Letras Económicas por José Claudio Ortíz
En redes sociales, los “emprendedores digitales” son los nuevos influencers: jóvenes que trabajan desde playas, viajan sin parar y juran que dejaron su oficina para “vivir su sueño”. Pero detrás de los filtros y los discursos motivacionales, hay una realidad que pocos muestran: jornadas interminables, ingresos inestables y, en muchos casos, una decisión tomada por necesidad, no por pasión.
El mensaje es claro: si no estás emprendiendo, estás perdiendo el tiempo. Si no estás generando ingresos desde tu celular, en una mesa del Sant Eustachio Caffè de Roma, entonces algo estás haciendo mal.
Pero ¿qué hay detrás de esas historias? ¿Cuántas son reales? ¿Cuántas ocultan largas jornadas, ingresos inestables o un emprendimiento nacido no de la pasión, sino de la falta de opciones?
Las redes sociales están llenas de gurús que te prometen libertad financiera con solo vender por WhatsApp o invertir en criptomonedas. “Emprende y deja de trabajar para otros”, “Si no construyes tu sueño, alguien te contratará para construir el suyo”. Frases pegajosas que, con música de fondo y un par de imágenes generadas con inteligencia artificial, convierten el emprendimiento en una especie de religión moderna.
Venden la idea de libertad, pero su verdadero negocio no es emprender… es venderte la ilusión de que tú puedes lograrlo
Según datos del INEGI, los jóvenes enfrentan un mercado laboral caracterizado por altos niveles de informalidad y bajos salarios. Ante este panorama, muchos consideran que iniciar su propio negocio podría ofrecer más posibilidades de crecimiento.
Muchas veces, lo que se presenta como “espíritu emprendedor” es, en realidad, una respuesta obligada ante la falta de opciones reales. Vender brownies desde casa, diseñar logos freelance o revender ropa en línea no siempre nace de una pasión… a veces nace del desempleo.
Esto no significa que el emprendimiento sea malo. Al contrario, puede ser una vía de crecimiento y autonomía. Pero cuando se convierte en la única salida para sobrevivir, conviene preguntarse: ¿estamos promoviendo el talento o simplemente disfrazando la precariedad?
El discurso dominante pinta al emprendedor como un valiente que se rebela contra el sistema: no quiere jefes, horarios ni sueldos fijos. Quiere libertad. Pero esa narrativa omite algo fundamental: no todos emprenden desde el privilegio, muchos lo hacen desde el vacío.
Además, el peso emocional que recae sobre los emprendedores jóvenes es enorme. No solo tienen que ser creativos, disciplinados y buenos para vender, también deben lidiar con el fracaso en soledad. Si el negocio no despega, la culpa suele recaer enteramente sobre ellos: “No te esforzaste lo suficiente”, “Te faltó mentalidad ganadora”. Pero rara vez se cuestionan las condiciones del entorno económico que empuja a tantos a intentarlo todo… con casi nada.
La romantización del “ser tu propio jefe” invisibiliza una verdad incómoda: emprender no siempre es un acto de libertad. A veces es una estrategia de supervivencia en un mercado que no está pensado para incluir a todos.
Muchos jóvenes comienzan con entusiasmo su negocio, pero pronto descubren que la libertad prometida no viene con seguro médico, vacaciones ni ingresos constantes. El romanticismo se enfrenta a la realidad: pagar renta, comprar insumos, competir con plataformas gigantescas y a ingresos inciertos.
Para quienes emprenden sin capital, sin red de apoyo o sin experiencia previa, el camino es cuesta arriba. Y si a eso se le suman factores como el género, donde muchas mujeres enfrentan barreras adicionales para acceder a financiamiento o espacios seguros para vender, el reto se vuelve aún mayor.
A diferencia de las grandes empresas, la mayoría de los microemprendimientos no tiene acceso a créditos formales, ni a capacitación especializada, ni a redes sólidas de clientes. Muchos sobreviven en la cuerda floja, operando desde casa, sin respaldo legal ni previsión para el futuro. Todo bajo el disfraz de “ser tu propio jefe”.
Si el emprendimiento se ha vuelto, para muchos jóvenes, la única vía para generar ingresos, entonces la responsabilidad no es solo individual. Las condiciones estructurales también importan. Y aquí es donde las políticas públicas suelen quedarse cortas.
En México, abundan los discursos oficiales que celebran a las juventudes emprendedoras. Se anuncian programas, créditos y ferias, pero en la práctica el acceso a esos apoyos es limitado, burocrático o mal enfocado. La mayoría de los jóvenes emprendedores no tiene acceso real a financiamiento, capacitación o asesoría. Y ni hablar de incentivos fiscales, seguridad social o acompañamiento en etapas críticas del negocio.
Las políticas públicas deberían enfocarse menos en romantizar el emprendimiento y más en garantizar condiciones mínimas de equidad.
Emprender no debería ser una respuesta desesperada, sino una elección consciente. Un camino posible entre varios, no el único sendero frente a un mercado laboral que cierra puertas más rápido de lo que las abre.
La próxima vez que veas una publicación de alguien trabajando desde Bali, (sí, esa isla que todos usan de fondo en sus reels) pregúntate: ¿es realmente libertad… o solo otro trabajo precario con mejor escenario? Su verdadero negocio no es el emprendimiento que predican, sino los likes que generan con esa foto. Muchos de esos nómadas digitales, viven de la idea de venderte el éxito.
El problema no es emprender, sino creer que es la solución mágica. Para que la “cultura emprende” deje de ser un espejismo, necesitamos menos cursos motivacionales y más acciones concretas: créditos accesibles, educación financiera y un mercado laboral que no obligue a elegir entre explotarse o resignarse.
Te agradezco la lectura y te deseo un feliz miércoles.
@Claudioortiz