El Radar por Jesús Aguilar
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Rodolfo “Fofo” Márquez, un influencer mexicano condenado por tentativa de feminicidio a 17 años de prisión, ha generado un amplio debate sobre la responsabilidad de las figuras públicas en la era digital y la eficacia de las leyes mexicanas en la lucha contra la violencia de género.
Hoy está preso en el peligrosísimo y oscuro penal de Barrientos en el Estado de México.
México ha avanzado en la tipificación y sanción del feminicidio, incluyendo su tentativa. El Código Penal del Estado de México establece penas severas para quienes cometen feminicidio, que van de cuarenta a setenta años de prisión. En casos de tentativa, la pena puede oscilar entre trece y cuarenta y seis años, dependiendo de las circunstancias y la gravedad del acto.
La condena de Márquez por tentativa de feminicidio refleja una aplicación categórica de la ley, subrayando el compromiso de las autoridades mexicanas en combatir la violencia de género. Este caso sienta un precedente importante, demostrando que incluso figuras públicas con amplia influencia no están exentas de rendir cuentas por sus acciones.
El caso de “Fofo” Márquez pone de manifiesto la necesidad de una mayor responsabilidad tanto por parte de los creadores de contenido como de los consumidores en la era digital. Es esencial fomentar una cultura en línea que valore la autenticidad, la responsabilidad y el respeto, y que rechace la glorificación de comportamientos violentos o irresponsables. Además, la aplicación estricta de las leyes contra la violencia de género es crucial para enviar un mensaje claro de que tales conductas no serán toleradas, independientemente del estatus o la fama del perpetrador.
La doctora en psicología Estela Durán ha señalado que Márquez presenta comportamientos que podrían indicar una “sociopatía grave”, caracterizada por impulsividad, agresividad y una aparente falta de empatía. Durán enfatiza que individuos con estas características representan un peligro para la sociedad y subraya la importancia de que el público sea consciente del tipo de contenido que consume y promueve en las redes sociales.
Por otro lado, colectivos académicos han expresado su preocupación por la proliferación de desinformación y discursos de odio en las plataformas digitales. El grupo “Por Otra Política Educativa. Foro de Sevilla” ha instado a las autoridades educativas a asumir un papel más activo en la formación crítica de los jóvenes para identificar y refutar desinformaciones que fomentan el racismo y la xenofobia. Aunque su enfoque principal no es la violencia de género, su llamado destaca la necesidad de una educación que promueva el pensamiento crítico frente a la influencia de ciertos contenidos en línea.
Las redes sociales permiten a los individuos construir y proyectar identidades que, en ocasiones, distan de la realidad. En el caso de Márquez, su contenido se centraba en ostentar riqueza y comportamientos extravagantes, lo que le granjeó una considerable base de seguidores. Sin embargo, esta proyección puede enmascarar comportamientos problemáticos y una falta de responsabilidad social. La búsqueda de notoriedad y validación en línea puede llevar a algunos a cruzar límites éticos y legales, como se evidenció en este caso.
La popularidad de figuras que carecen de aportes significativos más allá de sus extravagancias plantea preocupaciones sobre los modelos que la sociedad, especialmente los jóvenes, eligen seguir. La glorificación de comportamientos irresponsables o incluso peligrosos puede desensibilizar al público y normalizar conductas inapropiadas. Además, la interacción digital, a menudo desprovista de consecuencias inmediatas, puede fomentar una desconexión empática, donde las acciones en línea y sus repercusiones en la vida real se perciben como disociadas.
Tradicionalmente, la fama estaba vinculada al talento, logros o contribuciones culturales. Sin embargo, en la era digital, la celebridad a menudo se obtiene a través de la visibilidad y la capacidad de atraer atención, independientemente del contenido o mérito. Esto ha llevado a que individuos sin talentos discernibles, pero con habilidades para generar controversia o exhibir estilos de vida aspiracionales, alcancen estatus de celebridad. Esta tendencia puede distorsionar las percepciones de éxito y valor, promoviendo la idea de que la fama es un fin en sí mismo, desvinculado del esfuerzo o la contribución positiva.