Como si aún estuviera convulsionado por las dos pelotas de partido que le separaron de conquistar su noveno Wimbledon y vigesimoprimer título del Grand Slam, Roger Federer sufre en cada partido de este Abierto de Estados Unidos. Cinco veces campeón de un torneo que ganó por última vez en 2008, el suizo volvió a dejarse un set, esta vez ante Damir Dzumhur, 99º del mundo, antes de imponerse por 3-6, 6-2, 6-3 y 6-4, en dos horas y 21 minutos.
Después de la traumática derrota con Djokovic en el All England Club, el número tres del mundo cayó en octavos de Cincinnati frente a Andrey Rublev y dejó escapar un parcial en el debut en Nueva York ante el indio Sumit Nagal, procedente de la fase previa. El comienzo de su partido contra Dzumhur generó estupor entre el público de la Arthur Ashe, que le vio cometer nueve errores no forzados en los tres primeros juegos y verse muy pronto 4-0 abajo en el marcador.
Era un Federer triste, apagado, lento, irreconocible, para desconsuelo de su esposa Mirka y de sus entrenadores, Ivan Ljubicic y Severin Lüthi, que no daban crédito a lo que acontecía desde la tribuna. Tras ceder el primer parcial, levantó una bola de break adversa en el juego inicial del segundo. Después, a base de impulsos propios de un jugador de su talento, más que de una propuesta sólida, consiguió revertir la situación y sacar adelante un partido del que, no obstante, Dzumhur, envalentonado, no se sintió fuera hasta la última pelota.
Pronto en desventaja en cada uno de los tres últimos sets, constituyó una inquietud permanente para Federer, a quien le costaba refrendar las roturas. El bosnio llegó a crear hasta un total de 10 pelotas de break, pero sólo convirtió dos. Prevalecieron los 58 golpes ganadores del jugador de Basilea, por sólo 26 de su rival. Kei Nishikori, que ganó a Bradley Klahn, y Grigor Dimitrov, por incomparecencia de Borna Coric, también superaron ronda.
El País