El Radar
Vivimos en la era de lo inmediato.
Una era donde una tendencia de TikTok puede mover millones de personas, mientras los cuerpos sepultados en los escombros de Gaza o los civiles bajo fuego constante en Ucrania apenas son un zumbido lejano.
Un mundo donde una selfie lacrimógena tiene más alcance que una denuncia de crímenes de guerra. Donde los jóvenes —los mismos que antes encabezaban revoluciones estudiantiles, movimientos contra la guerra de Vietnam o el apartheid— hoy parecen más ocupados en la estética del sufrimiento que en su transformación real.
La pregunta es tan incómoda como urgente: ¿por qué hemos perdido la empatía? ¿Qué nos ha pasado como humanidad que permitimos vivir sobre una bomba nuclear emocional y política, mientras nuestras prioridades se diluyen entre influencers, cancelaciones masivas y batallas ideológicas estériles?
La inmediatez nos atrofia la conciencia
Para la doctora Lucía Hernández, socióloga digital del ITESO, la raíz está en el “culto a la hiperconexión superficial”:
“Vivimos sobreestimulados. Las redes sociales priorizan lo breve, lo viral, lo emocionalmente inmediato. Eso deja sin espacio a la comprensión profunda de contextos como Gaza o Ucrania. Nos volvimos expertos en indignación pasajera y en olvido selectivo.”
Las plataformas no fueron diseñadas para la reflexión, sino para la adicción. La guerra, el hambre o el dolor no compiten con el algoritmo. El algoritmo prefiere polémicas personales, chismes de celebridades, enfrentamientos ideológicos o indignaciones de corta vida.
La polarización nos anestesia
El doctor Iván Trujillo, investigador del COLMEX, lo dice con crudeza:
“La sociedad está emocionalmente agotada por tanto discurso de odio, tantas guerras culturales. La gente ya no sabe cómo sentir frente al horror. O niega. O normaliza. O simplemente se desconecta.”
En redes, si estás en contra de algo, debes estar completamente en contra. Si simpatizas con una causa, no puedes dudar de sus contradicciones. Esa lógica binaria nos impide entender lo complejo. Así, Gaza y Ucrania son reducidas a memes, a trincheras ideológicas, a hashtags que separan más que sensibilizan.
La generación de cristal, ¿víctima o cómplice?
Mucho se habla de la generación de cristal: jóvenes hipersensibles, centrados en su bienestar emocional, exigentes con el lenguaje y con su espacio personal. Pero, ¿dónde están cuando el mundo colapsa?
Silvia Montemayor, especialista en juventud y cambio social en la UNAM, señala:
“Esta generación creció bajo una promesa de que todo debía ser seguro, justo, validado. Pero cuando enfrentan realidades brutales como un genocidio o una guerra, no tienen las herramientas políticas ni emocionales para procesarlo. Entonces, callan, se repliegan o lo resignifican como algo lejano.”
No es que no les importe. Es que no saben cómo actuar en un mundo donde la verdad está fragmentada, el dolor se monetiza, y la injusticia ya no tiene rostro, sino filtro.
Destrucción masiva con likes y compartidos
Más grave aún: las redes han normalizado la destrucción simbólica del otro. Un error, una frase desafortunada, una posición impopular basta para cancelar, ridiculizar, eliminar.
La cultura de la cancelación es una forma digital de violencia colectiva. Mientras destruimos reputaciones en segundos, ignoramos las verdaderas destrucciones: las de hospitales bombardeados, niños enterrados vivos, ancianos mutilados por misiles.
¿Por qué no hacemos lo necesario ante la amenaza de un nuevo conflicto nuclear?
¿Por qué no paramos el exterminio sostenido en Palestina?
¿Por qué normalizamos el eco imperial de una guerra sin fin en Ucrania?
¿Porqúe hemos permitido que en México volvamos a un régimen con rasgos totalitarios y convivimos con los cotos más oscuros del poder sin despeinarnos?
Porque estamos ocupados en otras guerras: las del ego, las del algoritmo, las de los trending topics.
¿Y si aún queda algo por salvar?
Sí, es posible que la empatía esté herida, pero no muerta. Aún hay voces, aunque ahogadas. Jóvenes palestinos que documentan su horror. Rusos exiliados que denuncian desde el exilio. Periodistas que arriesgan todo para mostrar lo que no se quiere ver. Académicos, activistas, artistas que aún creen que la palabra tiene poder.
Pero urge despertar. Urge bajarle volumen al ruido digital y sintonizar con el dolor humano. Urge romper la burbuja del personalismo narcisista para volver al nosotros. Al colectivo. A la humanidad.
Porque si no lo hacemos, lo que vendrá —ya no virtual, ya no simbólico— será una verdadera aniquilación.
Y no habrá filtro, ni historia de Instagram, ni trend de TikTok que nos salve.
@jesusaguilarslp
Periodista, analista y testigo de este siglo en ruinas.