EL ÚLTIMO ROUND: FRANCISCO VS. TRUMP

DESTACADOS, OPINIÓN, RADAR

El Radar

Por Jesús Aguilar

A la sombra del fallecimiento del Papa Francisco, el mundo se ve obligado a volver la mirada a una de las tensiones morales y políticas más significativas de su pontificado: su firme oposición al discurso y las políticas antimigrantes de Donald Trump. 

En una era donde la retórica del miedo ha sido moneda corriente, la voz de Francisco resonó —incluso en sus últimos días— con una claridad profética que apelaba no solo a la conciencia cristiana, sino a la humanidad entera.

El pasado Domingo de Pascua, en lo que sería su último mensaje leído desde el balcón de la Plaza de San Pedro, Francisco denunció “cuánto desprecio” existe hacia los migrantes y marginados, exhortando a ver en ellos no una amenaza, sino una presencia reveladora de Dios entre nosotros. “Porque todos somos hijos de Dios”, dijo, retomando una constante en su discurso desde el inicio de su papado.

Esta confrontación entre el Papa y el expresidente Trump no fue un episodio aislado, sino una serie de intercambios que delinearon dos visiones antagónicas del mundo. Mientras Trump prometía muros y deportaciones masivas, Francisco hablaba de puentes, de acoger, de mirar al migrante como un hermano y no como un enemigo.

“El discurso de Francisco ha sido profundamente disruptivo porque ha insistido en la centralidad del otro, especialmente del más vulnerable”, afirma el teólogo y sociólogo español Francisco Javier de la Torre, director del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Pontificia Comillas. “En un contexto como el estadounidense, donde el miedo ha sido un instrumento político, la voz del Papa ha sido un llamado incómodo pero necesario”.

Ya en 2016, Francisco había lanzado una de sus críticas más directas al entonces candidato republicano: “Quien sólo piensa en construir muros, dondequiera que estén, y no en construir puentes, no es cristiano”. Estas palabras generaron reacciones encontradas en todo el mundo, pero también marcaron un antes y un después en la manera en que la Iglesia católica se posicionaba frente a líderes populistas y autoritarios.

No se trató solo de retórica. El Papa envió cartas a obispos estadounidenses, pidió públicamente resistir narrativas de odio y visitó lugares emblemáticos del drama migratorio, como la isla de Lampedusa en 2013. Fue, como señala el historiador Massimo Faggioli, “una praxis pastoral en clave profética”.

“Francisco no habló desde la comodidad del Vaticano, sino desde la experiencia de un hijo de migrantes, desde el sur global, que entiende lo que significa ser descartado”, reflexiona la académica argentina Emilce Cuda, secretaria de la Pontificia Comisión para América Latina. “Por eso su mensaje no fue sólo para Trump, sino para una humanidad tentada por la indiferencia y la xenofobia”.

Esta confrontación moral se enmarca también en una batalla por el alma de Occidente. Mientras Trump capitalizaba la frustración económica y el miedo al “otro” para fortalecer su poder, Francisco ofrecía un contrapeso espiritual y ético. Lo hizo apelando a datos —como los estudios de la Universidad de Stanford que contradicen la idea de que los migrantes son criminales— pero, sobre todo, desde la fe en la dignidad humana.

La paradoja es profunda: en una nación fundada por migrantes, el 56% de los estadounidenses apoya ahora las deportaciones masivas. ¿Dónde quedó el ethos de acogida que alguna vez caracterizó al “sueño americano”? La respuesta, tal vez, esté en la falta de voces con el alcance moral y la coherencia del Papa argentino.

Francisco, aun en su despedida terrenal, nos deja una herencia viva. “El legado del Papa no se mide solo en documentos, sino en el eco que resuena en las decisiones cotidianas de millones”, dice la socióloga mexicana Cecilia Delgado-Molina. “Y ese eco, en tiempos de muros, es el de un hombre que habló de puentes”.

En un mundo cada vez más dividido por líneas imaginarias que separan a los “legales” de los “ilegales”, a los “nuestros” de “los otros”, el mensaje de Francisco sigue siendo radicalmente incómodo y urgentemente necesario. No solo para los líderes políticos, sino para todos nosotros, llamados a decidir si vamos a seguir construyendo muros… o a tender puentes.

Mañana sábado 26 de abril de 2025 en el último adiós a Francisco, Trump y el eco de una voz perenne, ya inmortal se confrontarán por última vez, deberían recibir al mandatario Estadounidense con una grabación del discurso de humanismo y empatía al migrante, de sensibilización natural que en pos de su ambición ha convertido en grito de guerra el Presidente de los Estados Unidos.

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