Es 2025, a razón del gusto por saber qué estaba haciendo cada quien por estos meses hace cinco años, en el inicio de la pandemia, grandes piezas noticiosas colman los medios de comunicación, cuentan los muertos, las consecuencias económicas, las experiencias de cada país acerca de cómo proteger a su población, de la ciencia volcada en hallar una vacuna mientras los hospitales se llenaban de personas y otros fallecían en las salas de espera, en la vía pública, en los asilos, en las casas… siendo una experiencia colectiva y a la vez personalísima, había encontrado insoportable volver la memoria a esos días, hasta hoy.
Conversando con un médico al respecto, reconocimos ambos el mutuo desgaste profesional de ese momento, en su justa proporción, hoy, cuando la serie The Pitt fascina a todos evocando por ratos la senda crisis, recordamos que elpersonal de salud sigue contando por miles las pérdidas, no sólo de aquellos que murieron atendiendo a otras personas, sino de quienes renunciaron absolutamente a su carrera a raíz del estrés postraumático que acarreó mirar en el soberbio siglo XXI el escenario ante el cual estuvieron sus antepasados por la gripe de 1918, la parálisis, la indefensión, de que ningún libro o manual podía ser releído para salvar a nadie.
También en su justa proporción, no fue lo mismo atender pacientes en los Estados Unidos que en los sistemas de salud de México por eso las denuncias contra el gobierno, por no esforzarse en gestionar la crisis y dejar que se le acumularan los muertos con tal de no perder en la retórica burlona de cada mañana cuando decían que aquello se curaba a rezos. ¿Cuántas personas en las poblaciones más pobres de este país los creyeron sinceramente? No lo sabremos todavía.
Por cuanto, a nosotras, las que nos quedamos a atender víctimas de violencia en 2020, ya llevábamos tiempo en medio de una pandemia cuando llegó el covid 19 metió a todos en ese infierno que se vuelve el dulce hogar y dejó a la mitad del personal que éramos por entonces. Nos tocó hacer la limpieza, pedirle a la gente que se lavara las manos y tomar denuncias incesantemente. Ese año, en cuanto a la saña se parece un poco a este, no recuerdo en veinte años haber atestiguado lesiones como las de todos esos meses en el cuerpo de las mujeres, el llanto, las personas que convulsionaron por recordar la crueldad verbal con la que eran tratadas y cómo llegábamos a casa pidiendo a nuestros propios hijos que no se nos acercaran, que no nos tocara nadie, llamando a los familiares vulnerables sin poder verlos, enterándonos en la distancia de la muerte de compañeros que habían atravesado décadas junto nuestro, trabajando lado a lado y de pronto nada. El silencio.
No poder llorar es una cosa tremenda y me pasaba mucho en aquel tiempo, me decía a mí misma que todavía no era el momento adecuado, ni remediaba nada, a falta de lágrimas escribí mucho, publiqué un protocolo, una guía para denunciar delitos, hice formatos nuevos, cartas de derechos, di clase para la atención de ambas crisis a la policía, al ejército y luego un proyecto de adecuación para otro lugar en el cual poder trabajar. Sin parar, no me quebré yo, sino mi cuerpo.
Las motivaciones que llevan a elegir la vocación pueden verse soterradas cuando quienes nos dedicamos a proteger a la gente nos olvidamos de nosotros y nosotras mismas, nadie puede cuidar a otros, roto. El camino de vuelta a la reivindicación de cada una, ha tardado estos cinco años, pero es una labor inacabada, precisamente este extraño transcurrir del tiempo, en un parpadeo, nos despierta mayores, seguimos perdiendo las columnas de nuestra existencia, pero como escribe Campbell, evocando a Jung:
“Al echar una mirada a lo que había prometido ser una aventura única, peligrosa, imposible de predecir, sólo encontramos que el final es una serie de metamorfosis iguales por las que han pasado hombres y mujeres en todas las partes del mundo, por todos los siglos de que se guarda memoria y bajo todos los variados y extraños disfraces de la civilización”
Sin embargo, en la devastación, en la desolación del porvenir, ayer vino Jorge Drexler a la ciudad, a recordar su propia experiencia en la pandemia, algo de lo cual se dolieron tantísimos artistas, no poder cantar en vivo, quedar encerrado pero ávido de rodearse de personas. De pronto estábamos allí, en la plaza pública con la luna llena de abril encima y cantando alegres sobre estar tristes, tanto que él mismo lloró, a lo mejor reencontrándose con aquel concierto sin dar, bastándose a sí mismo y a su guitarra.
Claudia Espinosa Almaguer
Dedicado a mi papá, quien jura que la música te salva.