“Querido jefe. Constantemente oigo que la policía me ha atrapado, pero no me echarán mano todavía (…) Odio a las putas y no dejaré de destriparlas hasta que me harte. Mi cuchillo es tan bonito y afilado que quisiera ponerme a trabajar ahora mismo si tengo la ocasión. Buena suerte. Sinceramente suyo. Jack el Destripador”. Es un 25 de septiembre de 1888 cuando la Central News Agency de Londres recibe una carta repleta de americanismos. Pronto estará en manos de Scotland Yard y de la prensa. Quizá la ha escrito un periodista borracho que quiere divertirse un poco, o quizá un psicópata, pero no sabe que acaba de dar nombre al asesino en serie más famoso de todos los tiempos. Tanto es así que más de un siglo después, todavía sigue fascinando.
El barrio londinense de Whitechapel sufrió, aquel difícil año de 1888, varios homicidios particularmente sangrientos. En aquellos tiempos la zona sufría superpoblación y sus gentes habían aprendido a convivir en la más absoluta miseria, con altos índices de violencia, alcoholismo y prostitución. La muerte de cinco mujeres (prostitutas, para más inri) quizá no sorprendió, pero sin duda conmocionó por la violencia y el modus operandi de su perpetrador: cortes en la garganta, mutilaciones y extirpación de órganos llevaron a la Policía Metropolitana de Londres a pensar que seguramente era un loco, probablemente un cirujano.
El tiempo ha mitificado a quien fue el primer asesino mediático de la historia. Jack el Destripador ha pasado al panteón de la eternidad no solamente por su crueldad y por su violencia, también por el misterio que gira en torno a él. Los escasos medios de la época no permitieron que se pudiera encontrar al culpable y, con el paso del tiempo, fueron apareciendo más posibles candidatos (algunos un poco delirantes). Una prueba de ello es que, cada cierto tiempo, se sigue intentando averiguar la identidad de aquel que se ensañó con, al menos, cinco mujeres vulnerables. ¿Quién fue? ¿Cuándo nació y dónde murió? ¿Fue una persona o varias? Y, quizá, lo que más fascina a todos aquellos que tratan de ponerse en la mente del asesino en ciertas ocasiones: ¿Por qué lo hizo? Por ahora, solo podemos hablar de suposiciones. Quizá siempre sea así.
Cuándo actuó y contra quién
Ellas eran: Mary Ann Nichols, Annie Chapman, Elizabeth Stride, Catherine Eddowes y, por último, Mary Jane Kelly. Aunque sus nombres no han pasado a la historia. Todas eran prostitutas. Todas fueron encontradas en el distrito Whitechapel, del East End de Londres. Todas menos una fueron asesinadas mientras buscaban clientes en la calle, durante el fin de semana y, en un lapso de tiempo de tres meses (el primer asesinato fue el 31 de agosto, el último, el 9 de noviembre).
Las cinco mujeres fueron mutiladas con tanta crueldad y precisión, que se teorizó que el asesino debía tener conocimientos anatómicos
Por supuesto, además de todo esto, las asesinadas coincidieron tristemente en la brutalidad con la que sus cuerpos habían sido maltratados hasta la muerte. Les cortaron la garganta y fueron mutiladas de distinta forma (en ocasiones se llevaba un órgano, abría mediante cuchilladas la cavidad abdominal, dispersaba las visceras…). Tanto es así que las disecciones, tan sumamente precisas, hicieron pensar a la policía que el asesino debía tener algún conocimiento de anatomía humana.
Aunque el asesinato de Kelly es el último (coincidiendo quizá con la muerte, arresto o migración del asesino) el expediente de Whitechapel incluye otros cuatro homicidios ocurridos después de los cinco canónicos. Las limitaciones de la época impidieron llegar a una conclusión clara sobre el caso, debido a la escasez de evidencia forense y los resultados pocos claros del ADN sacados de las cartas, pero se estipuló que no cabía duda de que los cinco asesinatos antes mencionados habían sido cometidos por la misma mano.
Un genio del marketing
Parte de la fama de Jack el Destripador viene dada, también, por las cartas que envió mientras la policía trataba de averiguar quién era y que otros asesinos posteriores, como el Asesino del Zodiaco, imitarían. De los cientos de cartas que la policía y la prensa recibieron durante ese tiempo (algunas pretendían ayudar a investigar mostrando pesquisas, aunque ninguna fue verdaderamente útiles), algunas estaban firmadas con el pseudónimo con el que el asesino pasaría a la posteridad y con sangre.
