POPOL VUH 217

Por Mario Candia

19/09/25

MEMORIA El 19 de septiembre de 1985, a las 7:17 de la mañana, México despertó entre ruinas. Un terremoto de magnitud 8.1 sacudió el corazón del país y dejó a la capital herida: edificios colapsados, hospitales en ruinas, escuelas destruidas, miles de muertos y decenas de miles de damnificados. Las cifras oficiales hablaron de tres o seis mil víctimas; las no oficiales, de más de veinte mil. Pero más allá de los números fríos, lo que quedó grabado en la memoria colectiva fueron las voces de auxilio y las manos extendidas entre los escombros.

FORTALEZA El gobierno, lento y torpe, fue superado por la magnitud de la tragedia. Los aparatos institucionales colapsaron junto con los edificios. Fue entonces cuando apareció la verdadera fuerza del país: el pueblo organizado. Jóvenes, amas de casa, trabajadores, estudiantes, vecinos de colonias enteras se convirtieron en rescatistas improvisados. Nacieron brigadas espontáneas, los famosos topos, que sin equipo ni protocolos salvaron vidas. Ese día, México descubrió que su mayor fortaleza no estaba en sus instituciones, sino en la solidaridad de su gente.

HUMANIDAD Esa solidaridad no conoció colores ni credenciales. No preguntó por ideologías ni por credos. Se compartieron tortas, agua, techos y lágrimas. Se removieron piedras con las uñas y se levantaron estructuras con pura voluntad. Fue un instante en que todos éramos pueblo, no por decreto, no por propaganda, sino por necesidad, por humanidad. El dolor nos unió, la esperanza nos sostuvo.

CUARENTA AÑOS Cuatro décadas después, la memoria de 1985 sigue latiendo en los simulacros y en los homenajes, pero también se distorsiona en el discurso oficial. Hoy, la palabra “pueblo” se ha vuelto rehén de la política, apropiada por quienes gobiernan para nombrar únicamente a los suyos. La llamada Cuarta Transformación insiste en que el pueblo son solo los que aplauden al régimen, cuando la historia nos recuerda que pueblo es todos: los que ayudan, los que se solidarizan, los que critican, los que se levantan frente a la adversidad sin esperar permiso del poder.

LEGADO Honrar a las víctimas del 85 no es solo encender una vela o guardar un minuto de silencio. Es recordar que el México que resistió y reconstruyó no dependió de caudillos ni de slogans, sino de la gente común que se negó a quedarse de brazos cruzados. El verdadero legado de aquel septiembre no es la tragedia, sino la lección: la resiliencia y la solidaridad son patrimonio de todos, no bandera de unos cuantos. Ese día, el pueblo éramos todos. ¿Qué nos impide volver a serlo?

Hasta mañana.

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