Carl Hartley, comerciante de autos de lujo en Reino Unido, aprendió de manera inesperada lo caro que puede ser mantener un Bugatti Veyron. Durante una revisión completa de su hiperdeportivo, cuyo costo ya rondaba las 40,000 libras esterlinas (más de un millón de pesos), pidió que se revisara un botón flojo en la puerta. La respuesta del taller oficial fue sorprendente: la reparación debía hacerse cambiando todo el mecanismo de la puerta con piezas exclusivas, lo que elevaba el presupuesto a 9,500 libras (unos 241,300 pesos).
Molesto con la explicación, Hartley decidió acudir a un taller local. Dejó su Veyron con Neil, un mecánico de pueblo acostumbrado a tratar vehículos de gran valor. Días después, la pieza estaba lista. El técnico había encontrado un botón idéntico, originalmente diseñado para un Volkswagen Transporter, que le costó menos de dos libras esterlinas, unos 50 pesos mexicanos. La reparación tomó apenas 25 minutos y el pago se resumió en una broma: una cerveza.
El episodio puso en evidencia algo que muchos amantes de los autos de lujo sospechan: no siempre el servicio técnico oficial garantiza las mejores soluciones. En realidad, muchos modelos de superautos comparten componentes con coches más accesibles, pero la etiqueta de la marca y la mano de obra certificada elevan los costos a cifras astronómicas.
El Bugatti Veyron es un ícono de la ingeniería automotriz, con un motor W16 de 8.0 litros, cuatro turbos y más de 1,000 caballos de fuerza. Su interior presume acabados en cuero artesanal, aluminio pulido y tecnología avanzada para su época. Sin embargo, la historia de Hartley mostró que incluso en un vehículo de esta categoría, un simple botón puede alcanzar precios absurdos si se pasa por el filtro del taller oficial.
Además, el caso reveló lo complejo de mantener un auto de estas características. Una revisión anual ya representa un gasto enorme, pues procesos básicos como cambiar filtros o aceite requieren desmontar varias partes del vehículo. Aun así, lo que más llamó la atención fue que algo tan sencillo se resolviera con una pieza de menos de 50 pesos y la habilidad de un mecánico.
La anécdota se volvió viral porque conecta con cualquiera que tenga coche: desde un compacto común hasta un hiperdeportivo guardado en un garaje de lujo. Para Hartley, fue la confirmación de que a veces la mejor solución no está en pagar sumas desproporcionadas, sino en confiar en la experiencia de alguien que, con ingenio, puede resolver el problema sin vaciar la cuenta bancaria.