EL NUEVO MÉXICO DE BREAKING BAD.
El Radar
El fentanilo es la nueva verdadera “sustancia”, es la droga que está poniendo al mundo de cabeza, fue crucial en la narrativa triunfadora de Trump en su reciente campaña, y también es el pretexto para dar un golpe en la mesa de la geopolítica mundial y de la región.
El fentanilo, un opioide sintético hasta 100 veces más potente que la morfina, representa una crisis multidimensional que trasciende fronteras y afecta a la salud pública, la seguridad internacional y la economía global.
En sus orígenes, este medicamento revolucionó el tratamiento del dolor severo, pero su producción y distribución ilícita lo han convertido en una droga letal que domina los mercados de narcóticos.
Hoy, el fentanilo es el epicentro de una epidemia que golpea con fuerza en América del Norte, con consecuencias devastadoras para México, Estados Unidos y Canadá.
De la medicina al narcotráfico: el fentanilo como motor de muerte
Desde la década de 2010, el fentanilo ha reemplazado a otros opioides como la heroína debido a su potencia y bajo costo de producción.
Solo en 2021, más de 107,000 personas murieron por sobredosis en Estados Unidos, de las cuales el 66% involucró opioides sintéticos como el fentanilo, por eso se convirtió en un tema harto sensible en el discurso Trumpiano.
En Canadá, el problema se agrava con el aumento de muertes por consumo involuntario de drogas adulteradas, mientras que en México, aunque el consumo es bajo en comparación, el país se ha convertido en el principal productor y distribuidor hacia el norte.
Esta crisis tiene un rostro visible: los cárteles mexicanos, especialmente el Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), quienes han consolidado su dominio al transformar el fentanilo en su principal fuente de ingresos.
Pero hoy sale a la luz otra cara menos conocida: la de los jóvenes estudiantes de química, reclutados por los cárteles para producir esta droga en laboratorios clandestinos.
Jóvenes talentos al servicio del crimen organizado: el laboratorio como campo de batalla
Un reportaje publicado ayer, domingo 1 de diciembre por el poderoso diario norteamericano The New York Times arroja luz sobre cómo los cárteles mexicanos reclutan estudiantes de química de universidades públicas y privadas para fabricar fentanilo. Atraídos por salarios muy por encima de la media, estos jóvenes, apodados “cocineros”, se convierten en piezas clave en la producción de opioides sintéticos. Muchos provienen de familias en situación vulnerable, lo que los hace susceptibles a las ofertas económicas de los cárteles.
Uno de estos estudiantes, entrevistado por el Times, confesó: “Me ofrecieron dinero para salvar la vida de mi padre. No había otra opción”. Con este trasfondo, los cárteles han encontrado una fuerza laboral barata y técnicamente capacitada para sustentar sus operaciones. Los laboratorios clandestinos, comparados por algunos con los escenarios de la famosa serie Breaking Bad, ahora se ubican en terrenos remotos de México, donde estos jóvenes fabrican precursores químicos y fentanilo final con métodos cada vez más sofisticados.
A diferencia del personaje ficticio Walter White que era un frustrado profesor de química, y de su rebelde alumno Jesse Pinkman a quien “salvó” su mentor de extinguirse en la propia adicción y desvarío propios de su condición, que se convirtieon en cocineros de una metanfetamina de excepción que terminó por inundar el mercado ficticio de Arizona, los estudiantes mexicanos no buscan poder ni riqueza desmedida, sino sobrevivir.
Sin embargo, las consecuencias son igualmente trágicas: exposición a sustancias tóxicas, riesgo de muerte violenta, y la amenaza constante de la justicia o represalias de los mismos cárteles.
La autosuficiencia química de los cárteles
El auge de la producción de fentanilo en México está relacionado con su dependencia de precursores químicos importados, principalmente desde China. Aunque el gobierno chino ha restringido el comercio de estas sustancias, los cárteles han aprendido a evadir las regulaciones y encontrar nuevas rutas de suministro. Sin embargo, la pandemia de COVID-19 y las interrupciones en las cadenas de suministro globales impulsaron a los narcotraficantes a buscar una mayor autosuficiencia química.
