construcciones con vigas con alta probabilidad de radiación. Después de haber hecho las mediciones en edificaciones y haber recuperado todo el material posible, quedan restantes entre 60 y 90 toneladas que jamás se encontraron. Esa varilla estaría colocada en aproximadamente 110 construcciones de acuerdo a un informe de la Secretaría de Salud, de las cuales entre 5 y 16 tendrían “niveles de radiación más altos que los permisibles”.
Los estragos en la salud
En suma, se calcula que 4,000 personas fueron expuestas a radiación, entre trabajadores de las empresas, habitantes de Ciudad Juárez y Chihuahua, y desde luego Vicente y su amigo Ricardo. La CNSNS llevó a cabo interrogatorios y laboratorios clínicos a toda persona de la que se hubiera sospecha que hubiera sido irradiada; además, si hubiera síntomas se les hizo control hematológico, estudio de médula ósea, conteo de espermatozoides y estudio de cromosomas.
Este último fue un parteaguas. Esta fue la primera vez que se hicieron estudios cromosómicos en México con motivo de una contaminación radiactiva.
Así, se hicieron exámenes a Vicente y Ricardo, a las 58 personas del Yonke Fénix, y a los trabajadores de Aceros de Chihuahua y otros distribuidores del material. También a las 509 personas que vivían en la colonia donde vivía Vicente, especialmente a quienes tenían domicilio en la calle Aldama.
Los resultados, fueron los siguientes: solo tres trabajadores del Yonke Fénix presentaron alteraciones en el recuento de glóbulos sanguíneos, uno de los primeros síntomas después de haber estado en radiación. Las alteraciones pueden producir leucopenia, plaquetopenia y anemia. Aunque en los primeros interrogatorios los trabajadores dijeron sentirse bien, eventualmente se les encontró manchas en las uñas de las manos y en las plantas de los pies.
Vicente salió prácticamente ileso del trabajo de desmantelar la unidad, pero su amigo no. Ricardo había cargado el cilindro con la mano expuesta, y para inicios de febrero se le encontró una cicatriz en la mano derecha. Eventualmente se convirtió en una ampolla y a los 12 meses comenzó a tener necrosis. Se le práctico un injerto de su misma piel que fue extraído de su pecho.
Aunque el sievert es el estándar contemporáneo, las siguientes cifras serán en rems para dar contexto a la radiación producto del accidente de Cobalto-60 en México. Cuando se trata de radiación importa no solo la cantidad recibida, sino el periodo en el que un humano ha sido expuesto. Así, las dosis únicas en corto periodo de tiempo son mucho más peligrosas que las de exposición disminuida y prolongada.
Una sola dosis de cerca de 450 rems es ya fatal para el ser humano, mientras que 100 rems son suficientes para causar un cáncer fatal a través de los años para cinco de cada 100 personas expuestas a la radiación.
Las primeras manifestaciones de síntomas aparecen alrededor de los 25 rems, en donde se experimentan náuseas, vómitos y diarrea. Como sabemos, el proceso de radiografías incluye por definición radiación. Una radiografía de pecho implica .02 rems, pero una tomografía computarizada de pecho eleva la radiación a .5 rems.
La CNSNS determinó que las dosis que recibieron los choferes de los camiones para trasladar los materiales estuvo muy por debajo del límite máximo, siendo siempre inferiores a .3 rems. Para el caso de personal de las dependencias que participaron en los procesos, todas las dosis fueron inferiores a los 4 rems.
El caso reportado con más dosis de la población habitante de una de las casas contaminadas fue la de un niño en Cuautla Morelos que recibió 1.2 rems en dos meses.
En suma, de las 4,000 personas expuestas, casi el 80% recibió dosis menores a .5 rems. 18% recibió entre .5 y 25 rems, y el 2% restante sí recibió dosis mayores a los 25 rems. De este último grupo cinco personas recibieron dosis de los 300 a los 700 rems en un periodo de dos meses.
