El dinero construye apellidos rimbombantes, los apellidos construyen aburguesados cotos, los cotos son sin duda materia aspiracional: en el triste San Luis de la mierda que hoy padecemos, esa aspiración de pertenecer con poco o mucho dinero vale más que la razón, hoy trágicamente pesa más que la justicia.
El caso del exfuncionario público Alejandro Fernández Montiel, el socialité con “corazón de oro”, merecedor de múltiples homenajes y loas, premios y medallas de una filantropía que escondía el más perturbador perfil sociópata permanecerá en todas las marquesinas, a pesar de que ha sido pateado con extrema vileza e irresponsabilidad la continuidad del juicio oral en el que su defensa se ha derrumbado inexorablemente.
Fenómenos inexplicables como la presentación de un cardiólogo que quisieron forzar a demostrar que mediante una aplicación de medición de frecuencia cardiaca a través de un reloj inteligente podrían sostener que el indiciado no tuvo sexo en la hora en que se estableció sucedió la violación es el ejemplo más claro de cómo la desesperación campea en el cerco del “rescate” de a quien han querido convertir en víctima sin sustento. Ni la actuación del médico, cuya identidad está hoy cubierta, aunque su reputación pende de un hilo, pudo generar la más elemental congruencia entre esta defensa inocua, al proyectar las gráficas del momento, terminaron demostrando que Fernández Montiel sí tuvo las variaciones cardiacas características de un orgasmo.
El curso del actuar de la Fiscalía derrumbando la mayoría de los prontos de la defensa legal es altamente valorable, pero en este país donde el dinero de los de apellidos que pesan más que un relleno sanitario es tentador, la presión desestabiliza y por misteriosas causas lo que debió haberse resuelto ayer toma un tanque de oxígeno de largas 4 semanas, 2 por el incomprensible periodo vacacional que toman en el poder judicial durante el verano y 2 más por la ocurrencia de quienes seguramente tuvieron que ceder para que la coraza de lo indefendible busque más tiempo para gestionar otras absurdas condiciones, insistimos; los argumentos de la defensa, son los de un evasor de la responsabilidad esencial de un caso que va en tres vías, el delito por sí mismo, el abuso de poder de un funcionario público y las complicidades siniestras que su acto representó en la fallida protección de un niño que tenía una única certeza en la vida, una absoluta vulnerabilidad.
La versión empujada por la defensa que no cesa en revictimizar al niño abusado, de que el potencial acto sexual fue consensuado y que convertiría la violación en estupro, es abominable. ¿Qué clase de mentes torcidas podrían restablecer como válido en esta condición una manipulación tal que generara transigencia del menor a un acto del que no tenía plena consciencia?
Entienden quienes defienden en la vía legal, social y mediática (el guardar silencio es una acción contundente) a Alejandro Fernández, hoy son sus cómplices inobjetables, el apellido del niño cuyo nombre empieza con B, nadie lo conoce más que quienes lo custodiaron, sin duda su vida, integridad y salud para este San Luis de la mierda, no vale hasta ahora, absolutamente nada.
CAMBIO Y FUERA