¿EL ÚLTIMO GALLARFEST?

El Radar
Por Jesús Aguilar

Y llegó el día: lunes 22 de septiembre, el punto climático del Gallardato, su “cuarto informe de resultados”, como con corrección política decidieron bautizarlo. Lo que yo vi fue, más bien, el último Gallarfest en plenitud. Lo que venga no podrá ser nunca lo mismo, y habrá que repartir responsabilidades a su tiempo. Para bien y para mal.

Un larguísimo video —bien producido por talento potosino, con mensaje claro— terminó por hundirse en un guion repetitivo que diluyó los datos duros entre la narrativa empalagosa con la que nos tienen saturados y francamente aburridos. El contraste con lo que no hicieron (o hicieron mal todos menos ellos) se barnizó con ese exceso de confianza que los ha caracterizado. Tal vez de ahí provenga el eslogan tan mal aplicado en los bonetes propagandísticos que nos marearon… sin límites.

La Arena Potosí, una de sus obras cumbre, fue el escenario soñado desde niño por quien un día decidió ser gobernador. Los camiones de acarreados, según algunos de los ya asfixiados operadores, estaban cansados de ir a todos los eventos. Incluso sobrepasaron el cupo: algunos se quedaron afuera, quizá aliviados. Con su fanta sudada en mano, una señora sonriente me saludó al llegar y me dijo: “Aguilar, ya no entramos, pero cumplimos. Nos trajimos a media colonia”.

No es lo mismo juntar a 2 mil personas que atiborrar la Arena, que aun sin palcos funcionando registró un lleno pletórico.

Los eventos políticos masivos de esta clase son tan efectivos como engañosos: fomentan la percepción de triunfo y, al mismo tiempo, enganchan con la mitomanía. El protagonista puede llegar a creer que, tal como una estrella pop, es capaz de llenar una arena de 20 mil personas, dejando incluso a gente afuera.

No me queda claro el criterio con el que colocaron el panel de medios detrás del escenario, aislados del foco y sin acceso directo a invitados, gabinete y al propio gobernador. No sé si a los medios que represento les aplicaron un desdén por no ser aplaudidores irredentos. En los pasillos escuché que no “nos juntaron” porque instalamos tarde, cosa que ellos y nosotros sabemos que no fue así. Pero bueno: poner límites genera costos. Nosotros simplemente no mentimos, tampoco reventamos a nadie con la víscera ni jugamos guerras sucias con bots. En muchos casos fuimos quienes advertimos a tiempo que las cosas no se veían bien o que lo peor estaba por venir.

Tampoco entiendo por qué a muchos reporteros los montaron en un corral del segundo piso. Quizá, por la vocación de majestuosidad, había que presumir alcance. No sé si fue colmillo logístico o insolvencia práctica, pero los hicieron sentir parte de un sold out monumental.

El acomodo en primera y segunda fila también fue llamativo. El inseparable compa del “gober”, Julión Álvarez, fungió como escudero sentado a su lado, más cerca incluso que su “hermano”, el senador Manuel Velasco. En contraste, al campeón mundial Julio César Chávez lo encontré escondido, fumando con gesto mal encarado; accedió a la foto, pero en su rostro golpeado leí preocupación por su hijo y cierta incomodidad por estar en un evento que ni le va ni le viene.

Vi de lejos a Rocío Sánchez Azuara, al gobernador de Nuevo León, Samuel García —menos rutilante sin su Marianis—, al coahuilense Manolo Jiménez sonriente y apapachado, y al representante de la presidenta Sheinbaum, Carlos Augusto Morales, quien seguramente regresó tomando nota de cómo los duros del Bronx Verde no contuvieron los abucheos contra su jefa: signo inequívoco de la guerra fría entre Morena y el gallardismo.

Y ya que mi pecho no es bodega (ni el de Sebastián Rulli, tema aparte), sorprendió su asistencia y cercanía con el paladín del apoyo.

El kilométrico video tuvo doble filo: buscó hacer protagonista al festejado, pero en múltiples imágenes aparecía el diputado verde Juan Carlos Valladares, que no tuvo peso en el evento. ¿Asimetría política inconsciente, errores de edición o, de plano, amistades peligrosas como aquel hit noventero “Me haces tanto bien”?

Mi único comentario extra al largometraje gallardista fue la falta de sensibilidad al incluir, como colofón, la encuesta que Reforma publicó esa misma mañana. Disparo en el pie a la credibilidad del ejercicio.

También llamó la atención que Gallardo padre fue colocado con su esposa —madre del gobernador— en segunda fila, junto a los nietos y detrás de su hijo. En política la forma es fondo, y no hay que ser Rousseau para entenderlo.

La breve reprobación al alcalde Galindo, cuando fue presentado, no fue tan intensa como esperaba. Nada fuera de guion. Sin embargo, algo interesante ocurrió días antes, cuando el diputado y súper asesor Héctor Serrano convocó a los Hombres G a un desayuno que seguro fue mucho más que un encuentro cordial.

Sigo preguntándome si calcularon lo que implica construir un monstruo de 20 mil cabezas como la Arena: había que llenarla, aunque fuera con un evento político. Lo lograron: invitaron a todo el mundo, y casi todo el mundo fue. El mensaje permeó. Un sexenio corrido sin frenos tenía que llegar a su clímax antes; este fue el momento. Adelantar los tiempos implicaba mostrar músculo, hacer espectáculo de poder y lanzar advertencias, con sacos incluidos para quienes osaran pensar que el súper poder verde no tendría respuesta.

No es mi convicción ser aguafiestas ni emisario de la maldita herencia. Lo bueno está ahí: los 10 programas sociales creados en cuatro años, la obra pública y de infraestructura, el puente de Tamazunchale que nadie había querido hacer, los miles de millones invertidos, el albergue “Huellitas”, la Vía Alterna, nuevas carreteras y puentes. También los récords de la Fenapo y cifras decentes (en contexto nacional) de combate a la inseguridad, equipamiento policial y apoyo a municipios. Con todo eso se ha sostenido un sexenio comprimido en un cuatrienio. Pero el carbón —y el dinero para comprarlo— se está acabando.

El mensaje político del gobernador confunde. ¿Para qué seguir reclamando y minimizando a una oposición que no pinta? ¿Para qué permitir que una proclama para Sheinbaum se convirtiera en abucheo a Morena? ¿Para qué dejar fluir el enojo contra los empresarios convocados al criticado Consejo Potosí?

El trabajo intenso es evidente. Pero es tiempo de ajustar ambiciones, dineros, frentes abiertos —cada vez más— y la relación con la federación, que está al rojo vivo.

Lo de la afiliación de Gerardo Sánchez Zumaya, el empresario huasteco, a Morena en pleno clímax del cuarto informe, ni opaca ni desvía. Para que Zumaya sea más que un moscardón adinerado falta que aclare sus condiciones personales y se deje cuestionar por otros que no sean sus fanáticos.

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