El Radar
Por Jesús Aguilar
El asesinato de una figura política en funciones tiene efectos profundos no solo en el ámbito de la política y la seguridad, sino también en la psique colectiva de la comunidad afectada. El reciente asesinato del ex alcalde de Tancanhuitz, Jesús Eduardo Franco Lárraga, en San Luis Potosí, es un ejemplo paradigmático de cómo este tipo de eventos pueden generar una crisis de confianza en las autoridades y desencadenar un fenómeno de psicosis colectiva, exacerbado por una posible trama política que podría estar detrás del asesinato.
El asesinato de una figura de autoridad, especialmente en una comunidad pequeña o de influencia local, provoca un fuerte golpe emocional en la población. Cuando se percibe que un líder, que se supone está en funciones para garantizar la seguridad y el bienestar de la comunidad, es atacado, la respuesta emocional de la sociedad es inmediata. La población no solo enfrenta el duelo por la pérdida de un ser querido, sino que también experimenta un sentido de vulnerabilidad. Este fenómeno se denomina “histeria colectiva” y es una reacción masiva y descontrolada a un evento traumático que altera la percepción de la seguridad y el orden social.
En el caso del asesinato de Franco Lárraga, la comunidad de Tancanhuitz y áreas circundantes probablemente vivió un aumento significativo en el miedo, la incertidumbre y la desconfianza. Los ciudadanos pueden empezar a cuestionar si las autoridades son capaces de protegerlos, generando una atmósfera de paranoia en la que cualquier rumor o especulación puede ser tomado como una amenaza real. La psicosis colectiva no se limita a la inseguridad física, sino que también afecta el sentido de justicia y estabilidad social.
En muchos casos, los asesinatos de autoridades en funciones no solo están ligados a cuestiones de delincuencia organizada o enfrentamientos con grupos criminales, sino que también pueden estar motivados por intereses políticos. En el caso de Jesús Eduardo Franco Lárraga, no es difícil suponer que detrás del asesinato puedan existir razones políticas, ya que las luchas por el poder local, el control de recursos y la influencia sobre la comunidad son frecuentes en muchas regiones de México.
Si se confirma que el crimen tiene motivaciones políticas, esto incrementaría la percepción de que las instituciones de justicia son débiles o incluso cómplices de ciertos actores políticos. La posibilidad de que el asesinato de una autoridad esté relacionado con una red de corrupción o con el intento de silenciar a un político incómodo, alimenta la desconfianza en los procesos electorales y en la legitimidad de las instituciones, lo cual puede intensificar la psicosis colectiva. Este tipo de sospechas crea un caldo de cultivo perfecto para la desinformación, donde los rumores sobre conspiraciones políticas, traiciones y manipulaciones pueden extenderse rápidamente.
Los efectos de esta histeria colectiva son profundamente negativos. A nivel social, las comunidades se fragmentan, ya que el miedo a convertirse en víctima de la violencia o de la manipulación política puede generar desconfianza incluso entre los propios vecinos. Las relaciones comunitarias se ven deterioradas, y el sentido de unidad y cooperación que es crucial para la cohesión social se pierde.
A nivel político, la psicosis colectiva puede generar un fenómeno de radicalización. Los ciudadanos pueden empezar a ver a todos los políticos con desconfianza, incluidos aquellos que podrían ser parte de una solución a los problemas locales. La polarización y el sectarismo aumentan, y las elecciones futuras pueden verse empañadas por la deslegitimación de candidatos que, aunque legítimos, son percibidos como parte del mismo sistema corrupto que facilitó el asesinato.
El asesinato de una autoridad en funciones, como el de Jesús Eduardo Franco Lárraga, no es solo un hecho de violencia aislado, sino un evento que tiene el poder de sacudir la psique colectiva de una comunidad. La histeria colectiva, alimentada por el miedo, la incertidumbre y las posibles conspiraciones políticas, puede generar un ambiente de desconfianza que afecta la seguridad, la cohesión social y la política local. En este contexto, es crucial que las autoridades respondan con claridad, transparencia y justicia, para evitar que el caso se convierta en un motor de desestabilización aún mayor. La reconstrucción de la confianza, tanto en las instituciones como entre los ciudadanos, es esencial para superar la crisis que se desata tras un asesinato de esta magnitud.
Cumplida una semana del múltiple homicidio, primero “cayó” Manuel “Kipy” Aguilar Acuña, al que soltaron menos de 72 horas después por falta de pruebas, corrió como pólvora el rumor de que su sobrino Alejandro Aguilar Martell, hijo de la regidora plurinominal de MORENA Limbania Martell en la capital, (quien salió a acusar una persecución política) y la detención y cateo a las propiedades de su esposo, el hermano menor del “Kippy”, Pepe Lupe Aguilar Acuña.
El cabildo municipal de Tancanhuitz nombró como nueva alcaldesa a María del Carmen Muñoz, quien se desempeñaba como síndica municipal.
Mientras que el único dato disponible hasta hoy es que encontraron armas largas en la casa de los Aguilar Martell y que la Fiscala estatal Manuela García Cázares confirmó que se habían contratado sicarios foráneos para cometer el crimen.
Es importante destacar que la investigación sigue en curso y se espera que se realicen más detenciones y se revelen más detalles sobre el caso en las próximas horas. La opinión pública sigue atenta a los desarrollos de este caso, que ha generado conmoción y preocupación en la comunidad