Para lograrlo, los cárteles han intensificado la investigación y desarrollo dentro de sus operaciones clandestinas. “Es como preparar un pastel,” dijo un cocinero en el reportaje del New York Times. Pero esta “receta” incluye ingredientes y procesos químicos altamente peligrosos, lo que refleja un salto cualitativo en las capacidades del crimen organizado mexicano.
Impactos económicos y sociales: los cárteles como industria paralela
El reclutamiento de estudiantes de química es solo una pieza en el engranaje económico que los cárteles han desarrollado en torno al fentanilo. Esta droga, más rentable y menos costosa de producir que otras sustancias como la cocaína, ha permitido a los cárteles diversificar y expandir sus operaciones.
Un kilogramo de fentanilo puede costar menos de $5,000 dólares en producirse y generar ganancias de hasta $1.5 millones de dólares en el mercado estadounidense.
Sin embargo, estas ganancias tienen un costo humano y social inmenso. En México, las comunidades rurales se ven devastadas por la violencia asociada al narcotráfico, mientras que en Estados Unidos y Canadá, el fentanilo está destruyendo familias y sistemas de salud pública.
Respuestas gubernamentales: entre la cooperación y el conflicto
La lucha contra el fentanilo requiere una acción conjunta entre México, Estados Unidos y Canadá, pero las tensiones diplomáticas han complicado los esfuerzos. Mientras que el gobierno estadounidense presiona a México para intensificar las operaciones contra los cárteles, las autoridades mexicanas enfatizan la necesidad de abordar las causas estructurales del problema, como la pobreza y el desempleo juvenil.
La semana pasada la respuesta al amago de Trump de imponer aranceles del 25% a Canadá y México terminaron en una carta reactiva de Sheinbaum y una llamada telefónica que Trump interpretó como el “compromiso” de Claudia de cerrar la frontera, cosa que inmediatamente negó (El fuelle de la diplomacia mexicana es harto deficiente en las formas del segundo piso de la 4T). Mientras que el Primer Ministro Canadiense no perdió el tiempo y voló hasta la residencia privada de Trump de Mar- A – Lago el viernes para cenar con él y hacer acuerdos reales sostenibles mucho más allá que sobre el papel de una misiva que parece fue dictada por López Obrador.
Sin embargo una frase de la carta de la Presidenta a Trump es una verdad inobjetable, ellos ponen los adictos y nosotros los muertos, pero al desnudarla pone en evidencia cómo las estrategias de seguridad han sido inútiles e insuficientes.
Aunque México ha destruido laboratorios clandestinos y ha confiscado toneladas de precursores, los cárteles siguen adaptándose y evolucionando. Como declaró Todd Robinson, del Departamento de Estado de EE. UU., “Los cárteles están trasladando la producción a su propio territorio para acelerar la distribución.”
Un problema global que requiere soluciones integrales
La crisis del fentanilo no es solo un problema de drogas; es un reflejo de las desigualdades económicas, los vacíos en las políticas públicas y las dinámicas de poder entre naciones. Resolverlo implica mucho más que erradicar laboratorios o incautar cargamentos: requiere inversiones en educación, empleo y desarrollo en las comunidades más vulnerables.Ése es el discurso oficialista de atención a las causas de Claudia, pero se siente como querer tapar el pozo con el niño ahogado y jalando a sus “salvadores” al fondo.
En última instancia, la historia de los estudiantes de química mexicanos reclutados por los cárteles ilustra la complejidad del problema.
No son villanos, sino víctimas de un sistema que ofrece pocas alternativas.
Mientras los gobiernos de América del Norte no logren una colaboración real y efectiva, el fentanilo seguirá extendiendo su sombra mortal y de manera formal, ellos seguirán poniendo los adictos y el dinero, nosotros profundizando la pobreza e indefensión de la gente del “pueblo bueno y sabio” que con programas sociales huecos quieren defender y que terminan por saturar las morgues y panteones de todos los rincones del territorio que como en la serie de Bryan Cranston terminó por romperse al mal.