“La juventud en el sistema político: ¿actor real o recurso electoral?”

La verdad y el camino.

Por Aquiles Galán
“La rebeldía es el motor de la juventud, pero la rebeldía con causa es la que cambia la historia.”
— José Mujica

México es un país joven: más del 30% de la población tiene entre 15 y 29 años, según el INEGI. Sin embargo, esa juventud apenas roza el 2% de representación en cargos públicos a nivel nacional. Somos mayoría en número, pero minoría en influencia. El sistema político utiliza un discurso doble moral, donde se habla de juventud, liderazgo y derechos, pero en la práctica el cinismo es la realidad, por ejemplo: Constitucionalmente en los Art. 34 al 38 se habla de la capacidad plena del ciudadano al cumplir la mayoría de edad, que en México son los 18 años, tenemos la capacidad para contraer matrimonio, trabajar plenamente, beber legalmente o incluso poder ir a la cárcel si incumplimos la ley, sin embargo no tenemos la capacidad de contender por algunos puestos como servidores públicos o de liderazgo, porque se vende en ese momento el discurso de la experiencia y la falta de preparación, entones aquí la pregunta es ¿En realidad existe un relevo generacional o solo es una idea que se vende cuando conviene? Y si no me crees…¿Dime cual es el último líder joven que recuerdes, que haya contendido por una representación en algún cargo público? Verdad que la respuesta se aísla.

En los partidos, se nos destina a comités juveniles sin autonomía, a campañas de selfies, a promocionar y vender el partido o a simular participación en eventos, donde todo está decidido de antemano. Se nos invita a “aprender de los grandes”, pero no a cuestionarlos. Y cuando lo hacemos, no faltan los intentos por encasillar o desprestigiar: que si somos porros, que si somos ingenuos, que si no tenemos experiencia.

Esa narrativa no es inocente. Es una estrategia: la de mantener a raya a una generación crítica, creativa y capaz. Se han politizado nuestras causas —medio ambiente, educación, salud mental, movilidad, derechos sexuales—, no para resolverlas, sino para usarlas como moneda electoral. Se reciclan en campañas sin compromisos claros y se desechan al día siguiente de una elección.

Mientras tanto, el relevo generacional sigue siendo una promesa incumplida. No porque no haya jóvenes preparados, sino porque el sistema ha sido diseñado para reciclar nombres, no ideas. Para heredar o vender puestos de poder, no para democratizarlos. Y cuando aparece una voz joven disruptiva, se le aplaude como un fenómeno mediático, pero no se le abre la puerta a la toma de decisiones reales.

Aun así, nuestra historia demuestra que las juventudes sí han movido a México. Lo hicieron los estudiantes de 1968 y 1971 que pagaron con su vida la osadía de alzar la voz. Lo hicieron los jóvenes de la huelga de la UNAM en 1999, los del movimiento #YoSoy132. Los miles de jóvenes que protestaron en contra de la Reforma Judicial recientey hoy lo hacen miles que participan desde trincheras locales: organizando colectivos, denunciando corrupción, defendiendo territorios y empujando agendas sin necesidad de una credencial partidista.

El liderazgo joven no se trata de edad, sino de intención, coherencia y propósito. Un líder joven es quien se atreve a decir lo que lo que otros callan, a construir lo que otros abandonaron, y a conectar causas sociales con acciones reales. Es quien entiende que la política no se limita al voto ni al cargo, sino que se practica desde la comunidad, la calle, la universidad o las redes.

Y por eso, hoy más que nunca, necesitamos caudillos jóvenes, brújulas morales que orienten el debate y que motiven a otros jóvenes a dejar de esperar a que “nos toque”.

Porque la juventud no puede seguir esperando turno. Este país necesita que nos involucremos, que nos organicemos y que demos un nuevo concepto a la politica. No para caer en los mismos vicios de quienes vinieron antes, sino para reconstruir desde otro lugar: el de la honestidad, la empatía y la convicción de que otra política sí es posible.

No hay que esperar a ser candidatos para ser líderes. No hay que militar en un partido para construir. La participación no comienza en las urnas ni termina en las redes. Comienza cuando decidimos dejar de ser espectadores y convertirnos en agentes del cambio y el progreso.

El futuro no es una promesa electoral. Es una tarea que empieza hoy. Y empieza con nosotros.

Bonito día.

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