La verdad y el camino.
Por: Aquiles Galán.
“Paulo Freire afirmaba que la educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”. Hoy la pregunta es: ¿Qué tipo de universidad nos esta formando a nosotros?
La Universidad Autónoma de San Luis Potosí atraviesa una de las crisis financieras más serias de los últimos años. No es un rumor ni un dato aislado: la deuda es real y su peso ya se refleja en la forma en que se administra la institución. Detrás de las cifras hay un problema más profundo: decisiones mal tomadas, falta de previsión y, sobre todo, poca claridad sobre cómo se maneja el dinero que sostiene a la universidad.
Esto debería preocuparnos a todos. La UASLP no es solo un edificio ni un título universitario; es el espacio donde se forman miles de jóvenes potosinos y donde se generan proyectos que impactan a la sociedad. Si la crisis se agrava, lo primero que se verá afectado no serán los discursos de los directivos, sino nuestras oportunidades como estudiantes.
Lo más delicado es que esta situación no apareció de la nada. Durante años se permitió que el déficit creciera sin un plan serio para detenerlo. Se apostó por un modelo de gasto insostenible y ahora, cuando los números ya no cuadran, se habla de “reestructuración”. ¿Qué significa eso en la práctica? Para muchos, más cuotas, menos servicios y una universidad que parece pedir más a quienes menos tienen.
La crítica es necesaria, pero también lo son las propuestas. La universidad debe abrir de una vez por todas sus finanzas. No podemos hablar de autonomía si no sabemos con exactitud en qué se gasta cada peso que entra. Y los recortes, si son inevitables, deben enfocarse en los privilegios de la burocracia universitaria, no en becas, investigación o actividades culturales, que son precisamente lo que sostiene el prestigio de la UASLP.
La universidad merece ser defendida, pero defenderla no significa aplaudir cada decisión de la rectoría. Significa exigir transparencia, responsabilidad y visión de futuro. Los estudiantes no queremos heredar una institución quebrada, sino una universidad sólida y confiable, que realmente represente un orgullo para el estado y una herramienta para cambiar nuestras vidas.
Y aquí es donde entramos nosotros: no se trata solo de esperar a que “desde arriba” solucionen el problema. Somos parte de esta universidad, y también tenemos voz. La pregunta es: ¿vamos a quedarnos callados mientras se nos cargan las consecuencias, o vamos a exigir la universidad que queremos y merecemos?
Bonito día…