AUTOPSIA DEL PRI

DESTACADOS, OPINIÓN, RADAR

El Radar 

Por Jesús Aguilar

Apareció en la historia nacional como el partido que por fin lograba aglutinar a la mayoría de las fracciones “ganadoras” de la revolución mexicana, sus liderazgos notables y como un articulador de la estabilidad que no se lograba y que tocó fondo con la muerte del presidente electo Álvaro Obregón en 1928, el líder máximo Plutarco Elías Calles entendió que había que pasar del caudillismo a un sistema de instituciones y fundaron el Partido Nacional Revolucionario, papá del PRI.

En la historia política de México, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha sido una fuerza omnipresente y dominante, casi sin parangón en la longevidad y el poder. Sin embargo, los tiempos cambian, y con ellos, las dinámicas electorales y las demandas del electorado. En el umbral del siglo XXI, el PRI enfrenta su momento más crítico, signado por derrotas electorales abrumadoras y una pérdida de identidad que parece irreparable.

Además hoy deben de cargar con la ominosa omisión de no haber aprovechado su segunda oportunidad ganando la presidencia en 2012 con Enrique Peña Nieto, ratificaron su estatus de villano favorito de la partidocracia mexicana.

Este año 2024 marcó un hito significativo para el PRI. Por primera vez en su historia, el partido no postuló candidato propio a la presidencia de México, un gesto simbólico que refleja su declive en la preferencia electoral y su incapacidad para mantener el dominio político que alguna vez tuvo. 

La alianza con el PAN y el PRD, lejos de revitalizar al partido, parece ser un acto de desesperación por parte de una dirigencia que intenta aferrarse a los últimos vestigios de poder.

San Luis Potosí, un estado históricamente priista, también fue testigo de la erosión del poder del PRI. En las elecciones de 2021, el partido tuvo que respaldar al candidato del PAN a la gubernatura, un hecho impensable en décadas pasadas cuando el PRI era sinónimo de control político absoluto en muchos estados del país. La derrota de este candidato subrayó la incapacidad del PRI para movilizar a su base electoral tradicional y para adaptarse a un electorado cada vez más diverso y exigente.

El último gobernador priísta, Juan Manuel Carreras fue el sepulturero formal de un partido con el que tampoco tuvo mucha historia íntima, sus devaneos previos con otros gobiernos panistas, incluyendo su participación como funcionario federal en la era del Calderonismo eran ya un claro síntoma de su falta de “A.D.N.” priísta, y el presagio se cumplió, entre negociaciones turbias para poder saltar a la gubernatura, hasta un desdén casi hipnótico para no apuntalar a “su” partido, terminó por abandonarlo de forma casi criminal, una eutanasia histérica y de formas contenidas por quien nunca tuvo mayor interés en apuntalarlo. Obviamente las derrotas se sucedieron sin sorpresa y el único candidato de origen tricolor era uno de sus apestados que tuvo que ser cobijado por el panismo capitalino, hoy el veintiúnico superviviente y líder de facto de la oposición, Enrique Galindo.

A nivel local y nacional detrás de estas derrotas electorales yacen dinámicas internas complejas. Alejandro Moreno, actual dirigente nacional del PRI, ha sido una figura controvertida dentro del partido. Conocido por su apodo, “Alito”, Moreno ha buscado consolidar su liderazgo a través de una estrategia que algunos críticos describen como autoritaria y excluyente. Su intento de “apoderarse de lo que queda del partido”, como se menciona en círculos políticos y medios de comunicación, es un esfuerzo por mantener el control sobre una organización política que se desintegra rápidamente.

En San Luis impulsó a quien le ofreció incondicionalidad y sumisión, Sara Rocha que con objetividad hizo un ridículo monumental en la derrota flagrante que le propinaron el Verde y Morena en la última elección. Sus nominaciones fueron un flan que engulló sin pudor el monstruo bicéfalo cuatroteísta potosino.

El PRI, una vez el partido hegemónico que moldeó la política mexicana durante gran parte del siglo XX, enfrenta ahora una crisis existencial, esa ruptura real y tangible en la que se debería de estar replanteando su existencia, su permanencia, su papel y su ruta al futuro.

Alito Moreno no es mejor que los que hoy le disputan con amagos de impugnaciones este acto súbito y autoritario de cambiar los estatutos para entronizarse como líder del partido hasta 2032, Manlio Fabio Beltrones, Dulce María Sauri y otros muchos que estarán peleando condiciones con su camarilla son parte de la historia de esta debacle.

La corrupción, el estancamiento ideológico y la falta de renovación generacional han contribuido al distanciamiento entre el partido y el electorado. Mientras tanto, nuevos actores políticos han emergido, capturando la atención de una población cansada de la misma retórica y prácticas de siempre.

El futuro del PRI es incierto. Pero aunque lo pudieran “recuperar” los remisos, o se consolide la “alitocracia”, el partido que fue el más importante de México, hoy quedaría inscrito en el salón de la chiquillada, subsistirá como un factor de bisagra y terminará de ser un potente factor como lo había sido hasta prácticamente 2021.

La estrategia de Moreno de consolidar su poder interno puede llevar al partido por un camino de fractura y disminución aún mayor. Sin embargo, en política nada es definitivo. Los partidos han demostrado ser entidades resilientes, capaces de reinventarse y recuperarse de las crisis más profundas. 

En última instancia, la muerte del PRI, si es que llega a materializarse como algunos vaticinan, no será un evento súbito ni espectacular. Más bien, será un proceso gradual, marcado por derrotas electorales, divisiones internas y una pérdida constante de influencia. La historia del PRI es también la historia de México, y su evolución refleja los cambios profundos y a menudo turbulentos que han definido la política del país desde su fundación.

A la postre nada muere del todo porque, su verdadera esencia, la del partido hegemónico, de los gobiernos presidencialistas, de los mandantes en la simulación de una república de poderes autónomos, sí sucede, en la reencarnación del Morenismo Obradorista que ya ganó con Claudia Sheinbaum su continuidad, el rojo del PRI, se hizo rojo sangre color vino tinto.

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