Por Mario Candia
24/09/25
TEMPORADA DE MENTIRAS La temporada de informes de gobierno se ha vuelto el carnaval institucional de la mentira. Los gobernantes mienten como respiran, con la tranquilidad que otorga saberse intocables. Ya no hay contrapesos reales, ya no hay preguntas incómodas ni fiscalizaciones mínimas: solo discursos embalsamados en cifras triunfalistas, acompañados del ritual de aplausos que se repite como una coreografía decadente.
LA GLOSA Los informes se presentan como si fueran piezas de teatro, con escenografías impecables, videos lacrimógenos y fanfarrias mediáticas que no rinden cuentas, sino que fabrican relatos. Lo que debería ser el ejercicio supremo de transparencia se ha convertido en la vitrina donde el poder se mira a sí mismo, narcisista y complaciente, sin permitir que nadie le enmiende la plana. La llamada glosa legislativa, en teoría espacio para la crítica y el cuestionamiento, terminó siendo la pasarela de cortesanos donde los funcionarios son vitoreados como toreros tras una faena, algunos incluso cargados en hombros, como si hubieran salvado a la patria.
LA MENTIRA La mentira oficial se ha normalizado al grado de institucionalizarse. Gobernar ya no significa enfrentar la verdad de los problemas, sino administrar la percepción. Por eso las encuestadoras se convierten en las protagonistas de esta temporada: venden espejos a precio de diamante, fabrican sondeos que refrendan la ficción y nutren el espejismo del “pueblo feliz”. La estadística, prostituida al servicio del poder, se presenta como prueba irrefutable de un éxito inexistente.
DIÁLOGO NULO El informe es, en el fondo, un rito vacío que encapsula la esencia de nuestros gobiernos: la ausencia de diálogo con la sociedad. Si en otros tiempos la tribuna servía para interpelar, hoy se ha reducido a vitrina de halagos. La democracia, ya debilitada, se queda sin oxígeno cuando el poder no rinde cuentas y los representantes populares se comportan como claque de teatro de revista. No hay preguntas, no hay debate, no hay voces disonantes. Solo hay un guion memorizado y un público obligado a aplaudir.
APLAUSOS La temporada de informes, con toda su pompa, confirma que hemos cruzado un umbral peligroso: el del autoengaño institucional. Un país que se conforma con verdades prefabricadas camina hacia su propio abismo. ¿De qué sirve escuchar a un gobernante presumir cifras de crecimiento mientras en la calle la inflación ahoga, la violencia desgarra y la corrupción se normaliza? El problema no es solo que los informes mientan: es que todos lo saben y, aun así, se aplaude.
Hasta mañana.