Por Mario Candia
9/09/25
PRESUPUESTO 2026 Hacienda llegó a San Lázaro con una promesa que ya parece rezo: “no habrá nuevos impuestos”. Y, sin embargo, lo que trae bajo el brazo es una batería de “impuestos saludables” que suben la carga a refrescos y tabaco. El discurso es impecable —cuidar la salud pública, desincentivar lo nocivo—; la contabilidad, también: si no quieres llamar “reforma fiscal” a una reforma fiscal, cámbiale el apellido y listo. Moralina fiscal con fines recaudatorios: todos contentos.
REFRESCOS En refrescos, la cuota por litro casi se duplica. No es una sutileza técnica: es un golpe directo a un producto masivo cuyo consumo está sesgado hacia los hogares de menores ingresos. ¿Se reducirá la obesidad? Ojalá. ¿Se encarecerá la canasta líquida de millones? Seguro. El Estado se dice preocupado por la salud, pero también se frota las manos por la recaudación. Al final, el mensaje es simple: si no puedes dejar el azúcar, por lo menos paga penitencia.
CIGARROS En tabaco el garrote es más grueso: salta la tasa ad valorem y sube la cuota específica por cigarrillo, con una escalera programada hasta 2030. Aplaudir no cuesta; dejar de fumar, sí. Quien persista en el hábito financiará una parte creciente del gasto público. Y no solo el fumador: toda la cadena legal pagará el precio del incentivo para mover consumo al mercado ilícito, que es el elefante en el cuarto cuando los impuestos rebasan cierto umbral.
PAQUETE AMBISIOSO Mientras tanto, el resto del paquete presume números ambiciosos: más ingresos, un gasto que supera los 10 billones y un déficit que se jura “responsable”. La alquimia consiste en cuadrar el círculo: gastar más, endeudarse “poquito” y recaudar sin “crear” impuestos. ¿Cómo? Adelgazando deducciones, apretando retenciones, subiendo cuotas y abriendo nuevas ventanillas. Es la reforma fiscal que no se atreve a decir su nombre.
AUSTERIDAD El problema de fondo sigue ahí: una porción creciente del presupuesto se va al pasado —pensiones y servicio de deuda—, mientras el futuro—infraestructura, salud, educación, ciencia, innovación—se financia con lo que sobra. Y si el crecimiento no acompaña, la recaudación soñada se convierte en caricatura. Entonces vendrán las dos salidas de siempre: más deuda o más “impuestos saludables” con narrativa virtuosa. La austeridad ya no alcanza, y la creatividad tributaria empieza a poner picaportes en todas las puertas.
PRIORIDADES Lo honesto sería elegir: o construimos un Estado que cuestione sus prioridades y diga cuánto cuesta sostenerlas, o seguimos imponiendo penitencias con barniz de salud pública. La pregunta incómoda para el Congreso no es si subimos el IEPS a refrescos y cigarros; es si seguiremos llamando “virtud” a lo que, en el fondo, es necesidad de caja. ¿De verdad basta con endulzar el lenguaje mientras se amargan los precios?
Hasta mañana.