El cementerio radioactivo
Aún con todo el material reunido, quedaba un enorme pendiente. Luego de intensas discusiones, se resolvió que todo el material debía instalarse en un lugar con poca ganadería, poca agricultura, y aún así con buenas vías de acceso. El lugar, condenado a servir como cementerio radiactivo, debía de tener poca lluvia, sin erosión por ningún factor ambiental y con valor comercial bajo.
En noviembre de 1984 el lugar definitivo fue seleccionado: ‘La Piedrería‘ es un lugar a 15 kilómetros al suroeste de Samalayuca con 103 hectáreas de extensión en donde hay nueve trincheras de 40 metros de largo, 15 de ancho y cinco metros de profundidad. Siete de las nueve trincheras tienen muros, pisos y tapas de concreto.
El operativo no debió haber sido menor, pues se sepultaron ahí 36,000 toneladas métricas de desechos radiactivos. No solo están las miles de toneladas de varilla de los fabricantes, sino también 29,000 toneladas de tierra y plasta contaminada de Aceros de Chihuahua, Falcón de Juárez, el Yonke Fénix y también del Río Sacramento y el arrollo ‘El Jourudo’ en donde las primeras dos empresas tiraban sus desechos industriales.
La lista sigue, con 860 botes con Cobalto-60 y más material radiactivo que se encontró en calles y carreteras.
Por supuesto que dado que la varilla había sido distribuida a medio país, la logística para regresarla toda era más que compleja. Por eso hay dos rellenos adicionales, uno en Mexicali y otro más en Maquixco, Estado de México, el primero con 70 toneladas de varilla y el segundo con 110.
La CNSNS ordenó que en cada lugar se hiciera un seguimiento de impacto al medio ambiente luego del depósito de las toneladas de desechos radiactivo.
Desde el punto de vista de la Secretaría de Salud, “el problema quedó bajo control“, pues se registró que no hubo bajas humanas y que los daños a la población “no fueron graves”. El control en efecto sucedió de manera pronta y con un importante operativo, pero es imposible dejar pasar que al final, la relativa resolución efectiva pasó así por una serie de eventos azarosos.
En primer lugar el conductor que perdió su ruta y que terminó por ser detectado por el Laboratorio Los Álamos, que solo dos empresas habían recibido el material contaminado, y que la camioneta de Vicente se descompuso inmediatamente después de vender el material al Yonke Fénix, lo que ocasionó que durante el poco más de un mes que tomó que las autoridades llegaran a Ciudad Juárez, la camioneta no se movió de la calle Aldama, de manera que los gránulos se concentraron ahí.
Y si bien es cierto que el electroimán en el Yonke Fénix provocó que los gránulos se desperdigaran, al final los alejó de los trabajadores, lo que ocasionó que como viéramos, todos salvo tres no presentaran ningún síntoma a pesar de haber estado peligrosamente cerca del material.
El caso fue un parteaguas también para la colaboración bilateral. Ahora México, Estados Unidos y otros países, emiten avisos cuando uno exporta a otro materiales radiactivos, como en el caso de unidades de teleterapia. Por si acaso, en aduanas ahora también se tienen detectores de radiación.
Sin embargo en México el robo de isotopos radiactivos no ha disminuido en lo más mínimo.
En 2013 se reportó el caso del robo de un camión que transportaba Cobalto-60, el mismo isotopo que provocó la contaminación de 1984. En 2015 otra alerta fue emitida en cinco estados por el robo de Iridio 192 en Tabasco. Un año después lo mismo volvió a ocurrir con un robo de Iridio-192 en Querétaro.
La lista sigue. en 2017 hubo otros dos casos, uno en la zona del bajío y otro, ahora por el robo de un densímetro nuclear en Nuevo León. En 2018 también hubo alertas de la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias por otro robo de un densímetro y por el robo de una fuente en Ciudad de México. En estos últimos dos casos los dispositivos fueron encontrados posteriormente.
Así las cosas con el Cobalto-60 en 1984, ya no sorprende que todas las alertas se activen en México cuando algún dispositivo radiactivo es robado.
Con información de: Xataka