GALINDO, 4 AÑOS DE SUPERVIVENCIA FORZADA

Por Jesús Aguilar

X @jesusaguilarslp

El próximo cuarto informe de Enrique Galindo Ceballos, presentado como el primero de su segundo trienio pero en realidad ya con la experiencia acumulada de tres años al frente de la capital potosina, deja ver mucho más que cifras de obra pública, estadísticas de seguridad o programas sociales. 

Entre líneas, lo que emergió con claridad fue la narrativa política de un alcalde que se mueve entre la cooperación obligada y relación forzada con el gobernador Ricardo Gallardo y la búsqueda de un futuro aún indefinido rumbo al 2027.

En la entrevista que me concedió en la sala de cabildo del majestuoso Palacio Municipal, Galindo insistió en que lo suyo no es la confronta. Habló de su relación con el mandatario estatal como una relación “correcta” y hasta “buena”, aunque reconoció que las diferencias partidistas y de origen están siempre presentes. El alcalde dejó claro que su apuesta ha sido tender puentes, no romperlos, y en esa línea se justificó: San Luis Potosí —dijo— no puede darse el lujo de estar atrapado en pleitos entre órdenes de gobierno cuando lo que se necesita es cooperación para resolver problemas estructurales como la seguridad, el agua o la movilidad.

El discurso suena pragmático. Pero también refleja la realidad de un edil que, al menos en el corto plazo, no tiene margen para la rebeldía. La capital es el contrapeso natural del proyecto gallardista y, al mismo tiempo, su territorio más incómodo. Galindo lo sabe y, quizá por eso, evita la confrontación directa. En sus palabras, prefiere hablar de consensos en el cabildo —que asegura ha aprobado más del 95% de los acuerdos por unanimidad— y de proyectos comunes que, según él, confirman que la política también puede ser un ejercicio de diálogo.

Sin embargo, la parte más reveladora vino cuando se le preguntó por el futuro. El alcalde habló sin rodeos de su tránsito político: la expulsión y posterior regreso al PRI, su distancia con el PAN de Azuara y trabajo con el de Verónica Rodríguez, el desplome del PRD y la serie de acercamientos que hoy recibe tanto de Morena como del Partido Verde y hasta de Movimiento Ciudadano. 

Galindo no cierra ninguna puerta. Reiteró que, en este momento, su prioridad es gobernar bien la capital y convertirse en “el mejor alcalde de la historia de San Luis”. Al menos en lo práctico el único que recibió la oportunidad de reelegirse después de los únicos intentos previos fallidos de Gallardo Juárez y Nava Palacios. 

Entre las líneas de su respuesta se adivinó una estrategia más calculada: dejar abiertas todas las opciones rumbo al 2027.

En política, lo que se omite pesa tanto como lo que se declara. Galindo sabe que no puede ir contra el gallardismo sin arriesgarse a quedar aún más marginado de recursos y proyectos, o zarandeado aún más por las campañas de “terceros” que suelen alebrestar los ánimos en los frentes, pero también entiende que si se alinea demasiado corre el riesgo de diluirse como simple extensión de un gobierno que no es el suyo. Por eso su discurso se mueve en esa delgada frontera: el reconocimiento de los avances estatales, la voluntad de sumar esfuerzos, pero al mismo tiempo la insistencia en marcar diferencia a partir de su propia narrativa de resultados.

El alcalde presume obras: 1.5 millones de metros cuadrados repavimentados, parques lineales, el desnivel de Himalaya, el Paseo Esmeralda. Habla de la crisis del agua que, según su versión, ya logró contener gracias a nuevos pozos, plantas potabilizadoras al 100% y más de 500 millones invertidos. Señala logros en seguridad: de 14 a 160 patrullas, policías mejor pagados y mejor equipados. Incluso resalta programas de bienestar animal y participación ciudadana, como los más de 700 comités vecinales organizados democráticamente con acompañamiento del CEEPAC. Todo esto forma parte de un discurso de gestión que le sirve para justificar que tiene una base propia, un capital político que no depende sólo de la sombra del gobernador.

Pero lo que se juega hacia adelante es mucho más que un balance de cifras. De aquí al 2027, la gran incógnita será si Galindo puede construir un proyecto político propio en una capital que suele decidir el rumbo estatal. El gallardismo, con toda su maquinaria de control territorial, no dejará de presionarlo. Morena, hoy en el poder federal, buscará capitalizar su fuerza en San Luis y podría sumar a un actor que ya ha demostrado tener músculo electoral. El PRI, en caída libre, apenas le sirve de ancla simbólica. Y el PAN, desgastado, no parece representar un aliado confiable ni en lo estructural, ni en el impacto real ante la gente que ya ni sabe quien está en el partido.

Galindo reconoce que tiene amistades nacionales que podrían servirle de respaldo: Rosa Icela Rodríguez, Omar García Harfuch, Marcelo Ebrard. No es un dato menor. San Luis no suele ser prioridad en la agenda nacional, pero tener vínculos directos con figuras del círculo cercano de la presidenta Claudia Sheinbaum puede traducirse en márgenes de maniobra. De hecho, el propio Galindo subrayó que su informe en la capital fue un acto republicano y no partidista, un mensaje que busca colocarlo como interlocutor válido más allá de colores.

La pregunta de fondo es si esta estrategia será suficiente. En un estado donde la política suele ser dominada por bloques duros —el PRI en el pasado, el gallardismo ahora—, la apuesta por la moderación puede ser un arma de doble filo: le da margen de negociación, pero también lo expone al riesgo de no construir un proyecto lo bastante sólido para competir en serio en 2027.

Lo cierto es que hoy, Enrique Galindo camina en la cuerda floja. Se presenta como un alcalde de resultados, dispuesto a cooperar, pero también como un político que mide cada palabra para no definirse del todo. Su dilema no es menor: o logra consolidar a la capital como un bastión independiente que le permita competir de frente en el próximo escenario, o terminará convertido en el apéndice más incómodo —y prescindible— del ambicioso proyecto verde.

El tiempo corre y el 2027 no espera.

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