Coincidió con una época con una distribución masiva de rotativos a muy bajo precio, que dieron publicidad al homicida (inventando cosas cuando no tenían información al respecto)
De todas, las más importantes son la carta ‘Querido jefe’, la postal ‘Saucy Jacky’ y la carta ‘Desde el infierno’, que incluso inspiró a Alan Moore para crear un cómic. Esta última venía en una pequeña caja que también contenía la mitad de un riñón preservado en etanol y el autor aseguraba que “se había comido el resto del órgano frito”.
Aunque no fue el primer caso de asesinatos en serie, no hay precedentes de una cobertura mediática hasta entonces como la que siguió a Jack el Destripador. Coincidió con una época en la que se dio una distribución masiva de rotativos a muy bajo precio, que dieron publicidad al homicida. Como la información al respecto era escasa, a veces tenían que hacer uso de la más pura inventiva, y así surgieron muchos rumores que entorpecieron la investigación. De hecho, antes de Jack el Destripador (nombre que surgió a partir de la carta ‘Querido jefe’), la prensa le conocía como ‘Mandil de cuero’.
Los posibles candidatos
En la actualidad, se han dado más de 20 nombres diferentes que podrían haber estado detrás de Jack el Destripador. Algunos de ellos se aportaron después, y son especialmente morbosos pues son personalidades famosas de la época que tienen pocas probabilidades de haber cometido los crímenes. Lewis Carroll, Arthur Conan Doyle, el pintor impresionista Walter Sickert (del que se halló una coincidencia en su ADN mitocondrial con el del asesino en una serie de cartas, una supuestamente firmada por Jack el Destripador. El problema es que un 10% de la población comparte ese mismo tipo de ADN) o el príncipe Alberto Víctor (nieto de la reina Victoria), por una supuesta conspiración judeo-masónica fueron algunos de los candidatos. Sin embargo, en la época, los nombres que más fuerte sonaron entre la policía y la prensa, fueron los siguientes.
Montague Druitt
Montague era hijo de un cirujano de buena familia y, realmente, las sospechas provinieron porque desapareció justamente tras el crimen de Mary Kelly: su cuerpo fue hallado un mes después flotando si vida en el Támesis, apenas tenía 31 años.
Aunque en esos momentos fue tan solo un indicio, su nombre cobró más fama en la década de 1960 cuando algunos libros lo propusieron como asesino. Las pruebas contra él, sin embargo, parecen ser circunstanciales, y una década después lo rechazaron como posible sospechoso. Las teorías de por qué pudo suicidarse son varias: se ha teorizado que era homosexual o pederasta y que se había descubierto su secreto (llevaba mucho dinero encima cuando murió, y se cree que podría haber sido para pagar a un chantajista) o que, viendo que comenzaba a mostrar los mismos síntomas de locura que su madre y otros miembros de su familia, había decidido poner fin a su vida antes de que eso sucediese.
Michael Ostrog
Un estafador con antecedentes policiales, que perpetró múltiples timos y fraudes pero que, a pesar de haber sido uno de los candidatos que sonaron más fuerte, jamás se pudo acreditar que hubiera incurrido en delitos de sangre. Además, según investigaciones posteriores, en 1888 se hallaba preso en Francia y tenía una edad avanzada, por lo que no parece encajar bien con la descripción del asesino.
Francis Tumblety
No se sabe a ciencia cierta si nació en Inglaterra o Canadá, pero sí que visitó Inglaterra en muchas ocasiones y que sentía un odio visceral hacia las mujeres y en especial a las prostitutas (según la leyenda, debido a un matrimonio fracasado con una). En su momento se le consideró un psicópata sexual, pero huyó a Estados Unidos antes de que nada pudiera probarse. De hecho, parece que en Washington habría mostrado una colección de órganos reproductores femeninos metidos en tarros de formol a sus invitados durante una cena.
Aaron Kominski
Barbero judío polaco, residente en Whitechapel, parece ser que, como Tumblety, sentía un odio patológico hacia las mujeres y que fue ingresado en un hospital psiquiátrico en marzo del 89 por sus tendencias homicidas. Según un artículo publicado en ‘BBC’, los científicos Jari Louhelainen y David Miller, aseguraron que su análisis genético apuntaba a que, efectivamente, fue el autor de los asesinatos. Junto con Druitt y Ostrog, fue el principal sospechoso por la policía hace más de un siglo. Las pruebas de cualquier manera no son concluyentes, pues el material genético que se extrajo del supuesto chal de una de las víctimas está tan contaminado, que es difícil discernir si realmente estamos ante una prueba que puede considerarse verdadera. El misterio, por ahora (y quizá para siempre) continúa.
El Confidencial