El Radar
Por Jesús Aguilar
X: @jesusaguilarslp
Desde el hoyo político-mediático en el que se encuentra, Andrés Manuel López Beltrán —Andy—, hijo del expresidente Andrés Manuel López Obrador, intentó defenderse de la tormenta que provocó su costoso viaje a Japón con una carta que, lejos de ser un salvavidas, terminó pareciendo un ancla. En ella, acusó a sus “adversarios” de enviar “espías” a fotografiarlo para emprender una campaña de linchamiento. El problema: la carta fue calificada incluso de “malísima” por Gerardo Fernández Noroña, presidente del Senado, que no suele desperdiciar municiones contra aliados… a menos que la distancia política ya sea inocultable.
El episodio dejó expuesta una grieta que pocos se atrevían a reconocer: el presunto rompimiento —o, al menos, enfriamiento— entre Andy y la presidenta de Morena, Luisa María Alcalde, una de las figuras más cercanas y de mayor confianza para la presidenta Claudia Sheinbaum. Y es que Andy, en su propio descargo, reveló que solo sus cercanos y Alcalde sabían de su viaje a Tokio.
Ese dato, aparentemente inocuo, es el que en el ajedrez político enciende las alarmas. ¿Acaso Andy insinuaba que la filtración salió de su propio círculo o de la estructura del partido? Porque la coincidencia temporal con otras filtraciones fue demasiado perfecta: fotos de Ricardo Monreal en un hotel de lujo en Madrid, de los senadores Yunes en un club de la costa Amalfitana, y de Mario Delgado en un resort de Lisboa. Todos, curiosamente, piezas que no orbitan bajo el control de Sheinbaum, sino que siguen gravitando en torno a la influencia política del padre de Andy, desde su retiro en Palenque.
La sincronía fue letal: todos exhibidos, todos debilitados, y una gran ganadora: Claudia Sheinbaum. El golpe, más allá de la indignación pública por los lujos, tuvo un claro componente de reconfiguración interna. La pregunta que deja flotando Andy es si sus “adversarios” fueron realmente externos… o si la jugada vino desde dentro.
Versiones confirmadas por altas fuentes del gobierno señalan que, en el caso de Monreal y de los Yunes, la operación fue ejecutada por el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) desde su oficina en Madrid. Lo de Andy es más enredado: el CNI no tiene estructura operativa en Tokio y el espionaje ahí no es una tarea sencilla sin coordinación internacional. Que haya ocurrido implica un nivel de planeación y costo político que solo se justificaría si el objetivo era mayor que la simple exposición mediática.
Pero Andy, quizá consciente de las consecuencias de señalar al gobierno, prefirió mantener su acusación contra un vago grupo de “adversarios”. Lo cierto es que su carta no respondió las dudas y sí encendió nuevas sospechas. Y en medio de todo, la relación con Luisa María Alcalde parece haberse enfriado. La política, como la amistad, se alimenta de confianza; cuando esta se erosiona, el resto es solo protocolo.
En este tablero, donde las lealtades se miden por milímetros y las traiciones por centímetros, Andy tal vez descubrió que su red de protección se está deshilachando. Y si entre los pocos que sabían de su viaje estaba Alcalde, y la filtración ocurrió, el mensaje para él es tan claro como doloroso: quizá ya no tiene las amigas fieles que creía tener.