Montañas de ropa y zapatos abandonados, listas con nombres, maletas y un crematorio clandestino donde aún quedaban restos de hueso calcinado. Todo esto fue descubierto el sábado 8 de marzo por los Guerreros Buscadores cuando ingresaron al Rancho Izaguirre, ubicado en la comunidad de La Estanzuela, en Teuchitlán, Jalisco.
Entre los objetos que encontraron, había también ofrendas y veladoras a medio quemar en un altar de la Santa Muerte, lo que evidenciaba el tipo de rituales que se realizaban en el lugar. Sin embargo, el mayor horror lo contaron aquellos que lograron sobrevivir y que hoy relatan lo que vivieron en ese campo de exterminio del crimen organizado.
A simple vista, el rancho parecía un lugar común, pero en su interior todo estaba organizado para el adiestramiento. Había un área administrativa donde se registraban los nombres y tareas de los reclutas, además de un dormitorio improvisado en una bodega de 389 metros cuadrados, que alguna vez almacenó mercancía de tiendas departamentales. En ese espacio, los nuevos integrantes eran forzados a venerar a la Santa Muerte mientras dormían en el suelo, apretados unos contra otros.
Los sobrevivientes recuerdan que el terror comenzaba desde el primer momento. Al llegar, los obligaban a desnudarse para asegurarse de que no llevaran ningún dispositivo de rastreo. “Desde ese momento empiezas a trabajar”, les decían sin posibilidad de negarse.
El rancho también contaba con una cocina improvisada, donde los alimentos eran preparados con leña, la misma que se usaba para quemar cuerpos. Uno de los testigos relató cómo los nuevos reclutas eran asesinados si intentaban escapar o si expresaban su deseo de irse. “A los que querían irse, los mataban enfrente de todos”, cuenta un hombre que llegó al lugar por una falsa oferta de trabajo como guardia de seguridad en Guanajuato.
Las prácticas de tiro eran parte del entrenamiento. A 120 metros de la entrada, había un almacén donde se realizaban ejercicios con armas largas y cortas. Para estos entrenamientos se utilizaban señalamientos viales como blancos de tiro. Antes de disparar armas reales, los reclutas eran obligados a pelear entre sí con pistolas de gotcha, una práctica que funcionaba como preparación para el combate real.
Aquellos que desobedecían órdenes o no demostraban suficiente “voluntad” eran castigados. Había un área de tortura donde los instructores golpeaban a los reclutas con tablas. “Todos los días nos pegaban por cualquier cosa, así nos mantenían con miedo”, narró otro sobreviviente.
En la parte trasera del rancho estaba la “carnicería”, el sitio donde enseñaban a desmembrar cuerpos. No había técnicas específicas, cada quien debía entenderlo por su cuenta. “No hay día que no piense en eso y no hay día que no me atormente. En ese momento, tenía que hacerlo para seguir vivo”, relató uno de los testigos.
El número de víctimas que murieron en el rancho es incierto. Lo único seguro es que muchas personas fueron asesinadas, desmembradas y calcinadas ahí. Se encontraron evidencias en las bardas perimetrales del rancho con impactos de bala, pruebas de que aquellos que intentaban huir eran ejecutados. “Los dejaban correr y cuando se colgaban de la barda, les disparaban”, contó un testigo.
Este sitio, conocido como “La Escuelita”, dejó de operar en septiembre de 2024 tras un operativo de la Guardia Nacional y la Fiscalía General del Estado de Jalisco, pero no hubo consecuencias reales. El gobierno estatal no informó sobre su ubicación ni sobre las evidencias encontradas.
Seis meses después, la Fiscalía aún está analizando los restos hallados en el lugar, mientras que decenas de familias de desaparecidos buscan entre las prendas encontradas algún rastro de sus seres queridos, aquellos que salieron de casa y nunca regresaron.